jueves, 30 de agosto de 2012

Lo que esperamos


Tardará, tardará.

Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.

Oliverio Girondo



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martes, 28 de agosto de 2012

Espantapájaros

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible
- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
 ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
Oliverio Girondo



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domingo, 26 de agosto de 2012

Campo nuestro

En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre los labios.
Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.
Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.

Oliverio Girondo

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viernes, 24 de agosto de 2012

Luciano Pereyra

Su nombre completo es Luciano Ariel Pereyra. Su primer contacto con la música fue cuando tenía 3 años, sus padres al ver que podía poseer cualidades, le regalaron para Navidad una guitarra. Al año siguiente, concursó en un programa de televisión del antiguo ATC (ahora Canal 7 Argentina). A los 9, participó en Festilindo un programa-concurso orientado al público infantil. Cuando tenía 10, cantó en el programa de Xuxa el tema de León Gieco Sólo le pido a Dios, el mismo que diez años después (2000) lo haría famoso al cantarlo frente al Papa Juan Pablo II en el Vaticano, representando a Latinoamérica en el jubileo. Luciano grabó en 1998 su primer disco llamado Amaneciendo, 13 temas entre los que mezcla sonidos de zamba, carnavalholaito, valses, chacareras y baladas. Su primer hit se llamó Soy un inconsciente, gracias a este single, Luciano vendió 260.000 placas y fue acreedor de cuádruple platino. En el año 1999 decide conquistar la Capital Federal presentándose en el Teatro Opera. En el mes de marzo del año 2000 edita su segundo disco: Recordándote, incluyendo la canción Sólo le pido a Dios y temas compuestos por él mismo. El disco permaneció durante tres semanas consecutivas en el primer puesto del ránking nacional. En 2001 fue elegido para cantar el Himno Nacional Argentino durante el partido homenaje de despedida a Diego Maradona. Hizo duetos con artistas como Rodrigo Bueno, Soledad Pastorutti, Mercedes Sosa y Alejandro Lerner. En junio del 2002 sale su tercer CD titulado Soy tuyo, orientándose hacia el bolero y el tango. Hizo una gira por Sudamérica y se presentó 6 noches en el Teatro Gran Rex. Durante el 2003 participa en la película Tus ojos brillaban, un año después (2004), colabora en la comedia Los Pensionados. El 22 de junio de ese año edita Luciano, con temas compuestos por él mismo, como Perdóname. Este disco estuvo dirigido hacia el género pop. En abril de 2006 salió al mercado Dispuesto a amarte, el quinto álbum musical de su carrera artística, con el tema Porque aún te amo(compuesto por Dianel Yair Montana Corona) como primer corte de difusión. Otro look y otro sonido llevan a pensar que Luciano emprende un viaje cuya intención es transitar definitivamente por los carriles del cantante pop latino. En noviembre de 2008 estrenó su último corte de difusión, «No puedo», con letra y música del propio Luciano Pereyra, con el correspondiente video, con la participación especial de la modelo: Florencia Torrente. Dispuesto a amarte tiene influencias muy románticas, y no es casual que esté bajo la dirección artística y musical de Rudy Pérez, productor y compositor que ha trabajado con los más grandes artistas baladistas modernos: Cristian Castro, Chayanne, Luis Fonsi y Luis Miguel En 2010, luego de haber sufrido una delicada operación de esófago, lanzó un exitoso álbum, Volverte a ver. www.lucianopereyra.com/

miércoles, 22 de agosto de 2012

Anochecer

Los brazos del sauce llorón
son serpentinas malgastadas.
El viento simula arpegios2
jirones de música entrecortada.
El véspero3 anuncia la noche
mientras en otro horizonte
        el sol delira…

Cada árbol es un país de emociones.
Tú y yo, multiplicándonos de amor. Sumergiéndonos
en nuestros ojos, amplios de azul.

Como un niño llegué a tu corazón.
Tú, generoso, te partiste para darme un pedazo de dicha.

Norah Lange

2 En música, un arpegio es una sucesión acelerada de los sonidos de un acorde.
3 Véspero es el planeta Venus como lucero de la tarde, que anticipa el anochecer.

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martes, 21 de agosto de 2012

De Los días y las noches, 1926

Vacía la casa donde tantas veces  
las palabras incendiaron los rincones.
   
La noche se anticipa  
en el plano mudo  
que nadie toca.  
   
 Voy a solas desde un recuerdo a otro  
abriendo las ventanas  
para que tu nombre pueble  
la mísera quietud de esta tarde a solas.  
   
Ya nadie inmoviliza las horas largas y cerradas 
tanto pudor de niña.  
   
Y tu recuerdo es otra casa
   
Y mis latidos forman una hilera de pisadas  
grande y quieta  
por donde yo tropiezo sola.
que van desde su puerta hacia el olvido.


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II

Ventana abierta sobre la tarde
con generosidad de mano
que no sabe su limosna.

Ventana, que has ocultado en vano
tanto pudor de niña.

Ventana que se da como un cariño
a las veredas desnudas de niños.

Luego, ventana abierta al alba
con rocío de júbilo riendo en sus cristales.

¡Cuántas veces en el sosiego
de su abrazo amplio
dijo mi pena
su verso cansado!

Norah Lange

domingo, 19 de agosto de 2012

Amanecer

En el corazón de cada árbol
se ha estremecido la medianoche.

La noche se desmenuza

en lenta procesión de niebla.

Todas las tardes terminan su cansancio.


Los letreros luminosos duermen

el asombro de sus colores
y anticipan la contemplación de cada pobre.

En toda esquina vigila el sueño

y es tu recuerdo la única pena
que humilla la altivez de las aceras.

Lejos, el primer mendigo,

traiciona el portal donde ha dormido.

Y la ciudad se abre como una carta

para decirnos la sorpresa de sus calles.


 Norah Lange 

 


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sábado, 18 de agosto de 2012

Sandra Mihanovich

Sandra Mihanovich (Buenos Aires, 24 de abril de 1957) es una cantante y actriz argentina. Es la hija de Mónica Cahen D'Anvers. Hereda de su abuelo paterno, un reconocido empresario naviero croata de Buenos Aires, la pasión por la música de jazz. No obstante, su estilo musical es bastante amplio llegando a interpretar rock, música pop, baladas y jazz, entre otras temáticas a las que se amolda con facilidad. Destaca por su potente y afinada voz, como también por su forma de transmitir los sentimientos expresados en las letras de los temas que interpreta. Contenido Cronología de su carrera Sandra Mihanovich durante un recital en Buenos Aires, el 1º de mayo de 2010. El talento y la pasión por la música provienen de la familia Mihanovich. Su abuelo paterno tenía en su casa (Montevideo 1780) un sótano en el que se reunían a tocar todos los músicos de jazz que llegaban a la Argentina. Allí Sandra cantó sus primeras canciones, a la edad de 4 años. Su tía Sonia le enseñó a cantar "Laura" y "I got it bad" dos canciones que ella sabía tocar en el piano. Después vino la guitarra, y su tío Sergio y su tío Raúl las acompañaban. Generalmente, estos shows tenían lugar en la casa de su abuela Máxima (Delia Berro Madero de Mihanovich) donde estaba el famoso sótano familiar. Allí tocaron los Mackymacs, Nini Marshall, Boy Olmi (padre) y los músicos que llegaban a hacer shows a Buenos Aires, tales como Maurice Chevallier, Ella Fitzgerald, entre otros. Sandra Mihanovich cursó sus estudios escolares en el Colegio Northlands en Olivos, el mismo colegio al que había asistido su madre. Al término de su educación media, estudió música en la UCA. En marzo de 1976 estudió teatro en el Conservatorio de Arte Dramático y canta en distintos pubs de la ciudad. Su 1ª presentación fue el 20 de mayo de 1976 en un lugar llamado "La Ciudad", acompañada de una banda de 6 músicos con arreglos de Baby López Furst1 . Cantando en los pubs conoce a músicos como Alejandro Lerner, Marilina Ross, Celeste Carballo, Horacio Fontova, Rubén Rada, autores de los que posteriormente grabaría algunos de sus temas. En ese mismo año el productor Ricardo Kleinman la ve en su actuación en la Universidad de Belgrano y comienza a producirla. Graba "Y hoy te ví" del Músico uruguayo Eduardo Mateo, canción incluída por Raúl de la Torre en su película "Sola". En 1979 forma parte del elenco de "La Isla" una película de Alejandro Doria, y bajo las órdenes del mismo director filma en 1980 "Los miedos" junto a María Leal, Soledad Silveyra, entre otros. Incursiona en la actuación teatral de la mano de Pepito Cibrián ("Aquí no podemos hacerlo") y continúa tocando en pubs (como en el conocido de la época "Old House"). Diciembre de 1981 graba "Puerto Pollensa", material de sus canciones y de los autores que fue conociendo. 1982, ciclo de grabaciones anuales. 2 de octubre de 1982 llena el "Obras" (estadio del Club Obras Sanitarias de la Nación, Av. del Libertador, catedral del rock & roll argentino). Fue la 1ª mujer en cantar allí e hizo dos funciones consecutivas. Hizo dos shows porque las entradas para la primera función se agotaron varios días antes. En total acudieron 10.000 personas. Sin lugar a dudas, esa noche fue la consagración de Sandra como cantante. 1986 participa del "Festival internacional de Viña del Mar", Chile, donde obtiene la "Antorcha de Plata". 1987 en Mar del Plata junto con Celeste Carballo y Ludovica Squirru. Sigue en dúo con Celeste hasta 1990. Hace "Somos mucho más que dos" y "Mujer contra mujer". 1988 sale "Somos mucho más que dos" el primer disco que grabó junto con Celeste Carballo. Diciembre de 1990 se va a Europa y reside en 1991 con su abuelo materno. Solista canta en una sala de UNESCO. 1990 edita el disco "Mujer contra mujer" el segundo y último disco que grabó a dúo con Celeste Carballo. 1992 edita el disco "Todo brilla", premio ACE categoría mejor baladista femenina. 1994 aparece "Cambio de planes", premio ACE categoría mejor baladista femenina. 1995 protagoniza una obra teatral con canciones de María Elena Walsh "El país del no me acuerdo". Es conductora de TV en "Latin Music" por Much Music. El programa gana el "Martín Fierro 1996": mejor programa de música latina. 1998 en teatro con la obra "Manuelita de Pehuajó". Conduce "Otro Cantar", en FM La Isla, miércoles de 22 a 24, junto a su hermano, el músico Vane Mihanovich. 1999 participa en la exitosa serie de TV "Vulnerables". 2000 sale el CD "Todo tiene un lugar". 2003 participa como actriz y como solista, en TV, con "Costumbres Argentinas". Sale el CD "Sin tu Amor". 2005 en "Radio Mega", graba con Patricia Sosa el Himno Nacional Argentino. Actúa también en este año en la miniserie de TV "Criminal". 2005 El 22 de mayo de 2005, y en concordancia con sus treinta años de trayectoria, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la declara “Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires 2006 junto a Andrea del Boca actúa en "Gladiadores de Pompeya. 2007 cumple 30 años junto a la música y sus 50 años, edita disco en vivo grabado en el Teatro Opera con sus clásicos. Del mismo promete editar su primer DVD. 2010 participa del unitario histórico Lo que el tiempo nos dejó en el capítulo “Los niños que escriben en el cielo” de Telefé. 2011 participa del jurado de Talento Argentino por telefé. 2012 Es nominada a los Premios Estrella de Mar en la categoría "Mejor Espectáculo Musical" de la temporada 2011-12. 2012 Ha realizado desde el 2011 hasta el momento, numerosas presentaciones en la sala “Velma Café”, con un espectáculo intimista, donde su potente y afinada voz y su encanto personal confluyen en un show inolvidable. Actualmente se encuentra en la edición de su nuevo trabajo discográfico “Vuelvo a estar con vos”. 2012 El 29 de abril se presentó junto a Marisela Verena en el Miami Dade County Auditorium, Miami, Florida, U.S.A. 2012 En mayo y junio de este año se ha presentado en diversos programas televisivos de gran rating en Argentina, tales como: Soñanado por Cantar de Canal Trece y Gracias por Venir de Telefé. Así mismo, participó del festejo del Día de la Bandera organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en "Una Bandera de Color de Cielo", junto a artistas de la talla de Jairo, el Bahiano, Ana María Cores y Julia Zenko, entre otros. La cobertura de este evento completo y los videos pueden disfrutarse en exclusiva en la web oficial de Sandra Mihanovich. Hace pocos días le donó un riñón a su ahijada. Bendiciones Sandra!!!

jueves, 16 de agosto de 2012

Julián Centeya


Me llamo Julián Centeya
por mádato soy cantor.
Nací en la vieja Pompeya,
tuve un amor con Mirella.
Me llamo Julián Centeya,
su seguro servidor.

Me llamo Julián Centeya,

sí supe ser, más llorar.
En un recuerdo va ella,
compadre no llega mella.
Me llamo Julián Centeya,
no le quiero recordar...

Noche de un tiempo

que ya no vuelve...
Viejos recuerdos
que fui cantando...
Amores hondos
que se me fueron...
Toda tu gloria
la estoy llorando...


 Julián Centeya 

 
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lunes, 13 de agosto de 2012

La ví llegar

La vi llegar...
¡Caricia de su mano breve!
La vi llegar...
¡Alondra que azotó la nieve!
Tu amor -pude decirle- se funde en el misterio
de un tango acariciante que gime por los dos.

Y el bandoneón
-¡rezongo amargo en el olvido!-
lloró su voz,
que se quebró en la densa bruma.
Y en la desesperanza,
tan cruel como ninguna,
la vi partir sin la palabra del adiós.

Era mi mundo de ilusión...
Lo supo el corazón,
que aún recuerda siempre su extravío?.
Era mi mundo de ilusión
y se perdió de mí,
sumándome en la sombra del dolor.
Hay un fantasma en la noche interminable.
Hay un fantasma que ronda en mi silencio.
Es el recuerdo de su voz,
latir de su canción,
la noche de su olvido y su rencor.

La vi llegar...
¡Murmullo de su paso leve!
La vi llegar...
¡Aurora que borró la nieve!
Perdido en la tiniebla, mi paso vacilante
la busca en mi terrible carnino de dolor.

Y el bandoneón
dice su nombre en sgemido,
con esa voz
que la llamó desde el olvido.
Y en este desencanto brutal que me condena
la vi partir, sin la palabra del adiós...


Julián Centeya  (1944)

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sábado, 11 de agosto de 2012

Mi viejo

Quisiera amasijarme en la infinita
ternura de mi barrio de purrete
con un cielo cachuzo de bolita
y el milagro coleao del barrilete
Verlo a mi viejo
un tano laburante que la cinchó parejo, limpio y largo
y minga como yo
un atorrante
que la va de "sover"
y se hace el raro
Vino en "Conte Rosso
fue un espiro
tres hijos, la mujer, a más un perro
como un tungo tenáz cinchó de tiro
todo se lo aguantó: hasta el destierro
y aquí palmó
aquí yace adormecido
mi viejo, el pobre tano laburante
se las tomó una cheno de descuido
y nos dejó un recuerdo lacerante
Qué mundo habrá encontrado en su apoliyo
si es que hay un mundo pa los que se piantan
quizás el cuore cuyo se hizo grillo
y su mano cordial es una planta.

  de Amleto Vergiatti mas conocido como Julián Centeya



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jueves, 9 de agosto de 2012

JAF es el nombre artístico e iniciales del cantante argentino Juan Antonio Ferreyra, nacido el 29 de julio de 1958 en Buenos Aires. A la edad de 12 años formó su primera banda, denominada La Máquina Infernal. Esa banda estaba formada por Ferreyra en guitarra y voz, Gustavo Andino en batería, Roberto Taccone en segunda guitarra y Carlos Martes 13 Salcedo en bajo. Más tarde Roberto Taccone reemplazó a Martes 13 en el bajo. Esta banda tenía los ensayos en casa de Ferreyra, en la ciudad Ituzaingó (en las afueras del Buenos Aires). Los temas que realizaban eran covers de Creedence Clearwater Revival, The Beatles, Ten Years After y algunos propios. Tocaban por toda la zona oeste. El último recital de esta banda se realizó en el Club Fragio de Ituzaingó. A los 20 años (1979) lideró el grupo La Banda Marrón, compuesta por Antonio Manuel Garcia Lopez (hermano del Negro García López, el guitarrista de La Torre y Charly García) y Beto Topini (La Torre y actualmente con JAF) quien al dejar Banda Marron para irse a La Torre fue reemplazado por el ex Sui Generis Juan Jorge Rodriguez; sus presentaciones estaban dedicadas de lleno al rock y al blues, haciendo temas propios como "Elena X" y "Qué voy a hacer ahora" y covers de Deep Purple y Freddie King entre otros referentes del género. Durante algunos años sólo ofrecieron shows de pubs. Los mismos fueron en franco ascenso y, a mediados de los años ochenta, abandonó esta banda y pasó a formar parte de la banda más conocida que integró: Riff. Junto a Pappo en voz y guitarra, Vitico en bajo y Oscar Moro en batería, grabó Riff VII (1985) y Riff & roll, disco que capturó al cuarteto tocando en vivo. Su unión con el grupo duró sólo 10 meses, luego de lo cual dejó la banda, para más tarde llevar a cabo su carrera como solista. Antes de esto graba las voces del disco solista de Vitico. En 1989 salió a la calle Entrar en vos, su primer disco solista. En 1990 sacó su segunda placa, Diapositivas, que fue presentada en vivo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y luego en el estadio River Plate, como telonero de Eric Clapton y Joe Cocker. En 1992 se encerró en el estudio y dio forma a su tercera placa, Salida de emergencia. Durante el año 1993 presentó Me voy para el sur, su cuarto LP grabado en Los Angeles, U.S.A.. En 1994 se volvió a hacer presente con su quinto álbum, Hombre de Blues. Fue uno de los artistas más aplaudidos en el Homenaje a Carlos Gardel organizado en el Teatro Presidente Alvear por la Secretaría de Cultura de la Nación, cantando el clásico Por una cabeza. En 1995 viajó otra vez a Estados Unidos para terminar de registrar Corazón en llamas su sexto LP. En 1997 la compañía BMG editó su primer álbum compilatorio después de no aceptar grabar el tan esperado disco "En Vivo", titulado JAF (grandes éxitos) con el cual rescinden el contrato de Juan con esa compañia. Luego de más de 8 años y 6 discos oficiales como artista de la compañía BMG, JAF se dispuso a editar un nuevo material discográfico, el séptimo de su carrera. La placa se llamó N.º 7, fue la primera producción independiente del artista y fue presentado oficialmente en el Teatro Astral, durante las noches del 21 y 22 de noviembre de 1997. En el año 2000 grabó el tema Gritarle al diablo, junto a Germán Burgos, para la placa Fasoleras de tribunas grabada por el futbolista. Ya en el año 2001 participa en el disco La leyenda continúa: tributo a Rata Blanca, con el tema «La misma mujer», enigmático tema del primer disco de Rata Blanca, con Saúl Blanch. Luego editó Un largo camino que contó con la producción artística del propio JAF. La banda que lo acompañó en la presentación de esta placa estuvo integrada por Jorge Luis Patón Cimino en batería, Germán Wintter en bajo y Daniela López (quien desde 1997 también es asistente personal del músico) y Mariana Sosa en coros. Algunos temas de Un largo camino se adelantaron el día 9 de agosto de 2003 en una función a sala llena en el cine teatro Premier, de la calle Corrientes, con tanta aceptación por parte de la audiencia, que se hizo inminente su presentación oficial a fin de año. Esta tuvo lugar el 20 de diciembre del 2003 en el teatro Gran Rivadavia. Con este nuevo material dado a conocer, JAF no cesó de recorrer cada uno de los puntos de la República Argentina. Comenzó el año 2004 con su habitual gira veraniega, y posterior a esto, sus innumerables actuaciones en Capital Federal, Gran Buenos aires e interior del país. Fueron casi 180 shows, que le han permitido encontrarse con miles y miles de personas que lo ven cada vez que presenta su arte y lo impulsan a seguir adelante con cada uno de sus proyectos. Entre ellos cabe mencionar la convocatoria recibida por JAF para poner su voz en los temas de dos películas argentinas estrenadas en ese año. JAF grabó una versión del tema The night time is the right time, de los legendarios Creedence Clearwater Revival, para la película Luna de Avellaneda, producida por Pol-Ka. JAF en esta oportunidad se dio el gusto de grabar un tema de una de sus bandas predilectas, que lo ha influenciado indudablemente a lo largo de su carrera como artista y a quienes él admira profundamente. La segunda llamada fue para grabar Forever, el tema principal del film Peligrosa obsesión, protagonizada por Pablo Echarri y Mariano Martínez. Para tal ocasión, la productora cinematográfica Patagonik Group lo convocó para registrar el tema en sus dos versiones, inglés y español, y el track se editó en el cd original de la película. El final del año se coronó con dos presentaciones a sala llena en el mítico Condado (de la Capital Federal), donde el público pudo ver a JAF y a su banda Power Trío desplegar una vez más una energía sin igual, mostrando lo mejor de su música y la solidez del artista junto a su banda de rock and roll. Tras los casi 60 shows de la gira de verano 2005, ya un clásico de todas las temporadas, JAF comenzó la preproducción de lo que iba a ser una de las noches más importantes en su carrera; el día sábado 21 de mayo de 2005 JAF se presentó por primera vez en el teatro Gran Rex de Buenos Aires. Si bien había estado en muchas ocasiones en la Calle Corrientes, esta fue la primera oportunidad en que JAF presentó su arte en los escenarios de este teatro, ícono de la cultura nacional y reconocido a nivel mundial por quienes están inmersos en la industria de la música y el espectáculo. Así es que, dicho teatro ―el más grande de Argentina―, ha recibido a artistas internacionales de la talla de Emerson, Lake and Palmer, Jerry Lee Lewis, B.B. King, Buddy Guy y Glenn Hughes, entre otros. JAF se presentó en el teatro Gran Rex de Buenos Aires junto a su banda Power Trío, y además tuvo el honor de tener algunos invitados especiales que hicieron de la noche una velada inolvidable: Adrián Barilari (voz líder de la banda Rata Blanca), Carlos Silberberg (ex cantante del grupo Gamberro), Los Súper Ratones (otra reconocida banda argentina), Sandra Guida (reconocida cantante y actriz del ambiente de la comedia musical), don Mauricio Marcelli (violinista de extensa trayectoria, solista de la orquesta estable del Teatro Colón de Buenos Aires), todos amigos que quisieron compartir con JAF este momento tan especial y tan esperado durante muchos años, sin dejar de mencionar el tema Tal vez mañana brille el sol que cantó junto a su hija Virginia Ferreyra, de 10 años, con quien ya ha compartido escenario en otras oportunidades. De la nombrada actuación, surgió un material de una hora y media de duración aproximada, registrado en DVD + CD En vivo en el Gran Rex, el cual plasmó en audio e imágenes la experiencia vivida aquel día y supone además la aparición del primer disco en vivo del artista. A partir de este momento JAF comenzó a trabajar en un nuevo disco, en paralelo con sus continuas actuaciones y recitales en el ámbito de toda la República Argentina. Luego de la gira de verano 2006, con más de sesenta actuaciones en el mes y medio de temporada, entró a estudios a grabar Aire, su cuarto trabajo independiente y el décimo de su carrera en solitario. Fue registrado entre los meses de marzo y julio de 2006 en los Estudios Abismo, bajo la producción artística y ejecutiva del mismo JAF. Los músicos que lo acompañaron en esta grabación fueron: Pablo Santos en bajo, Beto Topini en batería y Danilo Moschen en teclados. Como no podía ser de otra manera, la presentación oficial de este disco tuvo lugar en el teatro Gran Rex de Capital Federal, el día 16 de septiembre de 2006. Entre marzo y septiembre de 2007, JAF produjo su undécimo trabajo: Uno+. Dicha placa cuenta con trece temas, entre los cuales hay una nueva versión de Helena X, y tres clásicos de todos los tiempos: Is this love, Same old blues y Have I told you lately, que el mismo JAF tradujo al español para este disco. Algunos de los temas compuestos por JAF son: Uno más, Labios, Días sin luz y Maldito invierno. En el año 2009 saca la placa Supercharger, con nuevas versiones de sus éxitos, más un tema nuevo. Canciones como Todo mi amor, Tal vez mañana brille el sol, El doctor y Maravillosa esta noche. Este disco no se edita en formato fisico sino que se puede bajar gratuitamente de la pagina (dontpaymusic). En el 2010 grabó su segundo disco en vivo solista llamado JAF vivo! en el Teatro Coliseo de Buenos Aires y además un DVD con las imágenes del show de más de 2 horas de duración.

martes, 7 de agosto de 2012

Una Playa Desierta

Me sorprende minuto a minuto. Es una persona altamente espiritual. Canturrea en forma permanente. Dice que adora la música, especialmente el jazz. Y suele ensayas unos pasos de danza, descalza. Lo hizo mientras me servía el desayuno en la cama. No puedo creerlo. Esta chica ha recibido una enseñanza japonesa, de geisha. Mientras yo dormía pidió el desayuno en la habitación. Y lo decoró ella misma antes de despertarme. Había cortado unas florcitas amarillas muy lindas que crecen en unos canteros en la puerta del hotel y con ellas adornó la bandeja. No quiero adelantarme a los acontecimientos, pero no puedo evitar el pensar en el mañana, en el retorno a Rosario y la continuidad de nuestra relación con Adriana. Hasta podría pensar en la posibilidad, siempre resistida por mí, de la convivencia. Por ahora puedo decir que aquellos momentos que yo imaginaba antes de venir aquí, se me han cumplido. Your dreams come true, como dicen los yankis. Ya hemos caminado horas por la playa, cerca del atardecer, tomados de la cintura, ella canturreando canciones francesas y abrigados con gorros y pulloveres. El que faltó a la cita, hasta el momento, es el perro peludo que yo imaginaba. Aunque supongo, esa escena la vi yo en “Un hombre y una mujer” hace mil años y ya ese perro debe haber muerto. Lo cierto es que no vimos ningún perro. Y no sólo eso. Ningún ser humano o viviente en la playa, salvo una gaviota que chillaba como enojada. En el pueblito incluso se ve poca gente. Es un caserío apenas, diseminado entre las dunas. -Una maravilla, una maravilla –repite Adriana, embelesada-. Mucho mejor de lo que yo imaginaba. En el hotel ella preguntó por caballos. Quiere montar a caballo junto al mar, sintiendo los fríos dedos de la espuma esparcida por el viento tocando su rostro. Me figuro una escena fuerte, bravía, vital, con nosotros dos cabalgando junto a las olas en la mañana medianamente polar. El dueño del hotel, un hombre de no menos de 78 años, nos promete que conseguirá caballos. Aunque sea uno. -Mi reino por un caballo –bromea Adriana. El viejo la mira, absorto. Adriana suele dejar caer esas citas algo intelectuales, que a mí me agradan pero que suelen ser inoportunas porque no elige bien los interlocutores. Lo hizo un par de veces con un mozo de un parador de la ruta, repitiéndole el título de una película de culto. El mozo sólo atinó a decirle que no tenían. Yo le pregunto al viejo por ciclomotores, boggies, esas motitos con gomas gordas para andar por la arena. El hombre me mira como si le hubiese mencionado un ecógrafo digital simultáneo. No vuelvo a mencionarle el tema. Lo de hoy fue estremecedor. En todo sentido. Adriana quiere beberse la vida de una solo trago. Me instó a levantarnos bien temprano para ver el amanecer y zambullirnos en el Atlántico. Yo me mostré un tanto remolón pero no puedo evitar su entusiasmo. A las siete de la mañana estábamos de pie, todavía estaba oscuro. Cuando salimos del hotel el frío que hacía era casi invernal, pero propio de un invierno de la taiga rusa. Ella cruzó la calle hacia la playa dando largas zancadas de bailarina, girando sobre sí misma y cantando. Un par de veces temí que el viento la estrellara contra la pared del taller mecánico que está enfrente. Los granos de arena nos pulían la piel como si fuesen disparados por un soplete gigantesco. Me vi tentado a sugerirle volver. -Esperemos un poco que calme el viento –le grité, pero el mismo aullido de esa suerte de huracán que venía desde el mar tapó mis palabras. Por otra parte, esperar que calmara el viento no dejaba de ser un deseo infantil. En todos los días que hemos estado aquí el viento no dejó de soplar ni un solo instante, empecinado, terco. Adriana corrió hasta mí, me tomo de la mano y me arrastró hacia el mar. Me encanta cuando actúa así. Tan natural, tan suelta, tan alejada de falsas hipocresías. El frío me despejó el sueño que tenía, pese a que había dormido bien. Debo decir que hemos reducido un tanto nuestra actividad sexual, luego del primer encontronazo incentivado por la curiosidad y la calentura. El paisaje del mar que vi esta mañana, iluminado apenas por la franja naranja que iba creciendo desde el horizonte, me recordó una película noruega que viera años atrás, donde un submarino alemán naufraga en el gélido mar del Norte. Nos sentamos en cuclillas sobre la arena frente a aquel espectáculo. Yo recibía cada tanto sobre la cara el impacto de gotas congeladas que disparaba el viento y me pegaban con la fuerza de gomerazos. -Qué bello... qué bello... –murmuraba Adriana, a mi lado. En un momento, la vi llorar. No supe si era por efecto de la emoción del momento, por el viento en los ojos que tanto suele molestar a los ciclistas, o por el frío que nos atería. De una forma u otra, en ese instante, la amé de verdad. Le pedí que suprimiera el desayuno en la cama. Es muy incómodo, siempre temo que se me vuelque el café sobre las frazadas y además se llena de migas entre las sábanas. Por otra parte, el olor de esas florcitas silvestres con que ella adorna la bandeja al secarse, es bastante repugnante y me hace doler la cabeza. Lo entendió perfectamente. También me agrada eso de ella. Es comprensiva. No intenta imponer su criterio a rajatabla. Le pedí que desayunáramos abajo, con los otros clientes del hotel. De todos modos hay muy pocos. Un viajante de comercio que come solo, otro hombre grande y una pareja de viejitos alemanes, muy amables. Al menos, entre ellos. También desayunó ayer un extraño personaje, alto, pelado, al que le faltaba un brazo, pero hoy al mediodía ya no estaba. El dueño del hotel tiene una prima, una señora de unos 68 años, que permanece mañana, tarde y noche mirando televisión abajo. Cuando no mira televisión, lee diarios viejos. Propuse a Adriana irnos de una escapada hasta Monte Hermoso, cenar en algún restaurante con otra gente, tomar un café en algún bar céntrico. -Soy egoísta –me dijo ella-. Te quiero sólo para mí. Y me desarmó. Me llevó también de nuevo, a ver el amanecer a la playa. Estaba un poco más frío y ventoso que la vez anterior y vimos aguasvivas que parecían tiritar sobre la arena. Pero en esta ocasión Adriana redobló la apuesta: insistió en que nos metiéramos al mar. Sin esperar a que yo le contestara, corrió y se internó en las aguas oscuras con la poética determinación de Alfonsina Storni. Yo intenté seguirla, paso a paso. Aunque ya van dos noches en me he llamado a sosiego, de tanto en tanto ella me hace referencias elogiosas hacia mi virilidad. No podía, entonces, negarme a entrar al mar, con la tonta excusa del congelamiento. Al primer contacto con el agua sentí como si en los pies me pegaran martillazos. Como si alguien con un pico me asestara golpes en los empeines. Mil puntazos agudos después en las canillas, un dolor penetrante en las rodillas y una sensación terrible de que los muslos estaban clínicamente muertos cuando el agua, torpe e invasiva, me alcanzó el borde inferior de la malla. No encuentro palabras, simplemente, para describir lo que sentí cuando el primer cachetazo de hielo líquido me golpeó en los testículos, pese a mis saltos desesperados para evitar que me alcanzara. Recordé, en un pantallazo propio del hombre que pasa vertiginosa revista de su vida momentos antes de morir, cuando un médico de guardia del Sanatorio Parque me estrujó despiadadamente los huevos procurando detectar alguna anomalía antes de dictaminar que mis molestias genitales obedecían al doméstico y poco heroico “síndrome del pantalón vaquero”, prenda demasiada ajustada en la mayoría de los casos. Tuve que tomar una sopa bien caliente, al mediodía, para recuperar los colores. No hay muchas cosas con las que alimentarse de todos modos en el hotel “Albatros”, lo confieso. Ensalada de papas casi siempre, alguna milanesa, fideos con manteca, ensalada de lechuga y tomate. Poco pan. No les llega muy a menudo. Me ofrecieron galletitas de agua. Prefiero el pan viejo, tostado. Me tuestan las galletitas. Adriana se ríe de la situación. A mí, en cambio, me está cansando un poco. Y lo reconozco, Adriana es fantástica, pero no me satisface tenerla para mí solo, al menos en el aspecto visual. Es de esa clase de mujeres que merece ser mostrada, lucida. Tal vez me equivoqué y debería haberla invitado a Mar del Plata. Ella hubiese aceptado lo mismo. Un lugar con mucha gente, donde uno pueda ir de noche a un restaurante y todos los tipos lo miren con envidia. Esos tipos que salen a comer con los chicos y sus mujeres gordas, que ya están hartos del matrimonio o quizás, vencidos. Donde uno puede tener la fortuna de encontrarse con gente amiga de Rosario, con conocidos de Rosario que piensen: “Mirá qué hijo de puta Alberto, la mina que se trajo el guacho”. Tipos con esposas que preguntan: “¿Quién es ésa que está con tu amigo?”. Que no dicen “la mujer” o “la joven que acompaña a tu amigo”. Dicen, escupen, “esa”, conscientes de que también su propio marido se muere por una belleza así y que ellas no pueden competir con mujeres como Adriana. Le pregunto a Adriana. -¿No querrías, Adriana, que uno de estos días agarremos el auto y nos vayamos por ahí, a otra parte? Le brillan los ojos. -Puerto Madryn –me dice-. O más al sur, Cabo Desolación, donde todo es más salvaje, donde casi no ha llegado el ser humano. Me han contado de un lugar donde hay grutas, y en las grutas, pinturas rupestres maravillosas... -Puede ser –digo. Y opto por no hablarle más del asunto. Una nueva. Me lee el menú. Si hay algo que me rompe las bolas es que alguien me lea el menú. Le digo y le insisto. -Dejá, Adri. Dejá que yo leo el mío. Pero ella parece no oírme. -Tenés filet de pejerrey a la plancha. Albóndigas con salsa de tomate, bifes a la criolla... Después sigue con las entradas, pasa a los postres y continúa con los vinos. Por suerte el salón comedor Don Tito no tiene un menú demasiado extenso pero de cualquier modo, cuando Adriana termina, lo debo leer todo de nuevo porque mientras ella lo hace como un servicio que brinda a la comunidad, yo me bloqueo y no la escucho. Siento como si me fuera subiendo una furia sorda y debo contar hasta tres antes de putearla. Cosa que nunca he hecho, no haré y que ella no merece en lo más mínimo porque todo lo que hace lo hace por mi bien. Pero no aguanto que haga eso. En algún momento tendré que decírselo si es que deseo que esta relación prospere. Ahora me lee lo de las “croquetas de arroz”, vocalizando como si me estuviera leyendo una estrofa de “El cantar de los cantares”. No quiero ser brusco, pero le pido que la termine. Hoy salimos a caballo por la playa. Calculo que desde que yo tenía doce años en La Cumbre no me subía a un caballo. Adriana estaba encantada. Creo que nunca me he aterrorizado tanto. Para colmo ella montó y se lanzó al galope, gritando de alegría, como en más de una película le he visto hacerlo a Clint Eastwood. Mi caballo, manso según los antecedentes que exigí al dueño del hotel, vio correr a su compañero y se lanzó tras él en aras de una mal entendida fidelidad. Se dice que el caballo es el mejor amigo del hombre. En este caso era claro que el mejor amigo de mi caballo era el otro caballo. Yo le había pedido a Adriana que no corriera. Al menos al principio, hasta que yo le tomara la mano a la cosa. Pero no, llevada por el entusiasmo se lanzó a galope tendido como un lancero de Bengala. Pensé que me mataba. Dos veces me pegué la boca contra el cogote del animal y tres veces tuve que aferrarme a las crines para no caerme de cabeza hacia atrás. Creo que di unos alaridos de advertencia, clamando por ayuda, pero entre que había perdido los estribos y me bamboleaba hacia todos lados como un muñeco inanimado, no puedo recordar mucho lo que pasó. Guardo sólo la sensación de riesgo inminente, la cercana presencia de la muerte y la convicción de que me caería de cabeza sobre la playa para romperme la columna vertebral en mil pedazos y quedar en silla de ruedas como Cristopher Reeve, el desafortunado intérprete de Superman. Pude abrazarme al cuello del caballo cuando ya me caía el animal se detuvo solo, cansado tal vez de su inusual corrida. Se dice que el caballo es el animas más inteligente pero a mí me parece un pelotudo. Ni se dio cuenta de que yo no sabía cabalgar, ni se percató de mis alaridos de horror, ni tampoco tuvo el más mínimo gesto de solidaridad cuando permanecí agarrado a su pescuezo, poco antes de caer sentado sobre la playa. Los perros al menos –ese perro peludo que faltó a la cita de las caminatas junto al mar- suelen tener el gesto de un lambetazo amigo en la cara de uno, de acercarse a olfatear el olor de la adrenalina. Este caballo, ni eso. Se alejó un par de pasos, agitó la cola y comenzó a comer unos yuyos casi secos que allí había. Adriana llegó al galope, entre divertida y alarmada. -¿Qué te pasó? –me dijo. Preferí no contestar. No hubiera podido, de todos modos, porque estaba recuperando el aliento, y para ser sincero, me moría de bronca. Canta para la mierda. Ésa es la verdad. Canta mucho, dice que le gusta el jazz, pero canta para la mierda. Tuve que soportar todos sus intentos de acertarle a alguna canción durante las tres horas que nos llevó el paseo en coche hasta Las Toscas, villorrio fantasmagórico al sur de donde estábamos. Le preguntamos al dueño del hotel por algún lugar para ir a visitar ya que el día estaba lluvioso e hizo un gesto de total ignorancia, encogiéndose de hombros. Luego, tomó un folleto en blanco y negro y nos lo dio. El folleto mencionaba como sitio de visita una escuelita rural donde había estudiado Martín Anselmi, fundador de Las Toscas, describiéndolo como “pintoresco pueblo de pescadores”. Había allí, sí, un mercado, una granja en realidad, donde se vendía pescado y latas de conserva. Los pescadores habían salido al mar y se estimaba que volverían al día siguiente, con suerte. No debían estar muy deseosos de volver a ese caserío. Pero en todo el trayecto en auto hasta allí, Adriana no cesó de canturrear. Me costó casi media hora darme cuenta de que lo que estaba intentando cantar era “Yesterday” cuando yo había estado convencido de que se trataba de algún añejo tango de Pascual Contursi. Me dijo que lo que realmente la enloquecía era el jazz moderno. Entiendo que ha elegido ese rubro a título de defensa. Cualquier boludez que se tararee encaja en el jazz moderno. Un día Ana, mi ex mujer, me arrastró a ver el Quinteto Moderno de las Pelotas o algo así, un conjunto rosarino que hacía según ella el mejor jazz moderno que había escuchado en su vida. Luego de casi cuatro horas salí sin poder tararear absolutamente nada y hasta los huevos de Charlie Parker y sus geniales improvisaciones. Volvimos al hotel y quedaban casi tres horas hasta el momento de la cena. No sé qué hacer para matar el tiempo. No me explico por qué acordé con Adriana buscar un hotel sin televisión en las habitaciones. Y un lugar donde no llegaran los diarios. -Alejados del mundo, Alberto –había dicho ella, soñadora-. En una especie de cápsula, sin recibir noticias sobre la corrupción, ni sobre la guerra de Kosovo ni sobre nada. Nada de nada. Hay, sí, un televisor en el hotel, abajo, el que mira la prima del dueño. Es a color, pero a cada momento se le estruja la imagen y se le cruzan miles de rayas que se encogen y curvan, como si sufriera retortijones, le doliera algo. Cuando mejora la imagen, uno puede ver episodios de “La Familia Ingalls” o de “La isla de Gilligan” completos. -Vamos a caminar por las dunas –se entusiasma Adriana, tomándome del brazo. Estoy olímpicamente roto las bolas de caminar por las dunas. Se me llenan de arena las zapatillas. Me duelen los músculos de las piernas de tanto caminar por la arena. -Eso es por no hacer nunca ejercicio –me regaña Adriana, mimosa. Prefiero no contestarle. Faltan dos horas, 55 minutos y 32 segundos hasta la hora de la cena. Otra nueva: pretende darme de comer en la boca. No miento, quiere darme de comer en la boca. Fuimos al Don Tito. -Parece rico ese puré –le comento, por decir algo, dado que algunos temas se nos están agotando. Acumula puré sobre su tenedor y me lo alcanza. -Probá –me indica. Si hay algo que detesto es que me den de comer en la boca, aunque esa para probar algo mínimo y riquísimo. Me echo atrás. -No, gracias –digo. Ella insiste, el tenedor con el puré en alto, como para clavármelo en un ojo. -Me lo vas a clavar en un ojo –le advierto. Se ríe. -Qué tonto –me dice, sin bajar el puré. Opto por comerlo, mirando a las otras dos o tres mesas con gente que nos observa, atraída por la risa de Adriana. Tiene linda risa. Pero un poco injustificada a veces. Se ríe por pavadas. Le causan gracia cosas que no tienen nada de graciosas, como que las empanadas tengan aceitunas, que un velador tenga la lamparita quemada, o que un gato esté sentado en una silla. Hoy llegué a una conclusión estremecedora. Faltan seis días para volver a Rosario. ¡Seis días! Una eternidad. Procuro en las mañanas despertarme tarde para acortar el día, pero ella me despierta bien temprano para “aprovechar el sol” según dice. Anoche argumenté un desarreglo estomacal para justificar el hecho de quedarme durmiendo. Lo aceptó convencida, y hoy por la mañana se fue sola a la playa. De todos modos me desperté a las siete, como cuando voy a trabajar. No sé qué inventar para matar el tiempo. Ayer logré convencerla de ir hasta Faro Salitre, un sitio donde dicen suelen llegar ballenas a aparearse. Claro que eso es en junio pero le dije a Adriana que tal vez una pareja hubiera decidido hacerlo clandestinamente en noviembre. Luego de tomar algo de sol frente al hotel fuimos hasta allí, 120 kilómetros al sur. Adriana se empecinó en manejar. No lo hizo mal pero me dejó el volante totalmente cubierto de bronceador al aceite. No quise ser duro con ella pero le rogué que la próxima vez se quitara el bronceador de las manos. Me enferma tocar un volante cuando está grasoso. Me enferma, realmente. No estuvimos más de veinte minutos en Faro Salitre. Había un viento espantoso y si había ballenas, no habían decidido mantener sexo explícito frente a terceros. Si había estado allí alguna vez por otra parte, habían abandonado rápidamente la zona, dándome un ejemplo a seguir. Durante el almuerzo decidí proponerle a Adriana acortar las vacaciones, con alguna excusa concerniente al trabajo. Que por ejemplo me habían llamado desde la empresa, mientras ella no estaba en el hotel, reclamándome. Me haría el mustio, el contrariado. Esperé al café para decírselo, pero ella se me adelantó. Se quedó mirando lánguidamente al vacío, y luego suspiró. -Me quedaría aquí para siempre –dijo-. Bah... No, tal vez, para siempre. Pero sí dos meses, tres meses, una temporada... No me atreví a decirle nada. Me aboqué a pensar qué podríamos hacer hasta la noche. No la soporto más, es indudable. Se torna francamente estúpida por momentos con esa postura de mujer informada. Y no aguanto que me colme de atenciones, que esté siempre pendiente de mí, que me mime. Insiste en que pruebe la comida de su plato, en explicarme el menú y no sólo eso, ahora se empecina en leerme párrafos enteros del libro El mundo de Sofía . Termina de leer esos fragmentos, apoya el libro sobre su pecho, mira el horizonte y dice: “Qué maravilla, qué maravilla”. Me sorprendo pensando en la posibilidad de que se ahogue. Me ocurrió esta mañana. Ha desistido ya de arrastrarme al mar. Estuve dos días con un resfrío mortal por meterme en esas aguas de deshielo. Hoy ella corrió como siempre y se zambulló en el mas como si nada. Desde adentro me gritaba: “¡Vení! ¡Vení, está lindísima!”. Una nueva trampa. No caí en ella. Pero imaginé que una ola la tapaba y se la llevaba mar adentro, hacia las profundidades abisales donde hay peces con ojos luminosos. De sólo pensar esa posibilidad experimenté una tranquilidad maravillosa. Imaginé volver solo en el auto, escuchando en la radio audiciones de fútbol, sin tener que aguantar el olor al perfume ese que usa y que huele a agua estancada. Imaginé, también, que la atrapaba un tiburón. No uno común, chiquito, de ésos que se pescan en el espigón de Necochea. No. Un tiburón como los de la película, uno gigante, de los blancos, que se la pudiera comer en dos bocados, que no le diera tiempo de gritar, pedir ayuda o leerme el menú. ¿Qué haría yo si ella pedía ayuda, por ejemplo, en cualquiera de las dos ocasiones, tanto frente a la vorágine del oleaje como entre las fauces del formidable escualo? Supongo que me debatiría en la duda de correr en su auxilio o quedarme en la playa. Nunca hay nadie en la playa, ningún testigo indiscreto podría culparme. Lo cierto es que no hay tiburones de ese porte en las aguas frías. A lo sumo podía fantasear con la esperanza de un calambre. Aunque quedaba la posibilidad de los acantilados. Hay algunos, no muchos, caminos a Las Toscas. Lo pensé la vez pasada, cuando ella insistía en aproximarse peligrosamente a sus bordes, desestimando mi reconocido vértigo, en tanto hablaba de Dover de Irlanda, de las leyendas celtas y todas esas pelotudeces. Supe que no iba a poder empujarla, por ejemplo, pero que me hubiera gustado hacerlo. O vi incluso unas rocas algo sueltas, pero no le avisé, como dejando todo supeditado en definitiva al arcano designio de la fatalidad en el caso de que ella las pisara y se fuera de cabeza al abismo, flameando el pañuelo lila que usa en el cuello, agitando en el aire las manos impregnadas de aceite bronceador N-40. Ahora está junto a mí, que simulo dormitar, y me habla como a un chiquito. Entrecierra los ojos, frunce la boca como en un piquito y me habla como si hablara con un nenito de tres años, meneando un poco la cabeza. Me pregunta si estoy bien, si tengo frío, si tengo hambre, si tengo sueño, si tengo sed, si hay algo que me gustaría hacer. Confieso que no lo hace muy a menudo. Es más, es la primera vez que lo hace pero querría matarla, retorcerle el cogote, estrangularla con mis propias manos. Es notable cómo un hombre manso y bueno como yo puede albergar ese tipo de sentimientos presionado por la convivencia obligatoria. El mar no me ayuda, los tiburones tampoco, los acantilados permanecen firmes. Resoplo y no le contesto. Me aterroriza algo que comenta después. Programa cosas para hacer juntos a nuestra vuelta, en Rosario. -Podríamos ir a ver al Conjunto Rosarino de Jazz –propone, entusiasta. Resoplo de nuevo. Creo que preferiría agarrarme los huevos con una prensa. Sean diez días, seis o dos, por otra parte, la finalidad ya está cumplida. Contreras debe tener una úlcera perforada y Goñi se habrá encargado de contarle mi aventura a todo el mundo. Sería un poco tonto volverse antes, como si uno no hubiese en verdad, disfrutado. No puedo creerlo, faltan todavía cinco días. Respiro mejor y creo que hasta se me ha pasado el resfrío. Me sacudo de alegría en el asiento pensando que podré encontrarme con los muchachos a comer algo o sentarme durante horas frente a la computadora de mi departamento a jugar juego de guerra como “Civilización II” o “Age of Empire”. Con un poco de suerte llegaré a Rosario con tiempo como para elegir un buen programa de cine para ir a la noche. No me atreví, en definitiva, a decirle nada a la pobre Adriana. No es mala, después de todo. Me desperté a las cinco de la mañana y me escapé con lo puesto. Ya a la noche le había comentado al dueño del hotel que debía irme de improviso, pero que le dejaría la habitación paga hasta el domingo, si es que ella decidía quedarse. Como le gustan tanto las playas desiertas es posible que lo haga. Tuve que resignar parte de mi ropa, aunque no traje tanta. Quizás ella, de puro buena, me la traiga a Rosario, lo que le resultaría una excelente excusa para volver a verme, si es que no se enoja demasiado por mi fuga. En principio pensé en dejarle una notita prendida a la almohada, como en los tangos, pero luego me pareció un detalle un tanto demodé. Por otra parte, no hubiese sabido muy bien qué ponerle. Ojalá se enoje tanto que no me llame. Aunque la veré sin duda en el “Freddy”. Espero que en ese momento se me ocurra algo. Hasta ese instante, cuando ella llegue al boliche, podré comentarle a Contreras, como al descuido que Adriana no se saca la pulserita del tobillo ni siquiera para ducharse. Roberto Fontanarrosa Photobucket

sábado, 4 de agosto de 2012

Una Playa Desierta

Lo que siempre soñé, seamos francos. El sueño de cualquier hombre que se precie de tal. Irse diez días a una playa desierta, acompañado por una mina nueva que está buenísima. Cómo ha influido el cine en todos nosotros. Pensaba en el viaje y la primera imagen que me venía a la mente era la de Adriana y yo caminando por la playa, de pantalones cortos y pullover, acompañado de un perro muy peludo –confieso que no sé de dónde carajo podría haber salido ese perro- en un atardecer un tanto gris y ventoso. Esas playas extensas, anchas, desoladas, agrestes y rectas, en las cuales uno puede caminar y caminar sin detenerse hasta llegar a Tierra del Fuego. Con médanos, pequeñas cercas de madera semipodrida y arbustos achaparrados. No sé si vi algo así en “Julia”, aquella película donde Jason Robards hacía de Dashiell Hammett y la Vanessa Redgrave era su esposa escritora que se iba a completar una novela a un sitio parecido. Vanessa Redgrave o Jane Fonda, alguna de las dos era la esposa. O tal vez en aquellas película en blanco y negro de la nouvelle vague francesa, sin música de fondo, donde los intérpretes, siempre preocupados, siempre angustiados por algo, hablaban con monosílabos sólo a intervalos de veinte minutos. Digamos, nada de playas tropicales con palmeras y gente en catamaranes. Nada de negros bailando calypso bananero, nada de minas en bikini jugando con una pelota enorme. Algo más austral, más profundo, más sensible, más auténtico. Mi segundo pensamiento sobre el viaje era siempre el mismo. Adriana y yo revolcándonos en la cama, haciendo el amor ferozmente en los lapsos libres en que no caminábamos con el perro peludo. Tengo una pizca de decepción. Un atisbo apenas, nada serio. Y es en cuanto a lo del sexo. Fue fantástico anoche, sin duda. Adriano es, digamos, sensacional. No diría escultural, porque eso es mucho decir, pero se acerca bastante a las mujeres de las tapas de revistas. Tal vez un poco mayor, en edad. Me dijo que tiene 33, la edad de Cristo, dato muy poco válido porque estaríamos comparando personalidades, ocupaciones y conceptos de vida, en principio, bastante diferentes. Pero cuando contemplaba por primera vez esos pechos ceñidos, duros, tercos; ese vientre recto, los muslos firmes y casi musculosos, en tanto ella se alistaba para venir a la cama, comprendí que la vida me estaba premiando por algo. Ya vendrá el momento de averiguar por qué. Tal vez por ese dinero que le presté a tía Haydée para que se comprara el lavarropas. Un detalle, apenas. Tiene los tobillos un poquito, un poquito gruesos. Adriana, no tía Haydée. Quizás el haberme fijado demasiado en el toque perturbador de la pulserita tintineando sobre su zapato de taco alto me haya hecho pasar desapercibido ese punto. Por lo demás, una diosa. Una potra, como diría Goñi. A lo que me refiero más que nada, cuando hablo de una pizca de decepción, es al sexo en sí. Estuvo bien, es cierto, y tras repetir la cosa tres veces –y estoy diciendo tres veces- me sentí pleno, realizado y con hambre. Pero ella, digamos, es algo inerte. Que se entienda bien. Acepta, concede, gimotea incluso; pero es, podría definirse, poco participativa. Un tanto fría. No es divertida, en una palabra, ni se suelta. Como si hubiera aprendido de grande. Ana, por ejemplo, mucho menos dotada físicamente, era más graciosa, más entretenida, más risueña. Ni hablar de Elena, un poco grosera por momentos cuando gritaba barbaridades, pero vibrante, intensa. Desaforada. Me preocupa un poco la cifra. Tres. Que no piense Adriana que todas las noches será lo mismo. Veremos cuando me reponga. Se durmió enseguida, angelicalmente, tras haberme pedido que bajar al lobby a buscarle un yogur. Esas ocurrencias tiernas me doblegan. Es dulce, francamente...Continuará Roberto Fontanarrosa Photobucket

jueves, 2 de agosto de 2012

Una Playa Desierta (Continuación)

Todo, todo demasiado fácil. No estaba casada, ni de novia, ni nada. Accedió inmediatamente a tomar un café ese fin de semana. Hablaba, se reía y me trataba con una soltura como si me hubiese conocido de años. Comentamos algo sobre nuestras ocupaciones, sobre el cansancio que genera el trabajo. Sobre lo lindo que sería tomarse un descanso. Y se prendió de inmediato en la fantasía de pasar unos días en una playa desierta. Le dije que eso podía ser realidad. Que a mi se me habían acumulado días de vacaciones, que tenía un buen auto y que podíamos irnos los dos juntos a algún hotelito tranquilo más al sur de Monte Hermoso. Ella incluso propuso Trelew, pero ya me pareció un poco extremo. Nos poníamos de acuerdo inmediatamente, era como si estuviésemos compartiendo un carrito de una montaña rusa y nos dejáramos llevar por el vértigo desenfrenado. No hubo sexo, sin embargo. Fue un poco como si diéramos ya por sentado que sucedería, pero no en la ciudad rugiente y cubierta de smog, sino en la abrigada habitación del hotel costero, arrullados por el restallar empecinado del oleaje. Perdonen lo barroco del lenguaje, pero tengo una cierta tendencia al romanticismo. -Me fascina la piel –le comenté a Contreras, cara a cara, sentados uno frente al otro, cuando él ya parecía haber asimilado a duras penas el golpe y se decidió a preguntarme cómo había sido-. Ese tono dorado, casi sepia. Y las piernas especialmente, muy fuertes, de una persona que ha hecho deportes, me da la impresión. Y usa... usa... –puntualicé, como al descuido- ...una pulserita en un tobillo... Contreras apretó los labios y supongo que tragaba bilis. Me juego las bolas que él pensaba atracársela. Tiene más guita, mejor coche y, admitámoslo, mas pinta que yo. Es difícil adivinar el gusto de las mujeres pero al menos Marisa y María Elena, de Sueldos, dicen que está “muy fuerte”. Pienso que las obnubila el poder, el hecho de que Contreras sea jefe de ellas. Admito que no luce mal, que el hombre tiene su pinta y está bastante entero para sus 55 años. Sé que hace gimnasia, sale a trotar y juega al golf. La va de fino además, de hombre de mundo, y eso suele emocionar a las mujeres. Pero no puede competir conmigo por algo simple, demasiado simple: no tiene tiempo. Podrá ofrecer una noche de amor clandestino, alguna cita a escondidas a la siesta, tal vez algún fin de semana en Buenos Aires. Pero no muy a menudo tendrá un sábado o un domingo para invitar a una mina a dar una vuelta, lo más piola, por el Parque Independencia, La Florida. O irse al río, a la isla. Goñi fue, por supuesto, más estentóreo y demostrativo. Se tiró del pelo, zapateó un poco, me puteó un rato largo y, por último, me besó efusivamente en las mejillas y confesó que me envidiaba desde lo más profundo de su corazón. -Pero no con una envidia sana –se apresuró a aclarar-. Con una envidia puta y enfermiza, la peor de las envidias. Había preguntado, había exigido detalles por supuesto, luego de verme encarar a la flaca, pero yo le dije que la cosa no había pasado de una charla cordial sobre la inteligencia emocional y que, fuera de eso, no me había dado mucha bola... Roberto Fontanarrosa

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