miércoles, 24 de diciembre de 2014

EL BUSCADOR

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador… 
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra. 
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda. 
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir. 
Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. 
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada. 
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. 
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar. 
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas 
 El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años… Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. -No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños? 
El anciano sonrió y dijo: – Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…: “Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. 
Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: 
 A la izquierda, qué fue lo disfrutado. 
A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. 
 Conoció a su novia y se enamoró de ella. 
¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso…
¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? ¿Y la boda de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿ Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días? 
 Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento. 
 Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”.

JORGE BUCAY



sábado, 20 de diciembre de 2014

Obstáculos

Voy andando por un sendero. Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras.
En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad .
Agudizo la mirada para distinguirla bien.
Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo.
Todas mis metas, mis objetivos y mis logros.
Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad.
Lo que quiero conseguir, lo que necesito,
lo que más me gustaría ser, aquello
a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo,
lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos
Me imagino que todo eso está en esa ciudad.
Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella.
A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba.
Me canso un poco, pero no me importa.
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante,
en el camino.
Al acercarme, veo que una enorme zanja
me impide mi paso. Temo… dudo.
Me enoja que mi meta no pueda
conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto… Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante,
aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera
y también la salto.
Corro hacia la ciudad:
el camino parece despejado.
Me sorprende un abismo que detiene mi camino.
Me detengo. Imposible saltarlo.
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas.
Me doy cuenta de que está allí para
construir un puente.
Nunca he sido hábil con mis manos…
Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo…
y resisto.
Empiezo a construir el puente.
Pasan horas, o días, o meses.
El puente está hecho. Emocionado,
lo cruzo. Y al llegar al otro lado…
descubro el muro. Un gigantesco muro frío
y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…
Me siento abatido… Busco la manera de esquivarlo.
No hay caso. Debo escalarlo.
La ciudad está tan cerca… No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire…
De pronto veo, a un costado del camino
un niño que me mira como si me conociera.
Me sonríe con complicidad.
Me recuerda a mí mismo… cuando era niño.
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja:
-¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?
El niño se encoge de hombros y me contesta:
-¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras… Los obstáculos los trajiste tú.
 Jorge Bucay



domingo, 14 de diciembre de 2014

LA GENEROSIDAD DA FRUTOS

En un oasis escondido entre los mas lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. 
Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
 -Qué tal anciano? La paz sea contigo. 
 -Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea. 
 -Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos? 
 -Siembro- contesto el viejo.
 -Qué siembras aquí, ELIAHU?
 -Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar. 
 -Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.
 -El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor. 
 -No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos... 
 -Dime, amigo: Cuántos años tienes? 
 -No sé... sesenta, setenta, ochenta, no se... lo he olvidado... pero eso qué importa? 
 -Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
 -Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
 -Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero. 
 -Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves , a veces pasa esto: tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo. 
 -Tu sabiduría me asombra, anciano. 
Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás mas importante que la primera. déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas. 
 -Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no sólo una, sino dos veces. -Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte... 

 JORGE BUCAY



Facundo Arana

Facundo Arana es un actor y músico argentino.
Famoso por sus papeles protagónicos en series televisivas como Chiquititas, Muñeca Brava, Yago, Pasión Morena, Padre coraje, Sos mi vida, Vidas Robadas y Farsantes, entre otras. 

Fecha de nacimiento: 31 de marzo de 1972 (edad 42), Buenos Aires 
Estatura: 1,89 m 
Cónyuge: Maria Susini (m. 2012) 
Hijos: India Arana, Yaco Arana, Moro Arana 
Padres: Dr. Jorge Arana Tagle, Mathilde von Bernard

lunes, 8 de diciembre de 2014

Griseta

Griseta Mezcla rara de Museta y de Mimí 
con caricias de Rodolfo y de Schaunard, 
era la flor de París que un sueño 
de novela trajo al arrabal... 
Y en el loco divagar del cabaret, 
al arrullo de algún tango compadrón, 
alentaba una ilusión: soñaba con Des Grieux, 
quería ser Manon. 
 Francesita, que trajiste, pizpireta, 
Sentimental y coqueta la poesía del quartier, 
¿quién diría que tu poema de griseta 
sólo una estrofa tendría: 
la silenciosa agonía de Margarita Gauthier? 
 Mas la fría sordidez del arrabal. 
agostando la pureza de su fe,
 sin hallar a su Duval, 
secó su corazón lo mismo que un muguet. 
Y una noche de champán y de cocó, 
al arrullo funeral de un bandoneón, 
pobrecita, se durmió, 
lo mismo que Mimí, lo mismo que Manón.


Tango 1924 
Música: Enrique Delfino Letra: 
"Cátulo" José González Castillo

 
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