jueves, 29 de noviembre de 2012

Aquel peronismo de juguete

Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía “Perón cumple, Evita dignifica”, era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos. Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que contentarnos con un camión de lata, acaso con la miniatura del coche de Fangio? Mirábamos con envidia a los chicos que se iban con una caja de los soldaditos de plomo del general San Martín: ¿se llevaban eso porque ya no había otra cosa, o porque les gustaba jugar a la guerra? Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenían cualquier forma menos redonda. En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo ponía a navegar en un hueco lleno de agua, abajo de un limonero. Tenía que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcionó sólo un par de veces pero todavía me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf, que parecía un ruido de verdad, mientras yo soñaba con islas perdidas y amigos y novias de diecisiete años. Recuerdo que ésa era la edad que entonces tenían para mí las personas grandes. Rara vez la lancha llegaba hasta la otra orilla. Tenía que robarle la caja de fósforos a mi madre para prender una y otra vez el alcohol y Juana y yo, que íbamos a bordo, enfrentábamos tiburones, alimañas y piratas emboscados en el Amazonas pero mi lancha peronista era como esos petardos de Año Nuevo que se quemaban sin explotar. El General nos envolvía con su voz de mago lejano. Yo vivía a mil kilómetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traía su tono ronco y un poco melancólico. Evita, en cambio, tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta años. Mi padre desataba su santa cólera de contrera y mi madre cerraba puertas y ventanas para que los vecinos no escucharan. Tenía miedo de que perdiera el trabajó. Sospecho que mi padre, como casi todos los funcionarios, se había rebajado a aceptar un carné del Partido para hacer carrera en Obras Sanitarias. Para llegar a jefe de distrito en un lugar perdido de la Patagonia, donde exhortaba al patriotismo a los obreros peronistas que instalaban la red de agua corriente. Creo que todo, entonces, tenía un sentido fundador. Aquel “sobrestante” que era mi padre tenía un solo traje y dos o tres corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambición era tener un poco de queso para el postre. Cuando cumplió cuarenta años, en los tiempos de Perón, le dieron un crédito para que se hiciera una casa en San Luis. Luego, a la caída del General, la perdió, pero seguía siendo un antiperonista furioso. Después del almuerzo pelaba una manzana, mientras oía las protestas de mi madre porque el sueldo no alcanzaba. De pronto golpeaba el puño sobre la mesa y gritaba: “¡No me voy a morir sin verlo caer!”. Es un recuerdo muy intenso que tengo, uno de los más fuertes de mi infancia: mi padre pudo cumplir su sueño en los lluviosos días de setiembre de 1955, pero Perón se iba a vengar de sus enemigos y también de mi viejo que se murió en 1974, con el general de nuevo en el gobierno. En el verano del 53, o del 54, se me ocurrió escribirle. Evita ya había muerto y yo había llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas líneas y él debía recibir tantas cartas que enseguida me olvidé del asunto. Hasta que un día un camión del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: “Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo”. Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenían los jugadores en las fotos de El Gráfico. El General llegaba lejos, más allá de los ríos y los desiertos. Los chicos lo sentíamos poderoso y amigo. “En la Argentina de Evita y de Perón los únicos privilegiados son los niños”, decían los carteles que colgaban en las paredes de la escuela. ¿Cómo imaginar, entonces, que eso era puro populismo demagógico? Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven las manzanas para la exportación. Choice se llamaban las que iban al extranjero; standard las que quedaban en el país. Yo les ponía el sello a los cajones. Ya no me ocupaba de Perón: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban “tirano prófugo” al General. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avión negro que lo traería de regreso. Ese verano conocí mis primeros anarcos y rojos que discutían con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban “Viva Perón, carajo”. Entonces cargaron los cosacos y recibí mi prime¬ra paliza política. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora. No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. Aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa. 
Osvaldo Soriano

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lunes, 26 de noviembre de 2012

24 de marzo

Recuerdo aquel día del golpe de Estado que me tocó vivir desde Bruselas: el noticiero de la televisión belga mostraba tipos bigotudos, ceñudos y entorchados que parecían la caricatura de una irrecuperable republiqueta bananera. Esa mañana que supe que había perdido la Argentina de mi infancia, la de mi escuela y mi primer trabajo. Perdía, como millones de compatriotas, cosas íntimas e intransferibles; dejaba atrás una manera de explicarme la vida, los fundamentos sobre los que había construido mi propio imaginario. Tenía treinta y tres años recién cumplidos. Luego maduré boxeando contra la sombra de la dictadura, lejos, sin pensar mucho en mí, contando muertos, atragantado por nuevos rencores. Fui, con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros mejores que yo, uno más de lo que los militares llamaban "campaña antiargentina". Ese es uno de mis más íntimos orgullos. La dictadura ha significado, para mí, el mal absoluto. No me salen matices para explicarla. Quiero decir, asimilo a aquellos militares con el régimen nazi y eso me impide comprender las razones de los que trabajaron de cerca o de lejos para ella, de los que colaboraron e incluso de quienes fueron actores pasivos pero conscientes. No les creo una palabra a los que dicen aún hoy "yo no sabía lo que pasaba". Me es imposible perdonar aquel "por algo será", el "somos derechos y humanos". Me siguen pareciendo inexcusables las conversaciones y los toqueteos con el poder. Los almuerzos de intelectuales con Videla. La estrategia de la reverencia, el codazo y la palmada. Era mejor estar equivocado contra la dictadura que tener razón obedeciéndola. Nosotros, los de antes, ya no somos los mismos. Miramos con recelo, intentamos entender este fin de siglo, pero nada podrá hacernos olvidar, perdonar. Me acuerdo bien: volví por unos días a Buenos Aires, estaba viviendo en casa de Tito Cossa y Marta Degrazia, nos acogía Rafael Perrota en el viejo diario El Cronista, que había sido más o menos socializado y en esos días secuestraron a Haroldo Conti, el autor de Sudeste, una de las grandes novelas argentinas. Me viene a la memoria la cara de Videla, aplaudido en cines y estadios. La pesada ausencia de Conti, de Paco lirondo, Vicky Walsh, caída en combate pocos meses antes que su padre. Yo estaba vagamente enamorado de Vicky aunque ella no lo supiera. De modo que no puedo escribir sin odio. Mataron a treinta mil jóvenes y a algunos viejos, guerrilleros o no. Destruyeron la educación, los sindicatos combativos, la cultura, la salud, la ciencia, la conciencia. Desterraron la solidaridad, el barrio, la noche populosa. Prohibieron a Einstein y a Gardel. Abrieron autopistas y llenaron de cadáveres los cimientos del país; dejaron una sociedad calada por el terror que en estos días asoma en el juicio de Catamarca. Somos al mismo tiempo el testigo que se desdice y la valiente monja Pelloni. Somos el juez iracundo, el abogado gordo y el tipo al que retaron por estar con las manos en los bolsillos. ¿Acaso no fue la dictadura, su largo brazo estirado a través del tiempo, la que mató a María Soledad? ¿No es el Proceso que sigue asesinando pibes, asustando, castrando por procuración? En esos años vergonzosos se impusieron los valores del éxito a cualquier costo por sobre la idea de felicidad compartida. El plan de aniquilamiento desató por su propia lógica una guerra a la vez humillante y absurda. Eso dejaron. Un escenario vacío y oscuro que había que tomar en silencio. No quedaban civiles armados en 1983; sólo conciencias heridas y una pena infinita. Lo curioso para quien volvía del extranjero era que la gente había enterrado definitivamente a Perón, se inclinaba por un abogado de Chascomús que antes le había propuesto a Videla un pacto cívico-militar y después impulsó un acuerdo radical-menemista. Lo que pasó en las almas de los argentinos entre 1976 y 1983 es todavía un enigma. Los veinte años que hemos vivido después fueron una sucesión de avances y retrocesos, de incógnitas abiertas. Sé que hay mil hipótesis y las he escuchado todas. ¿Fue cielo alguna vez la tierra que se convirtió en infierno? No lo sé, los abuelos de nuestros padres decían que sí. Sin embargo no hay razón para creer en viejas fábulas. Hoy tenemos otras. Cuentos de príncipes y cenicientas, héroes con amnesia, sobrevivientes perplejos, chicos que no se rinden. ¿Por qué habrían de hacerlo si lo que está en juego es su futuro? Acaso a ellos les espera una gran aventura republicana, pacífica y fraternal. No se trata de una nueva ideología. Ni siquiera de cambiar la historia. Simplemente decirle no al olvido y levantar las viejas banderas de Mayo, las que alguna vez hicieron de este país una Nación rebelde y orgullosa. Página|12, 24 de marzo de 1996. Osvaldo Soriano


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viernes, 23 de noviembre de 2012

TEORIA DE LOS BUENOS DESEOS

Que no te falte tiempo
para comer con los amigos
partir el pan,
reconocerse en las miradas.

Deseo que la noche
se te transforme en música
y la mesa en un largo
sonido de campanas.

Que nada te desvíe,
que nada te disturbe
que siempre tengas algo
de hoy para mañana

y que lo sepas dar
para regar las plantas
para cortar la leña,
para encender el fuego,
para ganar la lucha,
para que tengas paz.

Que es la grave tarea
que me he impuesto esta noche
hermano mío.

HAMLET LIMA QUINTANA


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miércoles, 21 de noviembre de 2012

GENTE

Hay gente que con solo decir una palabra
Enciende la ilusión  y los rosales;
Que con solo sonreír entre  los ojos
Nos  invita a viajar por otras zonas,
Nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano
Rompe la soledad, pone la mesa,
Sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
Que con solo empuñar una guitarra
Hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca
Llega a todos los límites del alma,
Alimenta una flor, inventa sueños,
Hace cantar el vino en las tinajas
Y se queda después,  como si nada.

Y uno se va de novio con la vida
Desterrando una muerte solitaria
Pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente que es así, tan necesaria.


 HAMLET LIMA QUINTANA


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lunes, 19 de noviembre de 2012

CIELO BLANCO

No veo el cielo madre, sólo un pañuelo blanco
no sé si aquella noche yo te estaba pensando
o si un perfil de sombras me acunaba en sus brazos
pero entré en otra historia con el cielo cambiado.

No me duele la carne que se fue desgarrando
me duele haber perdido las alas de mi canto
las posibilidades de estar en el milagro
y recoger las flores que caen de tu llanto.

No quiero que me llores, mírame a tu costado
mi sangre está en la sangre de un pueblo castigado
mi voz está en las voces de los "iluminados"
que caminan contigo por la ronda de Mayo.

No quiero que me llores ahora que te hablo
mi corazón te crece cuando extiendes las manos
y acaricias las cosas que siempre hemos amado
la libertad y el alma de todos los hermanos.

No sé si aquella noche amanecí llorando
o si alguna paloma se me murió de espanto
la vida que ha esperado tanto
es el cielo que crece sobre tu pañuelo blanco.  

No quiero que me llores, mírame a tu costado
mi sangre está en la sangre de un pueblo castigado
mi voz está en las voces de los "ilumunados"
que caminan contigo por la ronda de Mayo.


  Hamlet Lima Quintana


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sábado, 17 de noviembre de 2012

Patricia Sosa

Patricia Elena Sosa (Barracas, Buenos Aires, 23 de enero de 1956) es una cantautora argentina con influencias de rock, soul y blues. Ha incursionado en el campo de la actuación, incluyendo participaciones en televisión (Poliladron, RRDT, Chiquititas, Un cortado... historias de café), cine (Noche de ronda de Marcos Carnevale, Ningún amor es perfecto de Pablo Sofovich, Papá por un día de Raúl Rodríguez Peila) y teatro (Las hijas de Caruso, El Principito, Teatro por la identidad). Actualmente preside la fundación Pequeños Gestos, Grandes Logros realizando diversas tareas solidarias, siendo la que más se destaca, la de la ayuda a distintas comunidades Tobas del Chaco Impenetrable. Además es madrina artística de Eve, la joven promesa del pop, pop para divertirse.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Virgen India

Virgen morenita,
Virgen milagrosa,
Virgen morenita
te elevo mi cantar.
Son todos en el valle devotos de tus ruegos.
Son todos peregrinos Señora del lugar.

Virgen morenita,
india fue tu cuna,
porque india Tú naciste por la gracia de Dios.
Así somos esclavos de tu bondad divina.
Así somos esclavos de tu infinito amor.

Así será, Virgen mía:
mereces el respeto y la veneración.
Por eso yo te canto, te elevo mis plegarias
y pido que escuches mis ruegos por favor.

Virgen morenita,
Santa Inmaculada,
Virgen morenita
Señora del lugar.
Tú gozas del respeto y cariño de tus hijos,
así los peregrinos te rezan en tu altar.

Virgen morenita,
india te llamamos,
porque india Tú naciste por la gracia de Dios.
Así somos esclavos de tu bondad divina.
Así somos esclavos de tu infinito amor.

Así será, Virgen mía:
mereces el respeto y la veneración.
Por eso yo te canto, te elevo mis plegarias
y pido que escuches mis ruegos por favor. 



de Jorge Cafrune Y Marito

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martes, 13 de noviembre de 2012

Mi luna cautiva

De nuevo estoy de vuelta después de larga ausencia
Igual que la calandria que azota el vendaval
Y traigo mil canciones como leñita seca
Recuerdos de fogones que invitan a matear (bis)

Y divisé tu rancho a orillas del camino
Allá donde a la noche le tejen un altar
Al pié de calicanto la luna cuando pasa
Peinó mi serenata la cresta del sauzal (bis)

[Estribillo:]
Tu amor es una estrella con cuerdas de guitarra
Una luz que me alumbra en mi oscuridad
Acércate a las rejas sos la dueña de mi alma
Sos mi luna cautiva que me besa y se va (bis)

Escucha que mis grillos están enamorados
Y lloran en la noche lamentos del sauzal
El tintinear de espuelas del río allá en el vado
Y una noche serena alumbra mi penar (bis)


De nuevo estoy de vuelta, mi tropa está en la huella
Arrieros musiqueros me ayudan a llevar
Tuve que hacer un alto por un toro mañero
Allá en el calicanto a orillas del sauzal (bis)

[Estribillo]

Jorge cafrune



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Jorge Cafrune

sábado, 10 de noviembre de 2012

Que Seas Vos

Cuando ya no alumbre el candil arisco de mi corazón

volvéte a mi tierra,

lleváte mis coplas y cantálas vos.

volvéte a mi tierra,

lleváte mis coplas y cantálas vos

Que mis cerros sepan como lo he sentido casi con dolor

sembrando mis versos

allá en la quebrada, decíselo vos.

sembrando mis versos
allá en la quebrada, decíselo vos.

Que toda la Puna vibre con el eco de cada canción


que alguien las entone de pie
y cara al cielo, pero que seas vos.

que alguien las entone de pie

y cara al cielo pero que seas vos.



Jorge Cafrune

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Un 9 de marzo del año 1971 nacía Diego Torres en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Su inclinación por el ambiente artístico lo traería marcado ya en su sangre, siendo hijo de la reconocida Lolita Torres, heredando mucho de su talento y carisma. La música fue y es una de las principales vocaciones de Diego, y lo reflejó ya en su época de adolescente, cuando integraba un grupo al cual llamaban "La Marca". Manteniendo un buen perfil y sin descuidar nada, se lanzó a la televisión como actor en el año 1989 en una serie. La Marca tocaría su final en el año 1991, pero dejó mucho a Diego Torres dicha etapa de trabajo continuo, para que terminara de concluir que su futuro estaba en la pantalla y en la música.

martes, 6 de noviembre de 2012

Adiós a la maestra

Obrera sublime,
bendita señora:
la tarde ha llegado
también para vos.
¡La tarde, que dice,
descanso!... La hora
de dar a los niños
el último adiós.

Mas no desespere

la santa maestra:
no todo el mundo
del todo se va;
usted será siempre
la brújula nuestra,
¡la sola querida
segunda mamá!

Pasando los meses,

pasando los años,
seremos adultos,
geniales, tal vez...
¡Mas nunca los hechos
más grandes o extraños
desfloran del todo
la eterna niñez!

En medio a los rostros

que amante conserva
la noble, la pura
memoria filial,
cual una solemne
visión de Minerva,
su imagen, señora,
tendrá su sitial.

Y allí donde quiera

la ley del ambiente
nimbrar nuestras vidas,
clavar nuestra cruz,
la escuela ha de alzarse
fantásticamente,
cual una suntuosa
gran torre de luz.

¡No gima, no llore

la santa maestra:
no todo en el mundo
del todo se va!
¡Usted será siempre
la brújula nuestra,
la sola querida
segunda mamá! 




Pedro Bonifacio Palacios



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domingo, 4 de noviembre de 2012

Vera Violeta

En pos de su nivel se lanza el río
por el gran desnivel de los breñales;
el aire es vendaval, y hay vendavales
por la ley del no fin, del no vacio;

la más hermosa espiga del estío

ni sueña con el pan en los trigales;
el más dulce panal de los panales
no declaró jamás: yo no soy mío;

y el sol, el padre sol, es raudo foco

que fomenta la vida en la Natura,
por calentar los polos no se apura,
ni se desvía un ápice tampoco:

Todo lo alcanzarás solemne loco...

¡siempre que lo permita tu estatura!




Pedro Bonifacio Palacios


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viernes, 2 de noviembre de 2012

Lo que yo quiero

Lo que yo quiero

 Quiero ser las dos niñas de tus ojos,
las metálicas cuerdas de tu voz,
el rubor de tu sien cuando meditas
y el origen tenaz de tu rubor.

Quiero ser esas manos invisibles

que manejan por sí la Creación,
y formar con tus sueños y los míos
otro mundo mejor para los dos.

Eres tu, providencia de mi vida,

mi sosten, mi refugio, mi caudal:
cual si fueras mi madre yo te amo...
¡y todavía más!

II

Tengo celos del sol, porque te besa
con sus labios de luz y de calor,
del jasmín tropical y del jilguero
que decoran y alegran tu balcón.

Mando yo que ni el aire te sonreía:

ni los astros, ni el niño, ni la flor,
ni la Fe, ni el Amor, ni la Esperanza,
ni ninguno en lo eterno más que yo.

Eres tú, Soberana de mis noches,

mi constante, perpetuo cavilar:
ambicioso tu amor como la Gloria...
¡y todavía más!

III

Yo no quiero que alguno te consuele
si me mata la fuerza de tu amor...
¡si me matan los besos insaciables
fervorosos, ardientes que te doy!

Quiero yo que te invadan las tinieblas

cuando ya para mí no salga el sol.
Quiero yo que defiendas mi cadáver
del más leve ritual profanador.

Quiero yo que me nombres y conjures

sobre labios y frente y corazón.
Quiero yo que sucumbas o enloquezcas...
¡loca, sí, muerta, sí, te quiero yo!

Mi querida, mi bien, mi soberana,

mi refugio, mi sueño, mi caudal,
mi laurel, mi ambición, mi santa madre...
¡y todavía más! 



Pedro Bonifacio Palacios

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