Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo y
aborrecerás a tu enemigo". Mas yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que
os maldicen, haced bien a los que os aborrecen...
Porque si amarais sólo a los que os aman, ¿qué
recompensa tendréis?
¿No hacen también los mismo los malos?
Y si abrazáis a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más?
¿No hacen también lo mismo hasta los malos?
Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro padre os perdonará vuestras ofensas".
Jesús - El Sermón de la Montaña
Quico, o "el hijo de la cocinera", según le decían en la casa, preguntó a la madre:
- ¿Mamá, por qué hay tanta fiesta hoy?
- Porque es el día de Navidad, hijo - le respondió la madre, desplumando un pollo.
- ¿Y el día de la Navidad, es el día que nació Jesús?
- Sí.
- ¿Y para festejar ese día el patrón hace fiesta?
- Sí, porque el doctor y su señora son muy cristianos. Ya lo ves, habrá
una gran comida, vendrán muchos invitados, ricos señores con sus esposas
y sus hijos, y a la noche se colocará el árbol de Navidad.
- ¿El árbol de Navidad, mamita? ¡Qué lindo!
- ¡Oh, será una fiesta espléndida! Me dijo la mucama que van a venir más de cincuenta niños....
¡Qué lindo, mamita, qué lindo! ¡Cómo me voy a divertir! Me pondrás el
traje de marinero, ese que era de Julio, y que la señora te regaló para
mí.
- ¿Y para qué, hijo?
- ¡Para ir a la fiesta yo también, pues! ¿O pensás que me voy a quedar
aquí, en la cocina?... ¡Allá habrá juguetes y dulces, mamá!...
- Pero no te han invitado, Quico. ¿Cómo vas a ir? Este árbol lo hacen los hijos de nuestro patrón para sus amiguitos.
- ¿Y yo no soy amigo de ellos, mamá?
- No, Quico!
- ¿No me has visto jugar a la pelota con Julito?
- Con el niño Julito, con el niño Julito; ya sabes que la señora se
enojó la otra tarde porque te oyó decirle Julito a secas: el niño Julio.
El niño Julito...
- ¿Bueno, no me viste jugar a la pelota con Julito, con el niño Julito?
- Sí.
- ¡Entonces, soy su amigo, pues!
- No, Quico, él es hijo del patrón, que es un señor muy rico...y vos...
La mujer se detuvo, tiró el pollo desplumado en un tacho de agua, y cogió otro.
- Y yo qué, mamá... - interrogó el niño, que se había quedado
suspendido de la frase anterior, con la boca abierta y los ojos
siguiendo todo lo que su madre hacía.
Tuvo que volver a preguntar porque su madre, tal vez demasiado atareada, no le respondió enseguida.
- ¿Yo, qué mamita? ¡Qué mamita, yo!...
- El hijo de la cocinera - le contestó ella al fin, en voz baja.
A Quico aquello no le aclaró nada.
- ¿Soy el hijo de la cocinera? ¡Ya lo sé! ¿Y porque soy el hijo de la cocinera... yo... acaso?
- No podés ser amigo del hijo del patrón.
Quico se quedó sin comprender todavía. Aquello era muy complicado para
la lógica recta de sus once años: Si él jugaba a la pelota con Julito,
¿por qué no había de ser amigo de Julito? Quedó unos segundos en
silencio y mirando a la madre. Esta seguía atareadísima desplumando
pollos. Volvió a preguntarla:
- Mamá, no sé porqué yo y Julito...
- El niño Julito y yo, se dice - le corrigió la madre.
- No sé por qué yo y... el niño Julito, no vamos a ser amigos.
- ¿Pero no te lo dije, muchacho? Porque él es hijo del patrón y vos hijo de la cocinera...
- Pero yo no sé por qué...
- ¡Basta! - concluyó, impacientándose, la mujer -. ¡Andá, ayudame a
pelar esas papas, y no me preguntés más! Me hacés perder tiempo y hay
mucho que hacer.
Quico se puso a mondar papas, resignado a no aclarar aquel enigma: ¿Por
qué él, Quico, el hijo de la cocinera, que muchas veces había jugado a
la pelota con Julito o con el niño Julito?... Y se le ocurrió otra
pregunta:
- Mamá, ¿por qué la señora se enoja si yo le digo Julito? ¿No se llama Julito? ¿Si todos le dicen Julito?
- Se enoja porque él es hijo del patrón y vos el hijo de la cocinera...
Y calló la madre. ¡Vaya con la explicación!, pensó Quico, tan a oscuras
como antes, ¡el hijo del patrón!, ¡el hijo de la cocinera!... Su madre
todo lo explicaba con esto, y esto no le decía nada a él, ¡nada
absolutamente! Volvió a interrogarla, tímido al principio:
- Mamá...
- ¿Qué?
- Pero acaso te enojás porque él me diga Quico a mí y no niño Quico?
Rió de buena gana la mujer.- ¡Qué muchacho éste, qué ocurrencias las
tuyas, hijo! El hijo del patrón llamándole niño Quico al hijo de la
cocinera...
Y volvió a reír a carcajadas.
¡El hijo del patrón! ¡El hijo de la cocinera! ¡Otra vez! ¿Pero, era
tonta su madre, acaso? ¿No sabía responder a sus preguntas de otro modo
que con esas dos frases?... Y lo enojó verla reír:
- ¿Por qué ríes? ¡Yo no sé por qué! ¡Si no me dice niño Quico a mí, yo le diré Julito, Julito, Julito!
Gritaba. Su madre lo hizo callar, enojada también.
- ¡Fuera, vamos, fuera de la cocina!...
Quico salió corriendo. Se hizo este propósito, en voz alta: ¡No volveré
hasta la noche, cuando pongan el árbol de Navidad!
Y se fue a la playa, a chapuzarse en el río con otros muchachos, hijos
de pescadores, sus amigos también, y a los que no debía llamarlos niño
Pancho ni niña Juana ni niño Pepe; sino Pancho, Juana y Pepe, a secas,
ya que sus madres no se enojaban por eso, como tampoco se enojaba la
suya porque lo llamaran Quico, a secas también. ¡Vaya con las rarezas
de la señora, la madre de Julito! Siempre le había sido antipática:
¡Tan seca, tan gritona! Y se vengó de ella, Quico! A solas, comenzó a
gritar, hasta enronquecerse:
- ¡Julito, Julito, Julito, Julito, Julitoooo!...
El rencor que sentía por la señora lo hizo meditar y, mientras se
encaminaba lentamente a buscar sus amigos: Pancho, Juana y Pepe, pensó:
La señora es cristiana. Quico no podía dudarlo, pues, al otro día de
estar su madre conchabada en la casa, le preguntó si su hijo había hecho
la primera comunión. No la había hecho:
Quico creyó que la señora iba a desmayarse. Con las manos en la cabeza,
gritaba:
- ¡Once años y sin hacer la comunión, oh, Dios mío! ¡Mañana mismo
irá a la iglesia, a la doctrina cristiana! ¡A que lo preparen para
hacer la comunión!
Por eso no dudaba Quico que la señora y el señor eran cristianos. Y
desde el día siguiente, por la tarde, Quico fue a la sacristía de la
iglesia, donde el cura, un viejo muy simpático, le enseñó, a él y a seis
chicos más, la doctrina cristiana. Primero les dijo quién fue Cristo,
su vida y su muerte; luego les explicó sus hechos y milagros... A Quico,
preguntón como era, se le ocurrió preguntar al cura sobre varias cosas;
pero no se atrevió, le imponía respeto. El le hubiera querido
preguntar, por ejemplo: - Jesús dijo:"Más liviano trabajo es pasar un
camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios".
Entonces, ¿Jesús no era amigo de los ricos? ¿Y si no era amigo de
ricos, por qué el doctor y su señora que eran tan ricos, según decían
todos los sirvientes, que tenían una quinta tan hermosa, dos
automóviles, muebles y trajes tan costosos, por qué eran cristianos,
partidarios de Cristo que no era amigo de los ricos? El muchacho no se
atrevió a hacer esta pregunta. Ni esta otra que también se le ocurrió:
Jesús dice: "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco nuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas". Y él había visto que el doctor,
una vez que un vendedor ambulante le dijo no recordaba qué osa a la
señora que lo había llamado "ladrón", no lo perdonó, como Cristo
mandaba, sino que llamó al mucamo y al jardinero, y entre los dos lo
hizo echar a empujones a la calle, después de hacerlo golpear. Quico no
olvidaba nunca que el vendedor era un viejo y el mucamo y el jardinero
lo golpearon hasta sacarle sangre de la nariz, después de tirar por el
suelo su mercancía. Y no olvidaba que el señor y la señora gritaban:
¡Bien! ¡Insolente! ¡Fuera! ¿Y a pesar de eso eran cristianos,
partidarios de Cristo, que enseñaba a perdonar?... Jesús predicaba
pobreza, mansedumbre, y la señora era rica y soberbia. El la oía gritar a
las mucamas y, cuando salía de paseo, llevaba joyas y trajes
riquísimos...(Continuará)
Álvaro Yunque
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