sábado, 25 de febrero de 2012

LA SALAMANCA (Consejo de un arriero)


Arreando ganado, camino de Chile,
tres cargas perdimos en un cañadón.
En unas aguadas, al cerrar la noche,
fuimos a toparlas, yo con otro peón.
Lejos, a trasmano, quedaba la tropa,
la noche era oscura, pesado el tirón.
De cama, a la espera que brille la luna,
en lo seco echamos apero y jergón.
Calculo sería más de media noche,
cuando nos despierta singular rumor:
cantar de mujeres y tun tún de cajas,
que el viento traía con distinto son.
- Sin duda de fiesta - dije - en estos pagos
andará gente, pues sábado es hoy.
¿Qué tal que vayamos a buscar el baile?
Dijo el compañero: - Güeno, vámonos.
Maneamos las mulas y a pie nos largamos,
ya oíamos cerca sonar el rumor.
En una quebrada, doblando un recodo,
un rancho a la vista se nos presentó.
Ni perro, ni luces, ni fuego en el rancho...
cada vez más cerca se oía el rumor,
agora de gritos y de carcajadas,
y de juramentos y de confusión.
Al filo de un cerro pareció la luna,
patente, un guanaco sobre ella pasó;
calcado en el cielo bajó por el filo,
y agudo relincho los aires llenó.
Mal agüero es éste - dijo el compañero -
que toda esa bulla se me hace ilusión.
Recemos un credo, que aquí es Salamanca,
y de ella nos libre por siempre el Señor.
Juan Carlos Dávalos



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