La cara! ¡La cara que puso el imbécil de Contreras! Creo que viví toda mi vida sólo para ver la cara que puso ese hijo de mil putas.
Para ser sincero, no fue que se transfiguró o que se le saltaron los ojos de las órbitas, pero yo noté, noté como si de repente se le hubiese agolpado toda la sangre debajo de los mofletes, alrededor de los ojos, como si lo hubiesen inflado desde adentro. Observé, sí, dentro del cuidado que puse para no mirarlo demasiado, que le latía una venita en el cuello, azul la venita, casi verde, como una luz intermitente de alarma. Se puso morado, es cierto. Y se la comió, no dijo nada.
Es que él estaba muerto con ella, con Adriana –ya puedo llamarla Adriana-, aunque se hacía el fruncido, el contenido, y nunca comentó nada.
Pero se le notaba. Las veces que íbamos a almorzar al “Freddy” no le sacaba la vista de encima. Se sentaba incluso de frente a ella para poder mirarla.
Me di cuenta un día en que, al llegar ella con la petisita esa que siempre la acompaña, Contreras se cambió de asiento con el pretexto de que había un reflejo que lo molestaba. Contreras no es Goñi, por supuesto, Goñi, en cambio, no dejaba de hablar de Adriana.
-Mirá, mirá cómo se vino hoy –me anunciaba a veces entredientes, agitado, tapándose la cara como para disimular cuando su actitud era obvia para todos-. Mirá como se vino la guacha ...
Y yo optaba por una posición intermedia. Tiraba un comentario al pasar, como para no dejar pagando a Goñi, pero no me excedía en adjetivos, algunos de los cuales le caían bastante mal al amargo de Contreras. Goñi es un exagerado, es cierto, pero la verdad es que a veces Adriana aparecía por el boliche y parecía una diosa. Siempre elegante, nunca de sport, pero invariablemente provocativa, ya sea por las polleras bien cortas, o por el cuello del saco sastre bastante escotado. Un día Contreras no aguantó más y la calificó con una palabra rebuscada.
-Inquietante –murmuró, acompañado, esa vez sí, alguna de las opiniones más frescas y contundentes de Goñi.
-Rebuena la guacha –había dicho Goñi, casi desplomándose sobre la mesa.
Y no sé si decir que Adriana es linda. Es rara. Es interesante. De esas narigonas tetonas de piernas largas que, como dijera Contreras, inquietan. Siempre había un pequeño revuelo en el “Freddy” cuando llegaba ella con la petisa. Un murmullo entre las mesas de hombres, un cabeceo, un girar de cabezas al unísono...
Roberto Fontanarrosa
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