lunes, 31 de diciembre de 2012

La Adoración de los reyes Magos Relato perteneciente a «Misteriosa Buenos Aires»

Alguno trae una aguja en la mano; otro, un pequeño telar; éste lanas y sedas multicolores; aquél desenrosca un dibujo en el cual está el mismo paño de Bruselas diseñado prolijamente bajo una red de cuadriculadas divisiones. Caen de rodillas y brindan su trabajo de artesanos al Niño Jesús. Y luego se ubican entre la comitiva de los magos, mezcladas las ropas dispares, confundidas las armas con los instrumentos de las manufacturas flamencas. Una vez más queda desierto el espacio frente a la Santa Familia. En el altar, el sacerdote reza el segundo Evangelio. Y cuando Cristóbal supone que ya nada puede acontecer, que está colmado su estupor, un personaje aparece delante del establo. Es un hombre muy hermoso, muy viril, de barba rubia. Lleva un magnífico traje negro, sobre el cual fulguran el blancor del cuello de encajes y el metal de la espada. Se quita el sombrero de alas majestuosas, hace una reverencia y de hinojos adora a Dios. Cabrillea el terciopelo, evocador de festines, de vasos de cristal, de orfebrerías, de terrazas de mármol rosado. Junto a la mirra y los cofres, Rubens deja un pincel. Las voces apagadas, indecisas, crecen en coro. Cristóbal se esfuerza por comprenderlas, mientras todo ese mundo milagroso vibra y espejea en tomo del Niño. Entonces la Madre se vuelve hacia el azorado mozuelo y hace un imperceptible ademán, como invitándolo a sumarse a quienes rinden culto al que nació en Belén. Cristóbal escala con mil penurias el labrado facistol, pues el Niño está muy alto. Palpa, entre sus dedos, los dedos aristocráticos del gran señor que fue el último en llegar y que le ayuda a izarse para que pose los labios en los pies de Jesús. Como no tiene otra ofrenda, vacila y coloca su plumerillo al lado del pincel y de los tesoros. Y cuando, de un salto peligroso, el sordomudo desciende a su apostadero de barandal, los murmullos cesan, como si el mundo hubiera muerto súbitamente. El tapiz del corsario ha recobrado su primitiva traza. Apenas ondulan sus pliegues acuáticos cuando el aire lo sacude con tenue estremecimiento. Cristóbal recoge el plumero y los trapos. Se acaricia las yemas y la boca. Quisiera contar lo que ha visto y oído, pero no le obedece la lengua. Ha regresado a su amurallada soledad donde el asombro se levanta como una lámpara deslumbrante que transforma todo, para siempre. Manuel Mujica Láinez (1910-1984), Escritor argentino, es autor además de 'Misteriosa Buenos Aires', obra en que se presentan cuentos ambientados entre 1536 - desde la primera fundación de Buenos Aires y 1904, convirtiéndose en una historia de la ciudad-, de obras como 'Aquí vivieron', cuentos de 1949, 'Los ídolos', novela de 1953, 'Los viajeros' de 1955, novela sobre la aristocracia criolla, 'Bomarzo' de 1962, 'El unicornio' de 1965 y 'El gran teatro' de 1979. 

Manuel Mujica Láinez

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domingo, 30 de diciembre de 2012

La Adoración de los reyes Magos Relato perteneciente a «Misteriosa Buenos Aires»

Tiene el paño una historia romántica. Se sabe que uno de los corsarios argentinos que hostigaban a las embarcaciones españolas en aguas de Cádiz, lo tomó como presa bélica con el cargamento de una goleta adversaria. El señor Fernando VII enviaba el tapiz, tejido según un cartón de Rubens, a su gobernador de Filipinas, testimoniándole el real aprecio. Quiso el destino singular que en vez de adornar el palacio de Manila viniera a Buenos Aires, al templo de las monjas de Santa Clara. El sordomudo, que es apenas un adolescente, se inclina en el barandal. Allá abajo, en el altar mayor, afánanse los monaguillos encendiendo las velas. Hay mucho viento en la calle. Es el viento quemante del verano, el de la abrasada llanura. Se revuelve en el ángulo de Potosí y Las Piedras y enloquece las mantillas de les devotas. Mañana no descansarán los aguateros, y las lavanderas descubrirán espejismos de incendio en el río cruel. Cristóbal no puede oír el rezongo de las ráfagas a lo largo de la nave, pero siente su tibieza en la cara y en las manos, como el aliento de un animal. No quiere darse vuelta porque el tapiz se estará moviendo y alrededor del Niño se agitarán los turbantes y las plumas de los séquitos orientales. Ya empezó la primera misa. El capellán abre los brazos y relampaguea la casulla hecha con el traje de una Virreina. Asciende hacia las bóvedas la fragancia del incienso. Cristóbal entrecierra los ojos. Ora sin despegar los labios. Pero a poco se yergue, porque él, que nada oye, acaba de oír un rumor a sus espaldas. Sí, un rumor, un rumor levísimo, algo que podría compararse con una ondulación ligera producida en el agua de un pozo profundo, inmóvil hace años. El sordomudo está de pie y tiembla. Aguza sus sentidos torpes, desesperadamente, para captar ese balbucir. Y abajo el sacerdote se doblega sobre el Evangelio, en el esplendor de la seda y de los hilos dorados, y lee el relato de la Epifanía. Son unas voces, unos cuchicheos, desatados a sus espaldas. Cristóbal ni oye ni habla desde que la enfermedad le dejó así, aislado, cinco años ha. Le parece que una brisa trémula se le ha entrado por la boca y por el caracol del oído y va despertando viejas imágenes dormidas en su interior. Se ha aferrado a los balaústres, el plumero en la diestra. A infinita distancia, el oficiante refiere la sorpresa de Herodes ante la llegada de los magos que guiaba la estrella divina. - Et apertis thesaurus suis -canturrea el capellán- obtulerunt ei munera, aurum, thus et myrrham. Una presión física más fuerte que su resistencia obliga al muchacho a girar sobre los talones y a enfrentarse con el gran tapiz. Entonces en el paño se alza el Rey mago que besaba los pies del Salvador y se hace a un lado, arrastrando el oleaje del manto de armiño. Le suceden en la adoración los otros Príncipes, el del bello manto rojo que sostiene un paje caudatario, el Rey negro ataviado de azul. Oscilan las picas y las partesanas. Hiere la luz a los yelmos mitológicos entre el armonioso caracolear de los caballos marciales. Poco a poco el séquito se distribuye detrás de la Virgen María, allí donde la mula, el buey y el perro se acurrucan en medio de los arneses y las cestas de mimbre. Y Cristóbal está de hinojos escuchando esas voces delgadas que son como subterránea música. Delante del Niño a quien los brazos maternos presentan, hay ahora un ancho espacio desnudo. Pero otras figuras avanzan por la izquierda, desde el horizonte donde se arremolina el polvo de las caravanas y cuando se aproximan se ve que son hombres del pueblo, sencillos, y que visten a usanza remota...
 Manuel Mujica Láinez
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sábado, 29 de diciembre de 2012

La Adoración de los reyes Magos

Relato perteneciente a «Misteriosa Buenos Aires» Este relato de ficción, basa muchas de sus descripciones en el cuadro de Pedro Pablo Rubens, 'La Adoración de los Magos' (1609), Óleo sobre lienzo, que se halla en el Museo del Prado, de Madrid. Hace buen rato que el pequeño sordomudo anda con sus trapos y su plumero entre las maderas del órgano: A sus pies, la nave de la iglesia de San Juan Bautista yace en penumbra. La luz del alba -el alba del día de los Reyes- titubea en las ventanas y luego, lentamente, amorosamente, comienza a bruñir el oro de los altares. Cristóbal lustra las vetas del gran facistol y alinea con trabajo los libros de coro casi tan voluminosos como él. Detrás está el tapiz, pero Cristóbal prefiere no mirarlo hoy. De tantas cosas bellas y curiosas como exhibe el templo, ninguna le atrae y seduce como el tapiz de La Adoración de los Reyes; ni siquiera el Nazareno misterioso, ni el San Francisco de Asís de alas de plata, ni el Cristo que el Virrey Ceballos trajo de Colonia del Sacramento y que el Viernes Santo dobla la cabeza, cuando el sacristán tira de un cordel. El enorme lienzo cubre la ventana que abre sobre la calle de Potosí, y se extiende detrás del órgano al que protege del sol y de la lluvia. Cuando sopla viento y el aire se cuela por los intersticios, muévense las altas figuras que rodean al Niño Dios. Cristóbal las ha visto moverse en el claroscuro verdoso. Y hoy no osa mirarlas. Pronto hará tres años que el tapiz ocupa ese lugar. Lo colgaron allí, entre el arrobado aspaviento de las capuchinas, cuando lo obsequió don Pedro Pablo Vidal, el canónigo, quien lo adquirió en pública almoneda por dieciséis onzas peluconas. ...Continuará.

 Manuel Mujica Lainez

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Manuel Wirtz

Manuel Wirtz Fue mimo en los shows de Juan Carlos Baglietto. El mismo año que se inició como solista, editó su primer disco titulado "En Funcionamiento" (1987), el cual presentó en el Chateau Rock ’88. Junto a La Torre realizó una gira en 1988 por la Unión Soviética en donde se presentó ante 300 mil personas. Después de su segundo album, "Mala información", se dedicó a conducir programas infantiles como "Dibujuegos" y "No te quedes afuera". Además participó en programas de humor junto al actor Guillermo Francella. En 1992 lanzó "Manuel Wirtz", con la participación de Hilda Lizarazu. En este album se destacó el tema "Donde quiera que estés". Luego surgió en 1994 "Magia", su cuarto trabajo; el mismo contiene los temas "Rescata mi corazón" y "Por ganar tu amor". Un año después grabó "Cielo y Tierra" y en 1997 presentó su sexta placa, llamada "Una razón". En el año 2002 sale a la venta "Grandes Exitos" y en el 2005 llegue su disco "Quimera", con composiciones originales de Wirzt y Alberto Lucas, y con la participación de Gustavo Cordera en "Bla, bla, bla". "Loco por ti", corte de difusión, fue cortina de la telenovela "Yago, pasión morena". En el 2009 editó "Vení", del cual se desprende el hit "No me digas que no". Este álbum fue presentado en 2011junto a sus grandes éxitos en La Trastienda. Facebook TwitThis E-mail this story to a friend! Bitacoras.com del.icio.us Tumblr Google BarraPunto Meneame Wikio Ping.fm Technorati

martes, 25 de diciembre de 2012

EL ARBOL DE NAVIDAD

Era la señora quién así le hablaba, pero no era la señora seca y gritona de todos los días, sino una señora sonriente, de voz amable... ¿Y qué veía, qué veía? ¡La señora vistiendo el delantal de cocinera de su madre! ¡Le había dado su vestido y ella vestía su delantal!... Confuso estaba Quico, y aún oyó al señor, a quien todos los sirvientes hablaban doblándose y descubiertos; le decía: - No llamés niño Julito y niña Lola a mis hijos; llámales Lola y Julito solamente. Nosotros somos cristianos. ¿Cristianos? ¡Sí, lo eran; sí! ¡Y él que llegó a dudar! ¡Qué arrepentido estaba! Entró entonces el lacayo, el que lo golpeara, y se llegó a él, traía una piedra en la mano, la misma piedra que él le había tirado, y se la alargó diciéndole: - Tomá, Quico, yo te golpee, hice mal. Tomá, tirame esta piedra por la cabeza, golpeáme ahora. Me la tiraste, y en vez de golpearme a mí has roto... Quico recordó entonces que algo había roto, no sabía qué, ni veía qué, todo se hallaba sano. Interrumpió al lacayo, rechazándole la piedra: - Yo te perdono los golpes, porque soy cristiano y Jesús nos ha dicho: "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". Y habló por última vez el viejo cura, habló en tanto abrazaba a Quico; decía estas otras palabras de Jesús: - "Dejad a los niños, y no les impidáis de venir a mí; porque de los niños es el reino de los cielos". Oyose la música otra vez, y todos comenzaron a danzar en torno del árbol de Navidad. Quico bailaba con Juana, ¿bailaba?... El no sabía bailar ni Juana tampoco, pero tomados de la mano, saltaban, saltaban riendo, felices, y así, saltando y riendo, salieron hasta la playa. Ya era de día, un día hermoso de sol, y allí comenzaron a jugar con la pelota de colores, jugaban al fútbol; y reían cada vez que la pelota caía al agua, y ellos entraban en ella, jugando carreras a ver quién la cogía. - ¡Aquí está el pillete! Quico sintió que una mano enérgica lo aferraba de un brazo. Despertó y, restregándose los ojos, dijo: - ¿Eh? - ¿Eh? ¡Que debía hacerte llevar preso! Era el doctor quien lo hablaba, tenía duros el ceño y los ojos. De un tirón lo puso de pie. - ¡Vamos! Quico, aún sin salir del todo de su sueño, se dejó conducir, llegaron hasta el automóvil que los esperaba. Y el señor dijo al chofer: - ¡Aquí está este pillo, este sinvergüenza! De un empujón lo subió al pescante, y el coche comenzó a andar. Quico, humillado y triste, acurrucábase lo más posible en el asiento, junto al chofer. Se hallaba temeroso y asombrado. Casi no se atrevía a pensar. ¡Había sido solo un sueño todo lo que había visto, todo eso tan hermoso! ¿Por qué las gentes son tan buenas en los sueños y tan malas en la vida? De vez en vez, desde atrás, le venía la voz áspera del amo: - ¡Pillo, sinvergüenza; vas a parar en ladrón si sigues así! Y el chofer lo secundaba: - ¡Oh, está hecho con la pasta de los que van a dejar los huesos en una cárcel! ¡Es un bandido! - ¿Sabes bien lo que has hecho? - le preguntó el amo, zamarreándole, y más colérico aún: ¿sabes lo que has hecho? ¡Has roto el espejo del salón! ¡Un espejo que vale muchos cientos de pesos, muchos!... Y el chofer: - Tu madre tendrá que trabajar varios años para poder pagarlo... ¡Había roto el espejo del salón, aquel magnífico espejo que ocupaba toda la pared, desde el zócalo hasta la cornisa! Quico quedó anonadado. ¿Qué había hecho? Necesitó disculparse, y como no se atreviera a hablar al amo, habló al chofer: - Yo no lo hice a propósito... yo... - ¿Qué dice? - preguntó el señor. - Dice que no lo hizo a propósito - explicó el chofer. - ¡Calla! ¡Calla! - gritó el amo enfurecido -: ¡calla, porque te voy a dar un bastonazo! Y se lo dio, en la cabeza, no fuerte, pero le hizo doler. Quico lo miró de reojo, con una mano tocándose la cabeza dolorida, a ver si le sangraba, con ese terror instintivo que sienten los niños al ver sangre propia. - ¡Vea cómo me mira! ¡Con qué ojos! - rugió el amo. - ¡Con ojos de criminal! - subraya el chofer. ¡Qué odio sintió Quico hacia éste! Al fin, al amo le había roto el espejo del salón, pero a éste, ¿qué le había hecho?, ¿por qué lo injuriaba él también? Y lo miró con más ojos de odio. El chofer, comprendiendo, lo amenazó- ¡Conmigo no vas a jugar, eh, atorrantito! ¡Yo te doy una cachetada que te tumbo!... Y Quico se sintió a merced de aquellos dos hombres amenazantes, los que ahora sonreían como estúpidos y sin dejar de injuriarlo: - ¡Pillo! - ¡De lástima no te hago llevar a la cárcel, ladronzuelo! ¿Ladronzuelo?, ¡pero si él nunca le había robado nada a aquel señor! Deseos tenía de preguntar qué le había robado; temió que le respondiese con otro golpe... Intentó abrir la portezuela del automóvil, y escapar. Dos garras lo cogieron: el señor de la espalda y el chofer de un brazo. - Déjelo nomás, déjelo - dijo el doctor al chofer; ¡ya lo tengo seguro! - Y lo dijo con un tono de vencedor satisfecho, que no escapó a la precocidad aguda del niño. ¡Valiente hazaña hacía el señorón aquél! ¡No dejar moverse a un chiquillo flaco!... Y así anduvieron, el señor sin soltarle, hasta que el automóvil se detuvo frente a la quinta. - ¡Bajá, pillo, ladrón! - le dijo el amo y a empellones lo tiró del automóvil al suelo -. ¡Bajá! Tomá! - le largó un puntapié que Quico esquivó y echóse a correr instintivamente hacia la cocina. Oyó al doctor que le gritaba: - ¡Andá con tu madre, pillo, y a la calle, a la calle los dos!... Llegó a la cocina. Su madre, sentada y cabizbaja, con el bulto de sus pocas ropas a un lado, lo esperaba a él seguramente, porque al verlo entrar irguióse: - ¡Vamos! - le dijo. Y echaron a andar hasta salir por la puerta de atrás de la quinta. El esperaba una fuerte reprensión de su madre, y ésta nada le había dicho, no se atrevía ni a interrogarla a dónde iban. Caminaron hasta llegar a la estación. Un empleado a quien la madre preguntó cuánto faltaba para el tren que iba a la ciudad, le respondió: - Faltan diez minutos. Quico supo así que volvían a Buenos Aires a vivir en el conventillo sucio en el que vivían antes de ir a esa hermosa quinta de Olivos... ¡Y allá no había río para correr, bañarse y pescar! ¿Y sus amigos Paco, Juana, Pepe?... Preguntó a su madre sin saber por qué le preguntaba, tal vez necesitando hablar a fin de entretener sus pensamientos: - ¿Mamá, por qué nos vamos? - ¿Y me lo preguntás todavía, hijo? - le respondió la madre, con acento muy triste -. Nos vamos por culpa tuya, has roto el espejo del salón. - Yo no lo hice a propósito, mamá, el lacayo me pegó... y yo le tiré la piedra a él, no al espejo... - Andá a decirle a la señora eso; la vieras como estaba, lo que me decía. Me dijo de todo; y yo sin saber qué había pasado. Me echó anoche mismo, sin pagarme un centavo. Ya lo ves, he trabajado gratis quince días. Todo por tu culpa... Quico ya no pudo más, y tiró la cabeza sobre el regazo de la madre, a llorar, a llorar... Lloraba sin consuelo, ¡se sentía tan desgraciado! De buena gana se hubiera acostado sobre los rieles del tren... La madre comenzó a acariciarlo y a hablarle: - Vamos hijo mío, pobre hijo mío, no llorés más. Ellos te han dicho muchas cosas, pero yo sé que no sos malo, Quico. Tu mamita sabe que no sos malo, que rompiste sin querer el espejo... Y lo besaba, lo besaba en la cabeza dolorida, en los ojos cegados de tanto llorar, lo besaba, lo besaba. Quico no lloró más. Sintió que el corazón se le hinchaba de consuelo; ¿qué le importaba al fin si los demás lo creían malo, si su madre sabía que era bueno?... Quedó apoyado contra ella, sin llorar, dejándose acariciar la cabeza... Así estuvo unos minutos, y habló de pronto, vuelto a su locuacidad y a sus razonamientos de niño precoz: - Mamá: ni el señor ni la señora son cristianos. - ¿Por qué, hijo? - le preguntó la madre- Porque ellos no debían haberte echado, y sin pagarte. Ellos no son cristianos, entonces. Si fueran cristianos nos hubieran perdonado a los dos. El cura me enseñó en la doctrina cristiana que Jesús dijo: "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco el Padre os perdonará vuestras ofensas". - Y sin embargo, son cristianos - arguyó la mansa mujer -, ya ves como festejan el nacimiento de Cristo, cómo hacen un árbol de Navidad... Quico no se dejó convencer por ese argumento. Replicó: - Sí, pero Jesús... - ¡Dejame, nene - lo interrumpió la madre cogiendo el bulto de sus ropas -, dejame, ahí viene el tren! ¡Vamos!... - ¡Vamos!...Pero Jesús dijo... Jesús... ÁlvaroYunque
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sábado, 22 de diciembre de 2012

EL ARBOL DE NAVIDAD

A él, a Quico, ni lo miraba siquiera. Y una vez que se le ocurrió asomarse al comedor, ella, a gritos, lo echó afuera: - ¡A la cocina, sucio, mocoso, a la cocina con su madre! Y la oyó comentar, indignadísima: - ¡No faltaba más! ¡El hijo de la cocinera! ¡El hijo de la cocinera! La frase, oída con indiferencia hasta entonces, le comenzó a escocer al muchacho. ¿Qué? ¿Su madre era cocinera? ¿Pero era un delito eso? ¿No era peor ser ladrona que cocinera? Nunca se había animado a hacer tales preguntas al cura viejo. Su seriedad y su cabellera blanca lo imponían; pero en aquel momento, en que lo asaltaban sus meditaciones, en que se hallaba confuso y triste, hubiera querido tenerlo delante y preguntárselo todo... Sin embargo, la señora era cristiana. Su propia madre se lo acababa de decir: Los señores hacen el árbol de Navidad, festejan el nacimiento de Jesús, porque son cristianos. ¿Y si la señora no fuese cristiana, lo hubiera mandado aprender doctrina cristiana con el cura?... Oyó que le gritaban- Quico! Quico!... Era Pancho, el hijo del pescador, "el gordo", como él lo llamase sin que el otro se enojase. Pancho le hablaba de lejos, a gritos: - ¡Pronto, pronto! ¡Tengo dos anzuelos, vamos a pescar!... ¡A pescar! Quico se sintió totalmente feliz, y echó a correr hacia donde estaba su amigo, olvidado de la señora, del cura, y hasta del mismo Jesús... ¡A pescar! Pasó el día en el río, pescando, comiendo lo que pudo, corriendo y jugando. Regresó de noche a la quinta, cansado, los pies doloridos de tanto andar por las rocas, bostezando de sueño. Al aproximarse, oyó una música que le hizo apretar el paso, hormigueándole la sangre de curiosidad. Oculto entre los árboles, cauteloso fue acercándose a la casa, toda iluminada, tan iluminada que parecía un castillo de fuego artificial. Esta comparación se le ocurrió al niño que la contemplaba embobado. La música y las flores le turbaban la imaginación, llevándosela a países remotos, ¿dónde?... Se fue acercando más, más... ¡Miró al fin! Subido a la balaustrada del balcón, miró adentro, y creyó caer de asombro. Allí, rutilante de farolitos japoneses, fantástico de juguetes y cajas de dulces, se hallaba el árbol de Navidad, y alrededor de él, danzaban niños y niñas vestidos de mil colores, rientes, felices... Bailan, pensó Quico, y después se llevarán los juguetes y se comerán los dulces del árbol. ¿Y yo? ¿Ni uno he de tener yo? Pasaba Julito bailando y él, irreflexivo, comenzó a gritarle: - ¡Julito, Julitoooo, dame un juguete, Julito! Varias parejas de niños se detuvieron asombrados, aparecieron algunas madres... A Quico no le importaba, él quería un juguete. ¡Había tantos, que bien podían darle uno a él! Por ejemplo: allí había una hermosa pelota grande de varios colores... ¡Qué partido de fútbol haría con sus amigos en la playa! - Julito, dame esa pelota... Y oyó la voz seca de la señora que chillaba: - ¡Abajo de ahí, pillete, abajo de ahí! Quico no se bajó, impuso condiciones: - Déme esa pelota y me bajo... ¡Ay! Un lacayo celoso le había dado una palmada, luego lo tomó de un brazo fuertemente y le aplicó un golpe en la cabeza. Quico se agachó, para librarse de otro golpe, y, a la ventura, cogió una piedra. Se hallaba ciego de cólera, la transición había sido demasiado brusca: de estar contemplando el maravilloso árbol de Navidad, en aquel salón lleno de niños, flores y luces, a verse en el suelo y golpeado... Corrió un trecho, dio vuelta hacia el lacayo, tiró la piedra lo más fuerte que pudo. Y se lanzó a correr; pero oyó un estrépito de cristales y gritos que lo obligaron a correr más aún, más... Corrió hasta la playa, allí se detuvo, estaba solo, cansado... Y se tiró bajo unos árboles boca arriba, a mirar las estrellas. La noche estival era hermosa, la brisa aromada le recordaba el cisne conque la mucama se ponía polvos, él lo sabía porque una vez se lo pasó por la cara... ¡Buenos gritos se llevó! Y aquel recuerdo ingrato le trajo éste, el de ahora. ¿Qué habría pasado allá? ¿Qué habría roto?... Se quedó mirando una estrella que aparecía y desaparecía entre las hojas del árbol a las que hacía danzar la brisa. Y el río no dejaba de cantar en la playa... Quico pensó: El río toca la música y las hojas bailan... De súbito, sin saber cómo, vio ante sí una negra silueta: ¡era el cura viejo, el que le enseñaba la doctrina! - ¡Señor cura! - gritó el niño, y se puso de pie, con la cabeza mustia, avergonzado de su acción, que el cura sabría ya, seguramente. - Nada temas, hijito - respondió el cura -. Nada temas, ven conmigo. El no dudó y, lo que más le asombrara, no temió tampoco. Se fue tras del cura y se hallaron en la quinta. Oyó la música que lo embelesara, vio las luces que lo habían embobado. Y al llegar él, muchos niños se le adelantaron a recibirle, y Julito y Lola, los hijos del patrón, cogiéronle uno de cada mano. Vio ante sí al doctor y a la señora rodeados de señoras y señores lujosos; todos le sonreían y lo miraban bondadosamente. Vio también, qué, Pancho, Juana y Pepe, sus amigos, los hijos de los pescadores, se hallaban allí. Descalzos como siempre, sucios y malvestidos, pero nadie reparaba en ello y los niños lujosos les daban las manos. ¿Vio, qué? ¿Pero no era su madre, esa? ¡Sí, su madre, la cocinera! Ah, pero no vestía su delantal pringoso de cocinera, llevaba un traje lila lujosísimo, un traje que él vio a la señora una vez, ¡y un collar de perlas que él también había visto a la señora! ¡Los llevaba su mamá! Quico deseo hablarla... Pero oyó al cura, al cura que con voz grave y dulce de siempre, decía: - Jesús nos ha enseñado: "Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo". Mas yo os digo: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen..." Quico llorando, protestó: - ¡No, no, no! Yo no soy enemigo de la señora, yo no la aborrezco; me era antipática porque me trataba mal, porque gritaba a mi madre y a los demás sirvientes; pero ahora es buena, tiene razón mi madre, la señora es cristiana... No habló más. El llanto lo impedía, un llanto copioso que le llenaba de ternura el corazón infantil. En aquel momento, si la señora se hubiese estado ahogando, él se hubiera tirado a salvarla o a morir con ella... Y el viejo cura prosiguió, recitando las palabras del Evangelio: - “Porque si amarais sólo a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los malos? ¿Y si abrazáis a vuestros hermanos solamente, qué hacéis de más? ¿No hacen también lo mismo los malos?" Verdad, pensó Quico, la señora amaba a sus hijitos, ¿era cristiana por eso? ¡No! ¡Ahora sí es cristiana, ahora que me ama también a mí, el hijo de la cocinera!... Y siguió oyendo al viejo cura que decía: - "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro padre os perdonará vuestras ofensas". Y Quico vio en sus manos la hermosa pelota de colores que tanto deseaba. Julito, el hijo del patrón, se la acababa de dar, y él dijo: - ¡Gracias, Julito; gracias, niño Julito!... - ¡No, niño Julito, no! ¡Llamale Julito como él te llama Quico! ¿Acaso él te dice niño Quico, por qué has de llamarle niño Julito?...
Álvaro Yunque
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martes, 18 de diciembre de 2012

EL ARBOL DE NAVIDAD

Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y
aborrecerás a tu enemigo". Mas yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen, haced bien a los que os aborrecen...
Porque si amarais sólo a los que os aman, ¿qué
recompensa tendréis?
¿No hacen también los mismo los malos?
Y si abrazáis a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más?
¿No hacen también lo mismo hasta los malos?
Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro padre os perdonará vuestras ofensas".
Jesús - El Sermón de la Montaña
Quico, o "el hijo de la cocinera", según le decían en la casa, preguntó a la madre:
- ¿Mamá, por qué hay tanta fiesta hoy?
- Porque es el día de Navidad, hijo - le respondió la madre, desplumando un pollo.
- ¿Y el día de la Navidad, es el día que nació Jesús?
- Sí.
- ¿Y para festejar ese día el patrón hace fiesta?
- Sí, porque el doctor y su señora son muy cristianos. Ya lo ves, habrá una gran comida, vendrán muchos invitados, ricos señores con sus esposas y sus hijos, y a la noche se colocará el árbol de Navidad.
- ¿El árbol de Navidad, mamita? ¡Qué lindo!
- ¡Oh, será una fiesta espléndida! Me dijo la mucama que van a venir más de cincuenta niños....
¡Qué lindo, mamita, qué lindo! ¡Cómo me voy a divertir! Me pondrás el traje de marinero, ese que era de Julio, y que la señora te regaló para mí.
- ¿Y para qué, hijo?
- ¡Para ir a la fiesta yo también, pues! ¿O pensás que me voy a quedar aquí, en la cocina?... ¡Allá habrá juguetes y dulces, mamá!...
- Pero no te han invitado, Quico. ¿Cómo vas a ir? Este árbol lo hacen los hijos de nuestro patrón para sus amiguitos.
- ¿Y yo no soy amigo de ellos, mamá?
- No, Quico!
- ¿No me has visto jugar a la pelota con Julito?
- Con el niño Julito, con el niño Julito; ya sabes que la señora se enojó la otra tarde porque te oyó decirle Julito a secas: el niño Julio. El niño Julito...
- ¿Bueno, no me viste jugar a la pelota con Julito, con el niño Julito?
- Sí.
- ¡Entonces, soy su amigo, pues!
- No, Quico, él es hijo del patrón, que es un señor muy rico...y vos...
La mujer se detuvo, tiró el pollo desplumado en un tacho de agua, y cogió otro.
- Y yo qué, mamá... - interrogó el niño, que se había quedado suspendido de la frase anterior, con la boca abierta y los ojos siguiendo todo lo que su madre hacía.
Tuvo que volver a preguntar porque su madre, tal vez demasiado atareada, no le respondió enseguida.
- ¿Yo, qué mamita? ¡Qué mamita, yo!...
- El hijo de la cocinera - le contestó ella al fin, en voz baja.
A Quico aquello no le aclaró nada.
- ¿Soy el hijo de la cocinera? ¡Ya lo sé! ¿Y porque soy el hijo de la cocinera... yo... acaso?
- No podés ser amigo del hijo del patrón.
Quico se quedó sin comprender todavía. Aquello era muy complicado para la lógica recta de sus once años: Si él jugaba a la pelota con Julito, ¿por qué no había de ser amigo de Julito? Quedó unos segundos en silencio y mirando a la madre. Esta seguía atareadísima desplumando pollos. Volvió a preguntarla:
- Mamá, no sé porqué yo y Julito...
- El niño Julito y yo, se dice - le corrigió la madre.
- No sé por qué yo y... el niño Julito, no vamos a ser amigos.
- ¿Pero no te lo dije, muchacho? Porque él es hijo del patrón y vos hijo de la cocinera...
- Pero yo no sé por qué...
- ¡Basta! - concluyó, impacientándose, la mujer -. ¡Andá, ayudame a pelar esas papas, y no me preguntés más! Me hacés perder tiempo y hay mucho que hacer. Quico se puso a mondar papas, resignado a no aclarar aquel enigma: ¿Por qué él, Quico, el hijo de la cocinera, que muchas veces había jugado a la pelota con Julito o con el niño Julito?... Y se le ocurrió otra pregunta:
- Mamá, ¿por qué la señora se enoja si yo le digo Julito? ¿No se llama Julito? ¿Si todos le dicen Julito?
- Se enoja porque él es hijo del patrón y vos el hijo de la cocinera...
Y calló la madre. ¡Vaya con la explicación!, pensó Quico, tan a oscuras como antes, ¡el hijo del patrón!, ¡el hijo de la cocinera!... Su madre todo lo explicaba con esto, y esto no le decía nada a él, ¡nada absolutamente! Volvió a interrogarla, tímido al principio:
- Mamá...
- ¿Qué?
- Pero acaso te enojás porque él me diga Quico a mí y no niño Quico?
Rió de buena gana la mujer.- ¡Qué muchacho éste, qué ocurrencias las tuyas, hijo! El hijo del patrón llamándole niño Quico al hijo de la cocinera... Y volvió a reír a carcajadas.
¡El hijo del patrón! ¡El hijo de la cocinera! ¡Otra vez! ¿Pero, era tonta su madre, acaso? ¿No sabía responder a sus preguntas de otro modo que con esas dos frases?... Y lo enojó verla reír:
- ¿Por qué ríes? ¡Yo no sé por qué! ¡Si no me dice niño Quico a mí, yo le diré Julito, Julito, Julito!
Gritaba. Su madre lo hizo callar, enojada también.
- ¡Fuera, vamos, fuera de la cocina!...
Quico salió corriendo. Se hizo este propósito, en voz alta: ¡No volveré hasta la noche, cuando pongan el árbol de Navidad! Y se fue a la playa, a chapuzarse en el río con otros muchachos, hijos de pescadores, sus amigos también, y a los que no debía llamarlos niño Pancho ni niña Juana ni niño Pepe; sino Pancho, Juana y Pepe, a secas, ya que sus madres no se enojaban por eso, como tampoco se enojaba la suya porque lo llamaran Quico, a secas también. ¡Vaya con las rarezas de la señora, la madre de Julito! Siempre le había sido antipática: ¡Tan seca, tan gritona! Y se vengó de ella, Quico! A solas, comenzó a gritar, hasta enronquecerse: - ¡Julito, Julito, Julito, Julito, Julitoooo!...

El rencor que sentía por la señora lo hizo meditar y, mientras se encaminaba lentamente a buscar sus amigos: Pancho, Juana y Pepe, pensó: La señora es cristiana. Quico no podía dudarlo, pues, al otro día de estar su madre conchabada en la casa, le preguntó si su hijo había hecho la primera comunión. No la había hecho: Quico creyó que la señora iba a desmayarse. Con las manos en la cabeza, gritaba:
- ¡Once años y sin hacer la comunión, oh, Dios mío! ¡Mañana mismo irá a la iglesia, a la doctrina cristiana! ¡A que lo preparen para hacer la comunión! Por eso no dudaba Quico que la señora y el señor eran cristianos. Y desde el día siguiente, por la tarde, Quico fue a la sacristía de la iglesia, donde el cura, un viejo muy simpático, le enseñó, a él y a seis chicos más, la doctrina cristiana. Primero les dijo quién fue Cristo, su vida y su muerte; luego les explicó sus hechos y milagros... A Quico, preguntón como era, se le ocurrió preguntar al cura sobre varias cosas; pero no se atrevió, le imponía respeto. El le hubiera querido preguntar, por ejemplo: - Jesús dijo:"Más liviano trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios". Entonces, ¿Jesús no era amigo de los ricos? ¿Y si no era amigo de ricos, por qué el doctor y su señora que eran tan ricos, según decían todos los sirvientes, que tenían una quinta tan hermosa, dos automóviles, muebles y trajes tan costosos, por qué eran cristianos, partidarios de Cristo que no era amigo de los ricos? El muchacho no se atrevió a hacer esta pregunta. Ni esta otra que también se le ocurrió: Jesús dice: "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco nuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". Y él había visto que el doctor, una vez que un vendedor ambulante le dijo no recordaba qué osa a la señora que lo había llamado "ladrón", no lo perdonó, como Cristo mandaba, sino que llamó al mucamo y al jardinero, y entre los dos lo hizo echar a empujones a la calle, después de hacerlo golpear. Quico no olvidaba nunca que el vendedor era un viejo y el mucamo y el jardinero lo golpearon hasta sacarle sangre de la nariz, después de tirar por el suelo su mercancía. Y no olvidaba que el señor y la señora gritaban: ¡Bien! ¡Insolente! ¡Fuera! ¿Y a pesar de eso eran cristianos, partidarios de Cristo, que enseñaba a perdonar?... Jesús predicaba pobreza, mansedumbre, y la señora era rica y soberbia. El la oía gritar a las mucamas y, cuando salía de paseo, llevaba joyas y trajes riquísimos...(Continuará)
Álvaro Yunque 


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domingo, 16 de diciembre de 2012

César Banana Pueyrredón

César "Banana" Pueyrredón nació en Buenos Aires el 7 de Julio de 1952. Introvertido y tímido, encontró a los 10 años que el piano era algo más que un instrumento musical. Era su refugio, un amigo del cual no se separó jamás y en el que pudo volcar todo su mundo interior. A los 14 años junto a Daniel, su hermano, formaron diferentes grupos que desembocaron en el año 1969 en el legendario "Banana". Los discos de esa agrupación se editaron en muchos países latinoamericanos e hizo numerosas giras y presentaciones en Uruguay, Chile, Paraguay, Costa Rica, Guatemala y Panamá. César reconoce que esa época influyó en su música la primera corriente importante del rock argentino. Grupos como Los Gatos y Almendra, entre otros, señalaban un camino por recorrer en el rock con letras en español. En 1979 se publicó "Aún es tiempo de soñar", uno de los principales títulos de la última etapa del grupo, con marcada influencia del rock sinfónico. El grupo se disolvió a mediados de 1984, habiendo variado su formación muchas veces pero conservando su espíritu y la voz líder. Ese mismo año sale a la venta el primer álbum solista del músico, titulado "Así de simple". Lo siguieron "Sólo un poco más" en 1985 y "Está en vivo" en 1986. Surgió en 1987 "Más cerca de la vida", en 1988 "Ser uno mismo", en 1990 "Tarde o temprano", en 1991 "20 años", en 1992 "Armonía" y en 1993 "De la ternura a la pasión". En 1997 se editó "De colección", un disco con éxitos de Banana Pueyrredón. En el año 1999 presentó "Souvenir del paraíso". Con toda la fuerza y el sentimiento de su voz y sus canciones, César presentó “Romántico + nuevo”, su último álbum, en Noviembre de 2004, en Buenos Aires. Contiene los éxitos "Cuando amas a alguien", No quiero ser más tu amigo", "Conociéndote" y una nueva canción, titulada "En tus ojos". A fines de 2006 se presenta en el Teatro Ópera de Buenos Aires y durante el 2007 desarrolla un nuevo ciclo de conciertos denominado “Gira romántica”. Un ser adorable que cada día canta mejor.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Nocturno



En el gastado corazón del Tiempo
se clavan las agujas de todos los cuadrantes.

Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido:
la noche se cansé de enterrar a sus mundos.

¡Llora por los relojes que no saben dormir!
Las campanas se niegan a morder el silencio.
Tras un rebaño do horas
gastaron sus colmillos de bronce las campanas...

¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas!
El sol ya no quería romperse en tus banderas.
Para mullir tu fuga, en el camino,
se desplumaron todas las águilas del viento.
Tus pasos clavetean
un gran tapiz de lejanía...
Son pájaros furtivos tus recuerdos:
amaban grandes ríos arbolados de muerte.

¡Estuche de palabras
donde guardar el roto muñeco de los años!
Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas.
Los péndulos cabeceantes
dibujan negativas en la noche.

¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos!
¿Qué historia contaremos a los días?
¿Cómo arriar el velamen
de las mañanas, ávido remero?

¡Todo está bien, ya soy un poco dios
en esta soledad,
con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas
una ballesta de palabras!


Leopoldo Marechal

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domingo, 9 de diciembre de 2012

Credo a la vida

Creo en la vida todopoderosa,
en la vida que es luz, fuerza y calor;
porque sabe del yunque y de la rosa
creo en la vida todopoderosa
y en su sagrado hijo, el buen Amor.

Tal vez nació cual el vehemente sueño
del numen de un espíritu genial;
brusca la senda, el porvenir risueño,
nació tal vez cual el vehemente sueño
de un apóstol que busca un ideal.

Padeció, la titán, bajo los yugos
de una falsa y mezquina religión;
veinte siglos se hicieron sus verdugos
y aun padece, titán, bajo sus yugos
esperando la luz de la razón.

Fue en la humana estultez crucificada;
murió en el templo y resurgió en la luz...
¡Y, desde allí, vendrá como una espada,
contra esa Fe que germino en la nada,
contra ese dios que enmascaro la cruz!

Creo en la carne que pecando sube,
creo en la Vida que es el Mal y el Bien;
la gota de agua del pantano es nube. 



Creo en la carne que pecando sube
y en el Amor que es Dios.
¡Por siempre amén!


Leopoldo Marechal 





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sábado, 8 de diciembre de 2012

Del árbol

Hay en la casa un Árbol
que no planto la madre ni riegan los abuelos:
solo es visible al niño, al poeta y al perro.

Su primavera no es la que fundan las rosas:
no es la vaca encendida ni el huevo de paloma.
Su otono no es el tiempo que trae desde el mar
caballos irascibles, por tierras de azafran.
Al Árbol suben otras primaveras e inviernos:
el enigma es del niño, del poeta y del perro.

Cuando la primavera sube al Árbol-sin-nombre,
vestidos de cordura florecen los varones;
y Amor, en pie de guerra, se desliza
de pronto a la sabrosa soledad de las hijas.
Entonces el sabor de algún cielo perdido
desciende con el llanto de los recien nacidos.
Pero cuando el invierno lo desnuda y oprime,
sobre los techos llueven sus hojas invisibles,
y, horizontal, cruza las altas puertas
alguien que por el cielo desaprendio la tierra.

Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron:
el enigma es del niño, del poeta y del perro. 


Leopoldo Marechal



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martes, 4 de diciembre de 2012

J.A.F.

JAF es el nombre artístico e iniciales del cantante argentino Juan Antonio Ferreyra, nacido el 29 de julio de 1958 en Buenos Aires. A la edad de 12 años formó su primera banda, denominada La Máquina Infernal. Esa banda estaba formada por Ferreyra en guitarra y voz, Gustavo Andino en batería, Roberto Taccone en segunda guitarra y Carlos Martes 13 Salcedo en bajo. Más tarde Roberto Taccone reemplazó a Martes 13 en el bajo. Esta banda tenía los ensayos en casa de Ferreyra, en la ciudad Ituzaingó (en las afueras del Buenos Aires). Los temas que realizaban eran covers de Creedence Clearwater Revival, The Beatles, Ten Years After y algunos propios. Tocaban por toda la zona oeste. El último recital de esta banda se realizó en el Club Fragio de Ituzaingó. Lo más lindo es que, aún hoy, sigue sonando en mis recuerdos la gloriosa Máquina Infernal (que nunca debimos dejar). Este es mi humilde homenaje a nuestra primera banda. Roberto Taccone A los 20 años (1979) lideró el grupo La Banda Marrón, compuesta por Antonio Manuel Garcia Lopez (hermano del Negro García López, el guitarrista de La Torre y Charly García) y Beto Topini (La Torre y actualmente con JAF) quien al dejar Banda Marron para irse a La Torre fue reemplazado por el ex Sui Generis Juan Jorge Rodriguez; sus presentaciones estaban dedicadas de lleno al rock y al blues, haciendo temas propios como "Elena X" y "Qué voy a hacer ahora" y covers de Deep Purple y Freddie King entre otros referentes del género. Durante algunos años sólo ofrecieron shows de pubs. Los mismos fueron en franco ascenso y, a mediados de los años ochenta, abandonó esta banda y pasó a formar parte de la banda más conocida que integró: Riff. Junto a Pappo en voz y guitarra, Vitico en bajo y Oscar Moro en batería, grabó Riff VII (1985) y Riff & roll, disco que capturó al cuarteto tocando en vivo. Su unión con el grupo duró sólo 10 meses, luego de lo cual dejó la banda, para más tarde llevar a cabo su carrera como solista. Antes de esto graba las voces del disco solista de Vitico. En 1989 salió a la calle Entrar en vos, su primer disco solista. En 1990 sacó su segunda placa, Diapositivas, que fue presentada en vivo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y luego en el estadio River Plate, como telonero de Eric Clapton y Joe Cocker. En 1992 se encerró en el estudio y dio forma a su tercera placa, Salida de emergencia. Durante el año 1993 presentó Me voy para el sur, su cuarto LP grabado en Los Angeles, U.S.A.. En 1994 se volvió a hacer presente con su quinto álbum, Hombre de Blues. Fue uno de los artistas más aplaudidos en el Homenaje a Carlos Gardel organizado en el Teatro Presidente Alvear por la Secretaría de Cultura de la Nación, cantando el clásico Por una cabeza. En 1995 viajó otra vez a Estados Unidos para terminar de registrar Corazón en llamas su sexto LP. En 1997 la compañía BMG editó su primer álbum compilatorio después de no aceptar grabar el tan esperado disco "En Vivo", titulado JAF (grandes éxitos) con el cual rescinden el contrato de Juan con esa compañia. Luego de más de 8 años y 6 discos oficiales como artista de la compañía BMG, JAF se dispuso a editar un nuevo material discográfico, el séptimo de su carrera. La placa se llamó N.º 7, fue la primera producción independiente del artista y fue presentado oficialmente en el Teatro Astral, durante las noches del 21 y 22 de noviembre de 1997. En el año 2000 grabó el tema Gritarle al diablo, junto a Germán Burgos, para la placa Fasoleras de tribunas grabada por el futbolista. Ya en el año 2001 participa en el disco La leyenda continúa: tributo a Rata Blanca, con el tema «La misma mujer», enigmático tema del primer disco de Rata Blanca, con Saúl Blanch. Luego editó Un largo camino que contó con la producción artística del propio JAF. La banda que lo acompañó en la presentación de esta placa estuvo integrada por Jorge Luis Patón Cimino en batería, Germán Wintter en bajo y Daniela López (quien desde 1997 también es asistente personal del músico) y Mariana Sosa en coros. Algunos temas de Un largo camino se adelantaron el día 9 de agosto de 2003 en una función a sala llena en el cine teatro Premier, de la calle Corrientes, con tanta aceptación por parte de la audiencia, que se hizo inminente su presentación oficial a fin de año. Esta tuvo lugar el 20 de diciembre del 2003 en el teatro Gran Rivadavia. Con este nuevo material dado a conocer, JAF no cesó de recorrer cada uno de los puntos de la República Argentina. Comenzó el año 2004 con su habitual gira veraniega, y posterior a esto, sus innumerables actuaciones en Capital Federal, Gran Buenos aires e interior del país. Fueron casi 180 shows, que le han permitido encontrarse con miles y miles de personas que lo ven cada vez que presenta su arte y lo impulsan a seguir adelante con cada uno de sus proyectos. Entre ellos cabe mencionar la convocatoria recibida por JAF para poner su voz en los temas de dos películas argentinas estrenadas en ese año. JAF grabó una versión del tema The night time is the right time, de los legendarios Creedence Clearwater Revival, para la película Luna de Avellaneda, producida por Pol-Ka. JAF en esta oportunidad se dio el gusto de grabar un tema de una de sus bandas predilectas, que lo ha influenciado indudablemente a lo largo de su carrera como artista y a quienes él admira profundamente. La segunda llamada fue para grabar Forever, el tema principal del film Peligrosa obsesión, protagonizada por Pablo Echarri y Mariano Martínez. Para tal ocasión, la productora cinematográfica Patagonik Group lo convocó para registrar el tema en sus dos versiones, inglés y español, y el track se editó en el cd original de la película. El final del año se coronó con dos presentaciones a sala llena en el mítico Condado (de la Capital Federal), donde el público pudo ver a JAF y a su banda Power Trío desplegar una vez más una energía sin igual, mostrando lo mejor de su música y la solidez del artista junto a su banda de rock and roll. Tras los casi 60 shows de la gira de verano 2005, ya un clásico de todas las temporadas, JAF comenzó la preproducción de lo que iba a ser una de las noches más importantes en su carrera; el día sábado 21 de mayo de 2005 JAF se presentó por primera vez en el teatro Gran Rex de Buenos Aires. Si bien había estado en muchas ocasiones en la Calle Corrientes, esta fue la primera oportunidad en que JAF presentó su arte en los escenarios de este teatro, ícono de la cultura nacional y reconocido a nivel mundial por quienes están inmersos en la industria de la música y el espectáculo. Así es que, dicho teatro ―el más grande de Argentina―, ha recibido a artistas internacionales de la talla de Alan Parsons, Emerson, Lake and Palmer, Jerry Lee Lewis, B.B. King, Buddy Guy y Glenn Hughes, entre otros. JAF se presentó en el teatro Gran Rex de Buenos Aires junto a su banda Power Trío, y además tuvo el honor de tener algunos invitados especiales que hicieron de la noche una velada inolvidable: Adrián Barilari (voz líder de la banda Rata Blanca), Carlos Silberberg (ex cantante del grupo Gamberro), Los Súper Ratones (otra reconocida banda argentina), Sandra Guida (reconocida cantante y actriz del ambiente de la comedia musical), don Mauricio Marcelli (violinista de extensa trayectoria, solista de la orquesta estable del Teatro Colón de Buenos Aires), todos amigos que quisieron compartir con JAF este momento tan especial y tan esperado durante muchos años, sin dejar de mencionar el tema Tal vez mañana brille el sol que cantó junto a su hija Virginia Ferreyra, de 10 años, con quien ya ha compartido escenario en otras oportunidades. De la nombrada actuación, surgió un material de una hora y media de duración aproximada, registrado en DVD + CD En vivo en el Gran Rex, el cual plasmó en audio e imágenes la experiencia vivida aquel día y supone además la aparición del primer disco en vivo del artista. A partir de este momento JAF comenzó a trabajar en un nuevo disco, en paralelo con sus continuas actuaciones y recitales en el ámbito de toda la República Argentina. Luego de la gira de verano 2006, con más de sesenta actuaciones en el mes y medio de temporada, entró a estudios a grabar Aire, su cuarto trabajo independiente y el décimo de su carrera en solitario. Fue registrado entre los meses de marzo y julio de 2006 en los Estudios Abismo, bajo la producción artística y ejecutiva del mismo JAF. Los músicos que lo acompañaron en esta grabación fueron: Pablo Santos en bajo, Beto Topini en batería y Danilo Moschen en teclados. Como no podía ser de otra manera, la presentación oficial de este disco tuvo lugar en el teatro Gran Rex de Capital Federal, el día 16 de septiembre de 2006. Entre marzo y septiembre de 2007, JAF produjo su undécimo trabajo: Uno+. Dicha placa cuenta con trece temas, entre los cuales hay una nueva versión de Helena X, y tres clásicos de todos los tiempos: Is this love, Same old blues y Have I told you lately, que el mismo JAF tradujo al español para este disco. Algunos de los temas compuestos por JAF son: Uno más, Labios, Días sin luz y Maldito invierno. En el año 2009 saca la placa Supercharger, con nuevas versiones de sus éxitos, más una versión en inglés del tema "Dale gas" llamada "I'm a wheel on the highway" (del cual se realizó también un video clip). Canciones como Todo mi amor, Tal vez mañana brille el sol, El doctor y Maravillosa esta noche. Este disco inicialmente no se edita en formato fisico pudiendo descargarse gratuitamente de la pagina www.dontpaymusic.com En el 2010 grabó su segundo disco en vivo solista llamado JAF vivo! en el Teatro Coliseo de Buenos Aires y además un DVD con las imágenes del show de más de 2 horas de duración. Hacia fines de 2012 lanza su undécimo disco de estudio llamado "Canciones de amor", del que escuchamos este hermoso tema de Nino Bravo.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Mecánicos

Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día. indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. A esa edad creemos que el mundo solo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén. Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó que haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico. Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos. Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo. Yo no le hice caso pero el se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para que servían. A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tire en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller. --Sos un cabeza hueca--me decía. Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa, que le prestaba un vecino. Tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata. Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por donde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezó a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles. Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigüeñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "jCarajo, qué mal trabajan los franceses!" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi se pierde los tallarines gratis: --Doce-- le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles . Y con la ayuda de Dios todavía tengo que pagar otras veinticuatro. Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. Dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la Patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio. Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era mas atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cual pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para que con un responso lo ayudara a rehacer el embrague. Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración. Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las verguenzas con los restos de un mantel. Mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave. Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida. Adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateo con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de riña. Después me guiñó un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes. --Andá--me dijo--. Presentate al regimiento como mecánico, que te salvas de los bailes y las guardias. Ese año hice mas de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para él su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón. de Cuentos de los años felices. Editorial Sudamericana, 1993. Osvaldo Soriano Photobucket
 
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