miércoles, 23 de octubre de 2013

Manuel Wirzt

Manuel Wirzt Fue mimo en los shows de Juan Carlos Baglietto. El mismo año que se inició como solista, editó su primer disco titulado "En Funcionamiento" (1987), el cual presentó en el Chateau Rock ’88. Junto a La Torre realizó una gira en 1988 por la Unión Soviética en donde se presentó ante 300 mil personas. Después de su segundo album, "Mala información", se dedicó a conducir programas infantiles como "Dibujuegos" y "No te quedes afuera". Además participó en programas de humor junto al actor Guillermo Francella. En 1992 lanzó "Manuel Wirtz", con la participación de Hilda Lizarazu. En este album se destacó el tema "Donde quiera que estés". Luego surgió en 1994 "Magia", su cuarto trabajo; el mismo contiene los temas "Rescata mi corazón" y "Por ganar tu amor". Un año después grabó "Cielo y Tierra" y en 1997 presentó su sexta placa, llamada "Una razón". En el año 2002 sale a la venta "Grandes Exitos" y en el 2005 llegue su disco "Quimera", con composiciones originales de Wirzt y Alberto Lucas, y con la participación de Gustavo Cordera en "Bla, bla, bla". "Loco por ti", corte de difusión, fue cortina de la telenovela "Yago, pasión morena". En el 2009 editó "Vení", del cual se desprende el hit "No me digas que no". Este álbum fue presentado en 2011junto a sus grandes éxitos en La Trastienda. El cantante y compositor MANUEL WIRZT cumple 25 años de carrera y lo celebra con un concierto único, el jueves 7 de Noviembre en el Teatro Ópera de Buenos Aires, en el que presentará las mejores canciones de su historia. Este evento, además, se registrará para la edición de su primer DVD. Entradas a la venta. http://www.manuelwirzt.com.ar/

lunes, 21 de octubre de 2013

Amigos por el viento

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. 
Algo susurra pero no se le entiende. 
A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. 
Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas. 
 Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. 
A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma. amistad Así ocurrió el día que se papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detras de su sombra y sus valijas. 
También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio. cuento corto - Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece? - Me parece bien - mentí. 
 Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró: - No me lo estás deciendo muy convencida... - Yo no tengo que estar convencida. - ¿Y eso que significa? - preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida. Me vi obligada a levantar los ojos del libro: - Significa que es tu cumpleaños, y no el míó - respondí. 
 La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá. Que mamá tuviera novio era casi insoportable. 
Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte. - Se van a entender bien - dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad. La gata, único ser que entendía mi desolación, salto sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena. 
 Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. 
Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. "Se me acaba de romper una copa", inventaba mamá, que, contal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrozas hechicerías. cuento Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, apareciá un tal Ricardo y todo volvía a peligrar. 
 Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. 
Despues pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. 
Algo que yo no pude conseguir. - Me voy a arreglar un poco - dijo mamá mirándose las manos. - Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre. - ¿Qué te vas a poner? - le pergunté en un supremo esfuerzo de amor. - El vestido azul. relato Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo qué me esperaba. Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarían pegados en los costados de su boca. 
También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata. Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones. Relato Corto - ¡Mamá! - grité pegada a la puerta del baño. - ¿Qué pasa? - me respondió desde la ducha. - ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos? El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba. - ¿Palabras que parecen ruidos? - repitió. - Sí. - Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg... ¡Ring! - Por favor - dijo mamá -, están llamando. No tuve más remedio que abrir la puerta. - ¡Hola! - dijeron las rosas que traía Ricardo. - ¡Hola! - dijo Ricardo asomado detrás de las rosas. separaciones Yo miro a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto. 
 Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas. Liliana Bodoc - Podrían ir a escuchar música a tu habitación - sugirió la mujer que cumplía años, deseperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por afixia a los invitados. 
 Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata. No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas: despedidas - ¿Cuánto hace que se murió tu mamá? Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo. - Cuatro años - contestó. Pero mi rabia no se conformó con eso: - ¿Y cómo fue? - volví a preguntar. Esta vez, entrecerró los ojos. Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada. - Fue... fue como un viento - dijo. 
 Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida? - ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? - pregunté. - Sí, es ese. - ¿Y también susurra...? - Mi viento susurraba - dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía. - Yo tampoco entendí. - Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza. Pasó un silencio. - Un viento tan fuerte que movió los edificios - dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces... Pasó una respiración. - A mí se me ensuciaron los ojos - dije. Pasaron dos. - A mí también. - ¿Tu papá cerró las ventanas? - pregunté. - Sí. - Mi mamá también. - ¿ Por qué lo habrán echo? - Juanjo parecía asustado. - Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio. 
 A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas. - Si querés vamos a comer cocadas - le dije. Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.


 Liliana Bodoc.


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viernes, 18 de octubre de 2013

Los días del fuego (fragmento)

Estas palabras fueron antes memoria, antes fueron sucesos. Palabras que nadie podría pronunciar, desmemoria, sucesos perdidos para siempre si una mujer Nakín no se hubiese ofrendado. El Clan de los Búhos le otorgó un destino: debía resguardar para los hombres todos los aconteceres de un tiempo que ya era antiguo cuando transcurría. Ella obedeció. Se sentó frente a los códices sagrados. Sin cerrar nunca los ojos, repitió la misma cosa durante muchos días, muchos años. Y sólo esas palabras le importaron. Pero luego comprendió que no bastaba con obstinarse en retener sucesiones idénticas. Comprendió que en la línea recta se fatigaba la memoria. Entonces, siguió el camino de la línea que se tuerce y retuerce; porque el trazo circular es más propicio para el recuerdo. Cuando tampoco fue bastante, Nakín buscó el favor de la música. Y es que la música dispone de inmensidad. Más que el desierto y el horizonte. Pero nuevos nombres y cifras se añadían. Crecía su cansancio. Agitada, transformada en rumores sin sentido, Nakín trazó dibujos en su memoria. Una bandera para el número veinte. Para el número diez, media bandera. El cuatrocientos fue una pluma, el ocho mil fue una balsa. De ese modo, Nakín de los Búhos retuvo las edades y los años; todos los números del pasado. Sin embargo, tampoco así fue suficiente. Ya sin espacio por dentro, lívida por fuera, Nakín pidió ayuda a los colores. Confió en ellos. Negro y rojo para la sabiduría, azul para la realeza, amarillo para el rumbo de las mujeres. Al fin, Nakín de los Búhos cayó hasta el fondo de su fatiga. Cerró los ojos, cubrió con sus manos los signos de los códices. Y dejó escapar por la boca entreabierta cada uno de los recuerdos que guardaba. Creyó, sin clemencia por sí misma, que era débil y apocada en su alma. La mujer abrió los ojos para llorar. Entonces, vio a través de sus lágrimas. Y aprendió por el llanto que la memoria sólo perdura si se reinventa. "Antes fui mujer, Nakín de los Búhos. Luego mis mayores me dispusieron para el recuerdo y lo acepté. Al principio dije la misma cosa durante muchos días, muchos años. Y sólo esas palabras me importaron. Cuando no fue bastante, comencé a cantar. Y es que la música dispone de inmensidad; más que el horizonte y el desierto. Pero nuevas cifras y nombres se añadían. Crecía mi cansancio... Tantas cifras y nombres, tanto cansancio se añadía que tracé dibujos en mi memoria. El cuatrocientos fue una pluma, el ocho mil fue una balsa. Después puse en mi ayuda los colores. Confié en ellos. Al fin, me despeñé hasta el fondo de mi fatiga. Cuando abrí los ojos para llorar vi a través de las lágrimas. Y aprendí que la memoria debe ser reinventada. Sólo así es capaz de perdurar y atravesar el tiempo." Nosotros le pedimos... ¡Canta, Nakín!, ¡reinventa la memoria! Balsa sobre balsa sobre pluma en azul. Continúa cantando para que no olvidemos. Ella responde... Azul estoy cantando. Canto media bandera en rojo y negro. ¡Ya no puedo hacer más que reinventar colores y cantarlos! Ya no puedo hacer más. La luna en los códices No era barro cocido y trabajado a punzón; de nuevo no lo era. No era cierto que Bor tuviese su vasija terminada. Tenía, eso sí, mucho que andar por dentro de sí mismo. El Supremo Astrónomo estaba prisionero en el observatorio de Zabralkán con órdenes precisas por cumplir. Un soldado sideresio abrió la puerta y arrojó un fardo con todas las hojas de cortezas que habían logrado hallar en la Casa de las Estrellas, además de cueros delgados y trozos de tela basta. Antes de eso le habían traído cinceles y tinta de carbón. El mandato de Molitzmós era claro: Bor debía reproducir los códices sagrados que Drimus había puesto a arder. Con ese fin permanecería en el observatorio porque ése era un sitio privilegiado para la contemplación del movimiento de los astros. Además, debía ser provisto de los instrumentos necesarios. El resto lo harían su singular conocimiento y su memoria. —El jorobado se equivocó ese día —le había dicho Molitzmós—. La desaparición del pueblo zitzahay y sus astrónomos lo enfureció de tal modo que cometió un error inmenso. Drimus destruyó el conocimiento resguardado en los códices. Y con eso perdimos la verdadera potencia del poder... Tú y yo sabemos que la única eternidad es el conocimiento. La luna estaba en el mirador, alumbrando el observatorio que Bor había recompuesto hasta donde le fue posible. —Oye hermana —decía el Supremo Astrónomo con el rostro hacia ella—. Molitzmós me ha encomendado un trabajo que yo haré dos veces. Pero eso sólo será posible si tú me ayudas. Durante el día escribiré los códices que me ordenaron reconstruir. Lo haré con omisiones y distorsiones en el calendario. Errores tan ligeros que pasarán inadvertidos; pero que desvirtuarán lo que allí quede escrito. La luna, en las Tierras Fértiles, comprendía las palabras de los hombres. —Durante la noche, en cambio, escribiré lo cierto. Recompondré todo lo posible el conocimiento que nos une con nuestros antepasados y con nuestra descendencia. Luego ocultaré esos pergaminos bajo la piedra rectangular, donde los sideresios no podrán descubrirlos. Es por eso que pido tu ayuda, hermana. Deberás venir aquí cada noche para darme luz y sostén. ¿Quién sabe? Tal vez este cautiverio tenga un sentido. Molitzmós abrió la puerta del observatorio sin anunciarse. Era claro en su vestimenta que iniciaba un viaje. —Regreso a mi palacio —anunció—. Recuerda que, ante todo, debes trabajar en el Códice Balameb de cual muy poco perdura en el País del Sol. Me importa más que ninguno porque a todos los precede y los explica. —No es necesario que te diga que el Códice Balameb sólo existe en fragmentos y en versiones que, a veces, parecen opuestas —dijo Bor. —Aun así —replicó Molitzmós—. Aquello que dice el Códice Balameb es la verdad que nos da origen. Y es la mentira que nos da origen. No hay más remedio para el hombre sabio que reconocerse en los dos materiales de la realidad. Muy a su pesar, Bor compartía plenamente ese pensamiento. —Deberás decirles que me proporcionen los instrumentos de observación y medición adecuados —dijo el Supremo Astrónomo—. Muy poco podré hacer sin ellos. Tengo que realizar grandes cálculos y no lograré hacerlos sin la rueda numérica; tengo que trazar mapas del cielo, reconocer ángulos distantes... Y todo aquí ha sido destruido. —Ya he dado esa orden. Parecían dos sabios discurriendo acerca de aspectos complejos del conocimiento, y no dos enemigos encarnizados. —Enviaré regularmente hombres del ejército del País del Sol que tendrán la doble misión de llevarse de aquí lo que hayas terminado, y traer todo lo que demandes. Molitzmós comenzó a caminar alrededor de la piedra rectangular situada en el exacto centro del observatorio. Viéndolo, Bor sintió que sus planes se desbarataban. —Por cierto está bellamente tallada —dijo Molitzmós. —Así es —admitió Bor. El Supremo Astrónomo sabía que cualquier intento por distraerlo sólo conseguiría alertar la astucia del Señor del Sol. Prefirió, entonces, seguir su juego. —Procura descubrir la serpiente que recorre la piedra. —Aquí está su cabeza —Molitzmós reconoció con escasa dificultad el intrincado cuerpo de la serpiente, metido entre constelaciones, símbolos sagrados, pájaros y frutos—. Y allí está el extremo de su cola. Cuando Molitzmós iba a agacharse para tomar la cabeza de la serpiente en su mano, una nube llegó al cielo para tapar la luna. Las figuras talladas en la piedra se perdieron. —Y bien —un chasquido de los dedos indicó que el Señor del Sol desistía del asunto—. Me marcho. Sé que cumplirás con lo pactado puesto que de ello depende la vida de los prisioneros. —No es por eso que cumpliré con mi trabajo —respondió Bor—. Ya he aprendido a no confiar en tus palabras. Ni mi vida ni la de ellos será respetada... Todos nosotros moriremos cuando no nos necesites. —¿Y entonces? —sin negar ni afirmar, Molitzmós hizo su pregunta—. ¿Por qué lo haces? —Es mi convencimiento, como el tuyo, que la sabiduría y la memoria no deben perderse. Siempre es mejor que permanezcan, aunque sea en las manos del mayor enemigo. Las Edades transcurrirán más allá de nosotros, de nuestros nombres y nuestros rostros. Los magos del Recinto creen ser dueños de la sabiduría. Pero yo no lo creo, soy mago del Aire Libre. Molitzmós del Sol caminó hacia la puerta. —Siempre que hablo contigo acabo lamentando que no estés de mi lado. Bor se quedó solo y regresó al mirador. La nube se apartó de la luna. —Debemos trabajar —dijo el Supremo Astrónomo. A partir de esa noche, Bor despertó muchas veces de sueños breves e incómodos, doblado sobre sus trabajos. Y cada vez que eso ocurrió estuvo la tristeza sentada al borde de su despertar para saludarlo antes que nadie. Piedras de humo, figuras de barro Después de la victoria del desierto, el ejército del Venado se hizo invisible. Los guerreros de las Tierras Fértiles no pudieron hacer más que fortalecerse y permanecer ocupando la posición ganada contra el avance de los sideresios hacia el sur. Pero casi un año del sol había pasado sin que los sideresios se movieran en el territorio. Cada uno de estos días, Thungür lo aprovechó para el adiestramiento de sus hombres y el acrecentamiento del arsenal. Los guerreros de las Tierras Fértiles sabían que la guerra regresaría pronto: más gruesa, en cuatro patas, enfurecida. También sabían que eran la única valla entre Misáianes y la vida. Al Increado le bastaba dar un solo paso para tener un pie en su monte, otro pie en Los Confines, y su cabeza agujereando el cielo. Ellos, en cambio, tenían que cabalgar medio continente empujando el aire. Aunque los Pastores no permanecieron junto al ejército tampoco se alejaron demasiado. Siguieron el rumbo de los guerreros a poca distancia y levantaron sus tiendas en las cercanías, como si tuviesen miedo de andar solos. Thungür les encomendó algunas misiones que ellos realizaron con prontitud. Pero aquel pueblo escuálido y abatido se iba de la tierra. Fue entonces cuando los guerreros que Thungür había enviado a Los Confines regresaron cargados de provisiones. Con ellos llegó el Padrecito del Paso y un grupo de jóvenes husihuilkes listos para la guerra. Los jefes de guarnición les dieron, desde el comienzo, igual trato que a todos los demás guerreros. Sin embargo, hablaban acerca de ellos por las noches: —Recuerda que nosotros aprendimos a guerrear frente a hombres de otros linajes... Las mismas armas de ambos lados, y la misma ley. —No será así para ellos. Conocerán la batalla en un campo despiadado y desigual. La llegada del Padrecito maravilló a los niños del pueblo de los Pastores que, a partir de entonces, caminaron en hilera detrás del Brujo. Imitaron sus ademanes y se treparon a sus espaldas. Por su parte, el Padrecito encontró tiempo para moldear con barro pequeñas figuras de animales que eran desconocidos en el desierto. —Lamento que no tengamos árboles aquí —les decía—, porque entonces podría tejer arneses para ustedes. A los niños husihuilkes les gusta jugar con ellos. La fabricación de polvo gris fue su primer cometido. Aquélla era la provisión más escasa; y sin la cual, las armas ganadas a los sideresios pronto serían inservibles. El Brujo escarbó en las sutilezas del color, olfateó hasta el fondo y probó con la punta de la lengua. Todo lo que encontró en el polvo gris le era familiar y amigo, todo lo conocía de cerca. —¡Todo está aquí, Thungür! —el Brujo gritaba a la distancia—. ¡Todo está aquí, a nuestro alcance! —¿Qué quieres decirme, Padrecito? —preguntó el jefe husihuilke. El Brujo respondió agitado: —¡El polvo gris, Thungür! ¡Podremos hacerlo! El husihuilke, que estaba curando los cascos de Hunde-la-Tarde, se irguió de inmediato. —Salitre o, tal vez, ceniza de algas gigantes —el Padrecito levantaba tres dedos—. Salitre, carbón y, ¿sabes qué más? ¿Sabes qué más, Thungür? ¡Piedras de humo! ¡Las mismas que encienden nuestras ancianas en sus curaciones! Thungür empezaba a sonreír. —¿Dices salitre, carbón y piedras de humo? Por la memoria del guerrero pasaron las piedras amarillas que Vieja Kush molía y quemaba para sanarle algún dolor cuando era niño. —Y piedras de humo —repitió el Brujo acompañando el recuerdo. Luego, sin otro motivo que su entusiasmo, el Padrecito volvió a mostrar tres dedos: —Salitre, carbón y piedras de humo. ¿Puedes creerlo? Durante ese tiempo, Thungür había dispuesto que las fuerzas se reordenaran en divisiones menores, con un principal de guarnición al frente de cada una. De esta manera extendía el control sobre el territorio y tornaba confusos los datos que pudieran llegar a oídos del ejército de Misáianes. Además, eso le permitiría responder con agilidad ante un ataque sorpresivo de los sideresios. Thungür galopó sin cansancio de un campamento a otro. Exigió siempre mayor esfuerzo en el adiestramiento, y fue riguroso en los mandatos del honor. Sin embargo, cuando escaseó el alimento, Thungür comió una ración menor que la de sus hombres. Se desveló con los centinelas contando historias junto al fuego, visitó a los enfermos y, en las noches del desierto, se cubrió con un manto de cuero tan raído como cualquier otro. Thungür y sus principales coincidían en la necesidad de avanzar sobre el territorio antes de la llegada del siguiente invierno. Determinaron, entonces, abandonar el desierto y cruzar la bahía que los separaba de la Comarca Aislada; porque permanecer detenidos y ocultos en aquel sitio hubiese sido un grave desacierto. Beleram era, por ese entonces, la estrategia posible para el ejército del Venado. La reconquista de aquella ciudad, aún siendo dificultosa, parecía la única posibilidad de avance. Había que llegar a la Comarca Aislada, y los hombres pensaban en el mejor modo de hacerlo. Los dos barcos que habían obtenido en la última batalla contra los sideresios continuaban encallados y solos. Ambas naves estaban muy averiadas. Los guerreros sacaron lo que podía resultarles útil, y luego dejaron de mirarlas. —Aun así podemos hacer algo para que nos crucen al otro lado de la bahía. Las aguas allí son mansas y el trayecto es corto. De todos modos, será preferible realizar más viajes con menor carga, y revisarlas en cada orilla. Comprende, Thungür, que nos evitaremos un extenso y penoso rodeo por tierra. Ni los zitzahay ni los husihuilkes eran hombres de mar. No amaban esa naves. Pero era imposible negarse a entender las razones del Padrecito. —Toma los hombres que necesites —aceptó Thungür—. Utilizaremos los barcos para atravesar la bahía. El Padrecito había llegado al desierto por decisión de los Brujos de la Tierra. "Es tuya la parte de estar junto al ejército. Allí harán falta tu virtud de inventar y tu pasión por enmendar y construir." Y una vez más, lo que parecía insignificante se hizo inmenso. Muy pronto las dos naves iniciaron sus viajes de costa a costa cargadas de hombres, animales y pertrechos. Los zitzahay, que conocían el territorio, señalaron a Umag del Gran Manantial como un lugar propicio para establecer los primeros campamentos. Cerca ya de su partida, Thungür reunió a los Pastores: —Aquí nos separamos —anunció—. No podemos llevar con nosotros niños y mujeres. Y tampoco a los hombres que quedan para cuidar de ellos. Nos perdimos y nos encontramos, les debemos la muerte y les debemos la vida. Si nuestro continente vuelve a ser libre, nos llamaremos hermanos y comeremos del mismo pan. Las naves partieron llevándose consigo los últimos guerreros. En la orilla, los niños del desierto arrojaban al aire puñados de arena para decir adiós. La jauría Sucedía algunas veces que los pescadores de río se cansaban de sostener el arpón aguardando peces de buena carne. Y se acostaban a dormitar en sus balsas de tronco, en espera de una ocasión más provechosa. Los pescadores de las aldeas de Los Confines amarraban sus balsas a un árbol o a una roca cercana a la orilla para evitar que la corriente los arrastrara. Y allí permanecían, horas o días, procurando el alimento que nunca había vuelto a ser tan abundante como en los tiempos de antes de la guerra. Ni sustancioso como entonces, ni grato. Y así le ocurrió a un pescador de Hierbas Dulces, una de las aldeas cercanas al límite con el desierto. Cansado el pescador de río de esperar en vano una presa, mojó su cabeza y su torso con agua fresca del Nubloso y se tendió a dormir en su balsa. La balsa estaba sujeta con una cuerda que le daba tres vueltas a un árbol. Y se ladeaba con la corriente justo lo necesario para apaciguar el desánimo del hombre que, después de un largo acecho, continuaba con la bolsa vacía. El cielo de Los Confines estaba deslucido, pero eso no preocupó al pescador. Sabía que llegando la temporada de lluvia, y un poco antes de que aparecieran las nubes que cargaban agua para todo un invierno, el aire se ponía grueso y opacaba el cielo que veían los ojos. El pescador de Hierbas Dulces se durmió pensando que tenía muy poco pescado seco para intercambiar ese año en la fiesta de despedir al sol. El pescador se durmió, y muchos animales negros aparecieron en la orilla. Llegaron en silencio y se detuvieron junto al agua mirando al hombre que soñaba. Eran dos, tres, cuatro... Eran cinco, siete, doce... Eran trece y más bestias que ya poco se parecían a los perros que habían sido cuando Drimus aún andaba con ellos. Porque después de alimentarse del jorobado, la jauría había crecido en ferocidad y en tamaño. Guiados por su olfato, y por el mago que llevaban dentro, los perros bajaron a través del desierto y atravesaron el Pantanoso para devorar la ansiada carne de Dulkancellin, renovada en las criaturas de Los Confines. Los animales negros vadearon el río en su desembocadura. Luego caminaron, se arrastraron, corrieron con sus sombras atrás y adelante; siempre hacia el sur. Las primeras aldeas en el camino de la jauría estaban abandonadas. Por decisión del consejo de ancianos, sus habitantes se habían marchado hacia el extremo sur del territorio. "Achicaremos la tierra para cuidarnos mejor unos a otros", dijeron los ancianos. Todos estuvieron de acuerdo. De ese modo sería más simple repartir el alimento y cuidar a los enfermos. También sería bueno tener vecinos con quienes reunirse en las noches a tocar música de flauta y danzar con pasos de perdiz. Por esa causa, las bestias negras no hallaron criaturas humanas durante mucho tiempo. Aquel atardecer cercano al invierno, la jauría llegó a las orillas del Nubloso en la zona más alta del río, un poco al este de Hierbas Dulces. En su barca sobre el Nubloso dormía un pescador, y soñaba que tenía suficiente pescado seco para cambiar por harina. Las bestias se adentraron en el agua. Eran dos, tres, cinco... Eran trece y más cabezas negras que avanzaron en completo silencio hacia la balsa de troncos que se mecía con la corriente. El cielo le habló al río. —Estoy mirando este dolor que va a ocurrir en ti mismo. —Dolido yo dos veces —respondió el río— porque tengo mi dolor y el reflejo del tuyo. Entonces habló la tierra: —Río, los huesos del pescador me pertenecen. Entrégamelos, que les haré un cobijo donde puedan seguir soñando. —Si oculto las estrellas será más fácil —creyó el cielo—, puesto que el hombre no verá lo que ocurre. Y ocultó las estrellas. —Silenciaré a los grillos para que no se sienta música alguna mientras dure la muerte —dijo la tierra. Y silenció a los grillos. —Lloraré para acompañarlo —dijo el río. Y su llanto fue rojo. Entonces, un hilo de sangre se adelantó a la corriente, y anduvo serpenteando de agua en agua. La sangre quería encontrar a Tres Rostros para contarle que la jauría negra ya estaba en el Nubloso. Tres Rostros dormía en un lago. A través de su cuerpo se veían los diminutos peces de colores que pasaban nadando; porque el Brujo podía parecerse al agua tanto como quisiera. Cuando el hilo de sangre lo encontró se estiró a su alrededor siguiéndole el contorno. Apenas un extremo se unió al otro, Tres Rostros abrió los ojos y escuchó atentamente. —Hasta recién fui pescador de río —contó la sangre—. Dormía yo en mi balsa, cansado de esperar la pesca que no llegaba. Y estaba soñando... En mi sueño había una buena provisión de pescado seco para intercambiar en la fiesta de despedir al sol. Entonces me despertó el silencio. Vi que las estrellas habían abandonado el cielo nocturno, no escuché el canto de los grillos. Por estas cosas supe que algo muy malo estaba a punto de ocurrir. Cuando quise incorporarme, sentí respiraciones cerca, y el roce de pelajes mojados. Después sentí dolores en toda mi carne; dolores que no puedo repetir en palabras. Oí también el llanto del Nubloso, y alcancé a comprender que lloraba por mí. Ahora que sólo soy un hilo de sangre, pienso que mis dos hijos varones se han ido a la guerra. Y pienso que mi esposa es demasiado anciana para salir de pesca... ¿Cuidarás de ella, hermano brujo? Cuando la sangre terminó de hablar se deshizo en el agua. Tres Rostros entonces tomó la consistencia necesaria para salir del lago y andar por la tierra. Si el pescador no había alcanzado a comprender lo sucedido, él sí lo entendía con claridad. Era la jauría negra que ya estaba cerca. "Debo ir hasta la cueva de Kupuka", decidió Tres Rostros. Al principio caminó con dificultad porque sus piernas no habían recobrado solidez suficiente. Mientras llegaba el momento de andar más de prisa, el Brujo repasó los hechos que iba a contarle a su hermano. De pronto, como para quitarse recuerdos, Tres Rostros sacudió la cabeza y salpicó agua a su alrededor. Por esos días, Kupuka andaba alejado de las aldeas. Casi nadie lograba verlo; y apenas de tanto en tanto bajaba hasta el Valle de los Antepasados. Allí se acostaba boca abajo y con los brazos extendidos en el sitio donde estaba enterrada la vasija de Vieja Kush. ¿Y quién podía saber las cosas que el Brujo y su vieja amiga se decían? Sin embargo, Kupuka pasaba la mayor parte del tiempo en las cercanías de su cueva. Ahí fue donde lo halló Tres Rostros, apagando una fogata en la que había asado su comida. El cabello, enredado de viento y polvo, se separaba en mechones rígidos y tan largos que, cuando el Brujo estaba sentado, se doblaban contra el suelo. Tres Rostros llegó, y luego de saludarlo se sentó en una saliente de roca frente a él. Desde el momento en que oyó el relato que le contó la sangre, Tres Rostros mantenía su mueca triste. Y en presencia de su hermano más amado y antiguo, la tristeza se le acentuó. Kupuka era ya casi irreconocible. Con la melena polvorienta, su manto de siempre oscurecido por la humedad, los pies enlodados y los ojos inmóviles, cualquiera hubiese podido pasar junto a él sin distinguirlo de la tierra. Tres Rostros le narró todo cuanto la sangre del pescador le había dicho. Después se quedó esperando una respuesta. Kupuka estuvo pensando largamente para asegurarse de que iba a mostrarle a Tres Rostros el mejor camino para enfrentar a la jauría de Drimus. —Deberá ser uno que, lo mismo que ellos, entienda con las tripas. Uno que se mueva por sus dientes y viva con la boca llena de saliva. Para enfrentar a la jauría negra necesitamos al más feroz de nosotros... —¡El Masticador! —dijo Tres Rostros—. Quieres que le encomiende esta tarea al Masticador. Kupuka asintió levemente. Parecía cansado a pesar de lo poco que había dicho. Lentamente, comenzó a descender por la ladera rocosa. Tres Rostros fue tras él, deseoso de preguntarle muchas otras cosas. Pero Kupuka lo interrumpió con un gesto. Y con su cayado trazó una línea en la tierra. Aquello significaba: Vete, hermano mío. Confía en lo que te dije, y déjame solo. Tres Rostros besó la cabeza reseca del anciano. Y se marchó siguiendo el trazo que Kupuka había dibujado. Al final de la línea, muy lejos ya de la cueva, Tres Rostros halló una choza de cañas. Una mujer se asomó al oír los pasos que se acercaban. —Eres tú, Tres Rostros —dijo la mujer. —Y eso no parece alegrarte. —Perdóname, hermano Brujo. Pero aguardo a mi esposo... Es pescador de río y hace varios soles debería haber vuelto. —¿Tienes hijos? —preguntó el Brujo. —Tengo dos y valientes. Ellos están con Thungür peleando la guerra. Tres Rostros ya no tuvo dudas. —He visto a tu esposo —y agregó—. He visto y hablado con la sangre de tu esposo. Enseguida le contó a la mujer lo que había sucedido en el Nubloso. —Ahora llorarás —dijo Tres Rostros—. Y nada debo hacer yo por impedirlo. Llora a tu buen esposo. Pero continúa viviendo, y espera a tus hijos que un día del sol regresarán victoriosos. Cuando tu cuerpo se canse de llorar, sentirás hambre. Pero no temas, te traeré pescado. Lo secarás y luego, en el Valle de los Antepasados, vas a cambiarlo por harina y miel. El Brujo que tenía la condición del agua continuó caminando. Debía encontrar pronto al Masticador para hacerle saber la tarea que Kupuka le había encomendado. Sabía que tendría que andar mucho porque el Masticador cambiaba a menudo de paradero. O se ocultaba, con el afán de que nadie lo importunase durante sus largos sopores. "Después buscaré un río torrentoso de montaña", se prometió Tres Rostros. Era para llorar, y que el agua lo disimulara. Liliana Bodoc

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 Fuente http://www.imaginaria.com.ar

 Los textos fueron extraídos, con autorización de los editores, deLos días del fuego, de Liliana Bodoc (Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2004). Imaginaria agradece a Antonio Santa Ana, del Grupo Editorial Norma, las facilidades proporcionadas para su reproducción.

sábado, 12 de octubre de 2013

Los días del Venado

Y ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuerdo. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer. Y aun cuando pudieran adentrarse en cuevas sepultadas bajo nuevas civilizaciones, nada encontrarían. 
Lo que voy a relatar sucedió en un tiempo lejanísimo; cuando los continentes tenían otra forma y los ríos tenían otro curso. 
Entonces, las horas de las Criaturas pasaban lentas, los Brujos de la Tierra recorrían las montañas Maduinas buscando hierbas salutíferas, y todavía resultaba sencillo ver a los lulus, en las largas noches de las islas del sur, bailando alrededor de sus colas. 
He venido a dejar memoria de una grande y terrible batalla. Acaso una de las más grandes y terribles que se libraron contra las fuerzas del Odio Eterno. Y fue cuando una Edad terminaba y otra, funesta, se extendía hasta los últimos refugios. 
El Odio Eterno rondaba fuera de los límites de la Realidad buscando una forma, una sustancia tangible que le permitiera existir en el mundo de las Criaturas. Andaba al acecho de una herida por donde introducirse, pero ninguna imperfección de las Criaturas era grieta suficiente para darle paso. Sin embargo, como en las eternidades todo sucede, hubo una desobediencia que fue herida, imperfección y grieta suficiente. 
Todo comenzó cuando la Muerte, desobedeciendo el mandato de no engendrar jamás otros seres, hizo una criatura de su propia sustancia. Y fue su hijo, y lo amó. En ese vástago feroz, nacido contra las Grandes Leyes, el Odio Eterno encontró voz y sombra en este mundo. Sigilosa, en la cima de un monte olvidado de las Tierras Antiguas, la Muerte brotó en un hijo al que llamó Misáianes. 
Primero fue una emanación que su madre incubó entre los dientes, después fue un latido viscoso. Después graznó y aulló. Después rió, y hasta la propia Muerte tuvo miedo. Después se emplumó para volar contra la luz. Los vasallos de Misáianes fueron innumerables. 
Seres de todas las especies se doblegaron ante su solo aliento y acataron su voz. Pero también seres de todas las especies lo combatieron. Así, la guerra se arrastró hasta cada bosque, cada río y cada aldea. 
Cuando las fuerzas de Misáianes atravesaron el mar que las separaba de las Tierras Fértiles, la Magia y las Criaturas se unieron para enfrentarlas. Estos son los hechos que ahora narraré, en lenguas humanas, detalladamente... Liliana Bodoc  photo CHALL110913I_zps1a54a0d4.png

jueves, 10 de octubre de 2013

Rosanna Falasca

Rosanna Inés Falasca Nació en Humboldt, provincia de Santa Fe, Argentina; el 27 de abril de 1953 y falleció en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, Argentina; el 20 de febrero de 1983) Fue una talentosa cantante de tangos argentina. Rosanna Falasca fue la tercera de seis hijos (Cristina, Ado, Rosanna, Daniel Falasca, Roberto y Marcelo) que nacieron del matrimonio entre Ado Rino Falasca (sastre y cantor melódico que actuaba en dúos y que llegó a tener su propio conjunto musical) y Filomena Paula Theler. Creció en un hogar donde la música y el canto imperaban y, a los diez años, su padre, al advertir sus dotes para el canto, decide incorporarla a su grupo musical (llamado a partir de entonces, “Adito y Chany”), con el cual se presentará por vez primera en Estación Clucellas (provincia de Santa Fe). De allí en adelante vendrían las giras por pueblos vecinos, y las actuaciones en programas radiales (LT 9 de Santa Fe) y televisivos (Canal 13 de Santa Fe y de Paraná). Era amante de la música moderna, la filosofía oriental y practicaba yoga; además estudió inglés, francés y danzas. En 1967 se presentó como invitada en Canal 10 de la ciudad de Córdoba, y gracias a esta actuación es contratada, para presentarse en 1968, en el “Gran Festival de Río Ceballos” (Córdoba), donde actuaban grandes figuras del ambiente artístico de la Argentina. En esa oportunidad Rosanna interpretó temas populares, entre ellos, algunos en italiano. Luego, en enero de 1969, se presenta en la ciudad de Rafaela (provincia de Santa Fe), donde la escucha un productor (Julio De Martino) que la invita a Buenos Aires. En marzo de 1969 arriba a la capital argentina. Allí, es invitada a presentarse en el café concert “CABO 710” en el barrio de San Telmo, y, en agosto, su padre la inscribe en un concurso televisivo de nuevas voces que organizaba el programa “Grandes Valores del Tango” (Canal 9), conducido por Juan Carlos Thorry. Sólo conoce dos tangos, uno es "Madreselva" y lo interpreta en la primera ronda de tres participantes. Resulta ganadora en esa primera instancia (algo que la sorprende ya que, según sus propias palabras, no había ido a concursar para ganar, sino para hacerse conocida), pero el impacto que provoca en el público y en los directivos, decide a estos últimos sacarla del concurso para presentarla como una de las figuras del programa, con un contrato por cuatro años. El 1 de septiembre de 1969 debutó en aquel programa; tenía 16 años. En 1970 y 1971 realizó giras por diferentes provincias argentinas y también en el exterior (Uruguay, Paraguay, Brasil, Chile, Venezuela). Y cantó en Estados Unidos, donde rechazó una serie de contratos que la obligaban a vivir en aquel país. En 1971 grabó para el sello “Diapasón” acompañada por las orquestas de Luis Stazo y de Lito Escarso, y en 1975 es contratada por la empresa “EMI-Odeón”, junto con la orquesta de Raúl Garello. Actuó en tres películas, "Arriba juventud" (1971); "Siempre fuimos compañeros" (1973) y "Te necesito tanto amor" (1976). A partir de 1978 integró la “Cruzada Joven del Tango” (un intento fallido de reinsertar el tango en los jóvenes), junto a intérpretes como María Graña, Rubén Juárez, etc, bajo la dirección de Raynaldo Martín, y en televisión formó parte del programa “Botica de Tango”, conducido por Eduardo Bergara Leumann. En 1982, la empresa discográfica Polydor le grabó sus dos últimos larga duración acompañada por la orquesta de Orlando Trípodi. El 7 de noviembre de 1982 los médicos le detectaron un cáncer y fue intervenida quirúrgicamente. Enterada de las noticias que circulaban en torno a su estado de salud, en un reportaje negó padecer tal enfermedad. A principios de 1983, su novio, el ingeniero e industrial Luis Hernández, la trasladó a una quinta de Don Torcuato (partido de Tigre) para su mejor recuperación. Pero todo esfuerzo resultó infructuoso; allí falleció el 20 de febrero de 1983. Un numeroso público, entre anónimos y conocidos, la despidió frente al panteón de actores del cementerio porteño de la Chacarita. Finalmente, en abril de 1995 sus restos fueron trasladados a un mausoleo levantado en el cementerio de Humboldt, provincia de Santa Fe, su pueblo natal.

miércoles, 9 de octubre de 2013

VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío, 
 manos de hierbas, tú, nodriza fina, 
 tenme prestas las sábanas terrosas 
 y el edredón de musgos escardados. 
 Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 
 Ponme una lámpara a la cabecera; 
 una constelación; la que te guste; 
 todas son buenas; bájala un poquito. 
 Déjame sola: oyes romper los brotes... 
 te acuna un pie celeste desde arriba
 y un pájaro te traza unos compases para que olvides... 
Gracias. Ah, un encargo: si él 
llama nuevamente por teléfono 
 le dices que no insista, que he salido... 
 Alfonsina Storni


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domingo, 6 de octubre de 2013

Dolor

Quisiera esta tarde divina de octubre 
 pasear por la orilla lejana del mar; 
 que la arena de oro, y las aguas verdes, 
 y los cielos puros me vieran pasar. 
 Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, 
 como una romana, para concordar 
 con las grandes olas, y las rocas muertas 
 y las anchas playas que ciñen el mar. 
 Con el paso lento, y los ojos fríos 
 y la boca muda, dejarme llevar; 
 ver cómo se rompen las olas azules 
 contra los granitos y no parpadear; 
 ver cómo las aves rapaces se comen 
 los peces pequeños y no despertar; 
 pensar que pudieran las frágiles barcas 
 hundirse en las aguas y no suspirar; 
 ver que se adelanta, la garganta al aire, 
 el hombre más bello, no desear amar... 
 Perder la mirada, distraídamente, perderla 
y que nunca la vuelva a encontrar: y, 
figura erguida, entre cielo y playa, 
 sentirme el olvido perenne del mar. 
 Alfonsina Storni
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jueves, 3 de octubre de 2013

La loba.

Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.
Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral).
¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!
No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;
Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!
Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor...
Id si acaso podéis frente a frente a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!
<Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.
Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.
La que pueda seguirme que se venga conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.
El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
Aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.

  Yo soy como la loba,
 Quebré con el rebaño
 Y me fui a la montaña
 Fatigada del llano.



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Alfonsina Storni

Gustavo Cerati

Dios Guardián Cristalino de guitarras que ahora más tristes penden y esperan de tus manos la palabra Precipitándome a lo insondable tus caricias me despiertan a la vez en un mundo diferente al de recién... Tu luz es muy fuerte es iridiscente y altamente psicodélica Te encuentro cuando el sol abre una hendija que genera notas sobre la pared sombreada Y suena tu música en la pantalla sos el ángel inquieto que sobrevuela la ciudad de la furia Comprendemos todo tu voz nos advierte la verdad Tu voz más linda que nunca Luis Alberto Spinetta http://www.cerati.com/

miércoles, 2 de octubre de 2013

“Lo pequeño y lo grande”

El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto sino que se encarna en alguna circunstancia, o en un nacimiento probrísimo en los confies de un imperio. 
 Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades sino que nos están misteriosamente reservados. 
¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! 
Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los buscaba porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino. 
 El destino se muestra en signos e indicios que parecen insignificantes pero que luego reconocemos como decisivos. Así, en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre caminamos con rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más visible, pero en otras, quizá más decisivas para nuestra existencia, por una voluntad desconocida aun para nosotros mismos, pero no obstante poderosa e inmanejable, que nos va haciendo marchar hacia los lugares en que debemos encontrarnos con seres o cosas que, de una manera o de otra, son, o han sido, o van a ser primordiales para nuestro destino, favoreciendo o estorbando nuestros deseos aparentes, ayudando u obstaculizando nuestras ansiedades, y, a veces, lo que resulta todavía más asombroso, demostrando a la larga estar más despiertos que nuestra voluntad consciente. 
 En el momento, nuestras vidas nos parecen escenas sueltas, una al lado de la otra, como tenues, inciertas y livianísimas hojas arrastradas por el furioso y sin sentido viento del tiempo. 
Mi memoria está compuesta de fragmentos de existencia, estáticos y eternos: el tiempo no pasa entre ellos, y cosas que sucedieron en épocas muy remotas entre sí están unas junto a otras vinculadas o reunidas por extrañas antipatías y simpatías. O acaso salgan a la superficie de la conciencia unidas por vínculos absurdos pero poderosos, como una canción, una broma o un odio común. [...] 
 Pero no creo en el destino como fatalidad, como en la tradición griega, o en nuestro tango: “contra el destino, nadie la talla”. Porque de ser así, ¿para qué les estaría escribiendo? Creo que la libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida; y sin libertad nada vale la pena. Es más, creo que la libertad que está a nuestro alcance es mayor de la que nos atrevemos a vivir. Basta con leer la historia, esa gran maestra, para ver cuántos caminos ha podido abrir el hombre con sus brazos, cuánto el ser humano ha modificado el curso de los hechos.
 Con esfuerzo, con amor, con fanatismo. 

 Ernesto Sabato


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