jueves, 2 de agosto de 2012

Una Playa Desierta (Continuación)

Todo, todo demasiado fácil. No estaba casada, ni de novia, ni nada. Accedió inmediatamente a tomar un café ese fin de semana. Hablaba, se reía y me trataba con una soltura como si me hubiese conocido de años. Comentamos algo sobre nuestras ocupaciones, sobre el cansancio que genera el trabajo. Sobre lo lindo que sería tomarse un descanso. Y se prendió de inmediato en la fantasía de pasar unos días en una playa desierta. Le dije que eso podía ser realidad. Que a mi se me habían acumulado días de vacaciones, que tenía un buen auto y que podíamos irnos los dos juntos a algún hotelito tranquilo más al sur de Monte Hermoso. Ella incluso propuso Trelew, pero ya me pareció un poco extremo. Nos poníamos de acuerdo inmediatamente, era como si estuviésemos compartiendo un carrito de una montaña rusa y nos dejáramos llevar por el vértigo desenfrenado. No hubo sexo, sin embargo. Fue un poco como si diéramos ya por sentado que sucedería, pero no en la ciudad rugiente y cubierta de smog, sino en la abrigada habitación del hotel costero, arrullados por el restallar empecinado del oleaje. Perdonen lo barroco del lenguaje, pero tengo una cierta tendencia al romanticismo. -Me fascina la piel –le comenté a Contreras, cara a cara, sentados uno frente al otro, cuando él ya parecía haber asimilado a duras penas el golpe y se decidió a preguntarme cómo había sido-. Ese tono dorado, casi sepia. Y las piernas especialmente, muy fuertes, de una persona que ha hecho deportes, me da la impresión. Y usa... usa... –puntualicé, como al descuido- ...una pulserita en un tobillo... Contreras apretó los labios y supongo que tragaba bilis. Me juego las bolas que él pensaba atracársela. Tiene más guita, mejor coche y, admitámoslo, mas pinta que yo. Es difícil adivinar el gusto de las mujeres pero al menos Marisa y María Elena, de Sueldos, dicen que está “muy fuerte”. Pienso que las obnubila el poder, el hecho de que Contreras sea jefe de ellas. Admito que no luce mal, que el hombre tiene su pinta y está bastante entero para sus 55 años. Sé que hace gimnasia, sale a trotar y juega al golf. La va de fino además, de hombre de mundo, y eso suele emocionar a las mujeres. Pero no puede competir conmigo por algo simple, demasiado simple: no tiene tiempo. Podrá ofrecer una noche de amor clandestino, alguna cita a escondidas a la siesta, tal vez algún fin de semana en Buenos Aires. Pero no muy a menudo tendrá un sábado o un domingo para invitar a una mina a dar una vuelta, lo más piola, por el Parque Independencia, La Florida. O irse al río, a la isla. Goñi fue, por supuesto, más estentóreo y demostrativo. Se tiró del pelo, zapateó un poco, me puteó un rato largo y, por último, me besó efusivamente en las mejillas y confesó que me envidiaba desde lo más profundo de su corazón. -Pero no con una envidia sana –se apresuró a aclarar-. Con una envidia puta y enfermiza, la peor de las envidias. Había preguntado, había exigido detalles por supuesto, luego de verme encarar a la flaca, pero yo le dije que la cosa no había pasado de una charla cordial sobre la inteligencia emocional y que, fuera de eso, no me había dado mucha bola... Roberto Fontanarrosa

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