El hombrecito verde de la casa verde del país verde tenía un pájaro.
Era un pájaro verde de verde vuelo. Vivía en una jaula verde y picoteaba
verdes verdes semillas.
El hombrecito verde cultivaba la tierra verde, tocaba verde música en su
flauta y abría la puerta verde de la jaula para que su pájaro saliera
cuando tuviera ganas.
El pájaro se iba a picotear semillas y volaba verde, verde, verdemente.
Un día en medio de un verde vuelo, vio unos racimos que le hicieron
esponjar las verdes plumas.
El pájaro picoteó verdemente los racimos y sintió una gran alegría de color
naranja.
Y voló, y su vuelo fue de otro color. Y cantó, y su canto fue de otro color.
Cuando llegó a la casita verde, el hombrecito verde lo esperaba con verde
sonrisa.
-¡Hola pájaro! -le dijo.
Y lo miró revolotear sobre el sillón verde, la verde pava y el libro verde.
Pero en cada vuelo y en cada trino, el pájaro dejaba manchitas amarillas,
pequeños puntos blancos y violetas.
El hombrecito verde vio con asombro cómo el pájaro ponía colores en su
sillón verde, en sus cortinas y en su cafetera.
- ¡Oh, no! -dijo verdemente alarmado.
Y miró bien a su pájaro verde y lo encontró un poco lila y un poco verdemar.
- ¡Oh, no! -dijo, y con verde apuro buscó pintura verde y pintó el pico,
pintó las patas, pintó las plumas.
Verde verdemente pintó a su pájaro.
Pero cuando el pájaro cantó, no pudo pintar su canto. Y cuando el pájaro
voló, no pudo pintar su vuelo. Todo era verdemente inútil.
Y el hombrecito verde dejó en el suelo el pincel verde y la verde pintura.
Se sentó en la alfombra verde sintiendo un burbujeo por todo el cuerpo.
Una especie de cosquilla azul.
Y se puso a tocar la flauta verde mirando a lo lejos. Y de laa flauta salió
una música verdeazulrosa que hizo revolotear celestemente al pájaro.
El hombrecito verde de la casa verde del país verde tenía un miedo verde.
Un buen día se encontró con que su verde pájaro cantaba canciones amarillas
y violetas, volaba con vuelos azules, y ya nada estaba igual.
Todo era un verde dolor de cabeza.
Por eso el hombrecito verde empezó a pensar qué cosas habría un poco más
allá de su país verde, detrás de la mata verde. Qué cosas de allá hacían
que todo cambiara tanto del lado de acá.
Estaba desconcertado y tenía verdes dudas sobre las cosas.
- El mundo siempre fue verde -rezongaba, tomando un verde mate-. Siempre
fue verde y así está bien.
Y reprimía los suspiros porque vaya a saber de qué color le saldrían.
Entonces el hombrecito verde se metió en la cama verde y se tapó la cabeza
con la verde almohada.
Cerró con fuerza los ojos y no pudo evitar ver, en el fondo de lo negro, un
montón de dibujos dorados.
Soñó que su pájaro se escapaba y se iba más llá de las matas verdes. Y en
el cielo del atardecer empezaba a planear sobre un montón de paisitos, uno
al lado del otro.
Un país era azul.
Otro era violeta.
Otro era blanco.
Otro, amarillo.
Y otro.
Y otro.
Y otro.
Ninguno se mezclaba con su vecino. Los hombres violetas tenían casas
violetas y los perros violetas olisqueaban el pasto violeta y violetamente
hacían pis en los árboles violetas.
El humo de las fábricas azules hacía toser azulmente a la gente azul.
Y en el Banco blanco, la blanca gente cobraba cheques blancos, para comprar
blancos bifes.
Los chicos marrones salían gritando palabras marrones de la escuela marrón.
Y así otro.
Y otro.
De pronto, una rosa vio al pájaro. Un pájaro verde en el cielo rosa.
-¡Qué es eso! -gritaron todos con rosado grito, y empezaron a tirarle
tomates rosas.
Y los violetas empezaron con los tomates violetas, los celestes con los
tomates celestes, los dorados con los dorados, mientras el pájaro planeaba,
iba y volvía por el aire, subía, se hamacaba en medio del tiroteo de
tomates de todos colores. De vez en cuando picoteaba algún tomate y estaba
encantado, porque los tomates, según su color, tenían un riquísimo sabor
diferente.
Pasó también que los tomates iban cayendo a tierra, pero caían en cualquier
parte. Un tomate azul, sobre la cabeza del quiosquero blanco. Un tomate
amarillo, sobre el zapato de la doña Anisia, la rosa. Un tomate anaranjado,
sobre el caballo de don Antelino, el bordó.
Y así, tomate va, tomate viene, los paisitos se fueron matizando, mezclando
sus colores, volviéndose un bochinche nunca visto entre esa gente.
¡Paf!, un tomate amarillo cayó sobre el hombrecito verde que soñaba.
-¡Perejiles! -dijo, porque siempre trataba de nombrar cosas verdes. Y se
vio un poco amarillo y recordó todos los colores del sueño.
Miró a su alrededor, la almohada verde, la verde pava y su sillón verde.
-Un poco verde -dijo-. Todo es un poco demasiado verde.
Y con un silbido naranja llamó a su pájaro.
Con la salida del sol llegó una pajarita que empezó a revolotear entre los
azahares. De pronto cada uno salió disparado para un lugar diferente. Y
fueron regresando con algo en el pico.
Primero no se notaaba nada. Pero al tiempo, lana va, pelo viene, empezó a
crecer un nido de colores reforzado con palotos y tapizado con todas las
cosas suaves, blandas y mullidas que encontraron por ahí.
Hasta que un día el hombrecito se asomó al nido para espiar y vio en el
fondo tres pequeños huevos violetas. Y una mañana escuchó un alboroto muy
grande en el limonero. El pájaro cantaba en laa punta sus silbidos de
arcoiris mientras la pajarita hacía chip chip, calentando a los pichones
pelados que comían como dragones todo lo que sus padres les trajeran.
El vecindario verde estaba un poco alborotado.
Las vecinas barrían con sus verdes escobas las veredaas verdes y hablaban
muy temprano sobre esos pájaros que tenían reflejos un poco lila y un poco
verdemar.
Doña Soledad no dejó que su nieta se quedara mirando los pájaros.
Don Andresito se hizo el que no vio nada.
Mejor no meterse.
Dalila y su marido encerraron en una pieza a la nena y al canario verde.
Marinés, la que tejía en telar con lana verde, se puso a espiar a los
pájaros. Y el hombrecito la espiaba espiarlos.
Los chicos fueron los primeros en ver la novedad. Entonces llevaron
corriendo una casita para pájaros a la plaza, así podrían acercarse. Pero
el guardián verde de la plaza verde sacó la casita.
Los chicos la pusieron de nuevo.
El guardián la sacó.
Los chicos y el hombrecito la pusieron.
El guardián la sacó.
Los chicos, el hombrecito, Marinés y el diarero la pusieron.
El guardián y otra gente verde de bronca la sacó.
Los chicos, el hombrecito, Marinés, el diarero, las maestras y otra gente
la pusieron de nuevo.
Y los dos bandos estaban muy enfrentados cuando chip, chip, empezaron a
chisporrotear los pichones, y alguien empezó a comentaar en voz baja que
las siemprevivas podrían quedar muy lindas debajo del limonero. Y una
señora dijo que le gustaban los bancos anaranjados para sentarse a tejer.
Y un señor le dijo que quedaría lindísima tejiendo con lana gris sobre un
banco anaranjado.
Y a la maestra le gustó que las tizas escribieran en rosa sobre los
pizarrones verdes. Y a los chicos les gustó que los avioncitos de papel que
se tiraban fueran de todos colores.
Y como quien no quiere la cosa todos empezaron a mirarse y a decirse qué
les gustaba y qué no.
-¡Nunca me lo habías dicho! -comentó una vecina a la otra.
-¿Así que te gustan los paraguas rojos? -le preguntó un intendente a su señora.
- No me gusta tu cara verde -dijo alguien.
- Y a mí no me gusta tu bocaza de decir cosas verdes -contestó el otro-
Y no faltaron los enojos.
Y no faltó tampoco el que dijo:
- ¡Pero qué desorden! ¡Ya nada es como antes, si esto empieza así...!
Y no faltaron los que dieron las espaldas verdes rezongando verdes rezongos
contra esa gente que desbarataba el vecindario verde y alborotaba tanto.
El hombrecito se sumó a los corrillos donde todos decían me gusta, no me
gusta, me gusta, no me gusta. Vio a Marinés, la del telar, que ahora
hablaba de cambiar la lana.
Y le entró algo así como un suspiro.
-¿Y de dónde sacaré cosas nuevas? -se preguntó el hombrecito mirando su
pava verde, su sillón verde, su casa verde. Y miró soñadoramente por sobre
las matas, pensando vaya a saber qué. Por fin llamó a sus pájaros y les
pidió que silbaran un mensaje en las comarcas detrás de las matas.
Y fue una buena idea, porque al poco tiempo una fila de gente de todos los
colores llegó serpenteando por los matorrales.
Cada uno traía una cosa de color para cambiarla por una cosa verde.
Y eran tantos pares de pies viniendo uno tras otro, que terminaron abriendo
caminos en donde antes había sólo matorrales.
Todo el mundo parloteaba y conversaba y se reía, y por ahí se tironeaban un
poco, pero finalmente todo anduvo bien, y la gente se fue encantada de
haber conocido un lugar tan lindo.
Y el hombrecito no pudo más de ganas y se pudo a acomodar la casa. La pava
roja en el lugar de la pava, los banquitos, las cacerolas, los carreteles
de hilo.
La casa era un destello.
Cansado, el hombrecito se fue haciendo un ovillo en la cama tibia.
Los pájaros se esponjaban en el nido entre suaves parloteos.
Y vaya a saberse. Vaya a saberse qué sueños soñaron aquella noche en que la casita tuvo todos los colores del mundo. de Laura Devetach.
Tomado de: "Cuento con vos. Un
libro de cuentos sobre tus derechos"
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