miércoles, 15 de febrero de 2012

Fragmentos de Ricardo Rojas

La Piedra Movediza de Tandil
“(...) La Piedra Movediza era para Tandil, como su lido para Venecia, como su torre para Pisa, como su golfo para Nápoles, como su vega para Granada, como sus almenas para Avila, como su cerro para Montevideo, como su bahía para Río, como su colina para Montmartre y como su floresta para Tucumán”. “(...) Si el derrumbe era la obra de una mano criminal, el pueblo pediría a las autoridades que se lo entregaran al autor, para ajusticiarle cruelmente. Preguntaban algunos en su exaltación, el pedazo de carne sacrílega que habría de tocarles en la venganza. Todos sentían como un dolor religioso y filial. Y yo mismo lo sentía (...)”. “(...) La piedra no era propiamente sensible a la fuerza, sino a cierto mañoso impulso en el cual era menester ayudarse con la misma gravitación de la mole. Entonces cobraba una oscilación pasmosa y asaz visible. Su cuerpo no era tampoco sensible en toda la masa: había puntos en que resistía, absolutamente inmóvil, a la fuerza más poderosa. Me atrevería a decir que no era sensible, en realidad, sino a quien la tocaba en cierto punto de la sinuosa arista inferior que miraba hacia el sudoeste. Los tandilenses que la conocían, pueden ratificar este aserto. Así impulsada la piedra, comenzaba a animarse de una creciente oscilación, como si un resorte elástico o magnético la sostuviera por la base. No producía el efecto de una masa en equilibrio por razón de la gravedad. Tal sentimiento se vigorizaba por la reflexión. Si era un fenómeno común de equilibrio, asombra desde luego que no se hubiese roto en tantas vicisitudes como sufrió. Un rayo había caído sobre ella, hace más de ochenta años, según la tradición regional; rayo tan formidable, que en su extremo más largo le rompió un trozo de tres o cuatro metros cúbicos, y hendió el monte de falda a falda, abriendo en el granito de la base una grieta de diez centímetros de ancho. Cerrada esta hendidura con portland, no se reparaba mayormente en ella; pero una vez caída la piedra, he podido comprobar la importancia de la avería en anchor y hondura, y lo que es más grave aún, que la grieta pasa por el punto mismo de la base, advirtiéndose, a veinte centímetros, en la línea del eje, un agujero que ha sido quizá el punto de penetración de la descarga eléctrica. Ahora bien: ¿Cómo se explica que habiendo perdido la masa un trozo tan importante no se desequilibrara; y que habiendo sufrido esta rotura en un punto de apoyo tan delicado, no se desplomara la piedra, ni perdiera su sensibilidad? La movediza sufrió, además, la acción de temblores que suelen repercutir en aquella sierra por simpatía con la región andina; los formidables pamperos que la han soplado durante siglos desde el sudeste, parte desfavorable por la apertura del ámbito, y por la inclinación que la piedra toda afectaba hacia el rumbo opuesto, en fin, la constante convulsión del aire y del monte, por el frecuente estampido de dinamita y pólvora, en la labor de las canteras vecinas. Se dirá, sin duda, que tales causas reunidas, trabajando la base de la piedra, la han desgastado hasta hacerla caer en un instante sobre su abismo, en el instante cuyo cronista me ha tocado ser. PERO NO. Ha caído la piedra entre las cinco y seis de la tarde, en un minuto cuya precisión se ignora, pues nadie la vio caer, a pesar de que suele ser la preferida por los turistas. Ha caído en un día sereno, de buena temperatura, sin accidentes sísmicos o meteóricos en las regiones próximas. Si hubiese caído por simple desequilibrio, la mole con el muñón de la base, y con el millón de kilos que se le asignaba por peso, HUBIERA RAYADO EL GRANITO O EL MUSGO DE LA PIEDRA INCLINADA Y REDONDA QUE LE SERVÍA DE SUSTENTÁCULO. La he examinado prolijamente y no he encontrado rastro alguno, a pesar de que el agudo pie debía ser tan duro que ha resistido siglos a su movimiento y a su peso, y de que el granito es tan sensible al roce que la roca muestra en su declive, hasta las paralelas estrías de la lluvia, según lo patentizan sus fotografías más divulgadas. TODO ESTO HACE SUPONER QUE LA PIEDRA SE HABRíA DESPRENDIDO SIN ROZAR LA BASE, LO CUAL REQUIERE UN SALTO. Y la hipótesis del salto se corrobora, por haber botado a cincuenta metros sobre la falda del cerro, y no al primer estribo, donde solían caer las astillas de vidrio que resbalaban del eje; y por haber botado con violencia y de cabeza sobre las otras rocas, pues se ha descoronado, cayendo el bloque superior a mayor distancia, casi al pie de la sierra. Descontando la sospecha de un atentado voluntario, que las mismas autoridades de Tandil se han encargado de desautorizar por medio de la prensa, pues no se encuentra huella alguna de explosivos ni de palanca, no nos queda sino el aceptar que nuestra piedra oscilante ha caído de un modo tan misterioso como fue su equilibrio (...)”. “(...) Tengo sobre la mesa en que escribo un pequeño trozo de la piedra sagrada, amuleto civil, cósmica gema (...)”. Fragmentos de Rojas, Ricardo. “La Piedra Muerta” en Tandil en el arte. Tandil: 1970.




Buenos Aires
“Al salir de Mendoza, después del Alto de Coria, parábase en el pueblecito de la Retama, donde los aduaneros solían revisar los equipajes. Las postas del Arroyo del Chacón, Las Catitas, La Dormida, Corocorte, Corral de Cuero, distaban hasta diez leguas una de otras, y algunas eran ranchos misérrimos. La parte más penosa era “la travesía”, antes de llegar a la Punta de San Luis, y solía hacerse aquella jornada arreando caballadas de repuesto. Más allá de San Luis, rumbo a Buenos Aires, las nuevas postas de Río Quinto, El Mono, El Portezuelo, Achiras, Barranquita, Alto del Molle, eran otros tantos rancheríos en que remudaba caballos; alguien tocaba la guitarra y allí se comía y se bailaba o dormía, según las horas de llegada. Caalculábase las marchas y para aprovechar la luz del día se reanudaba el camino antes del amanecer. Los lugares tenían, también allí nombres pintorescos: Corral de Barrancas, Cañada de Lucas, Esquina de Medrano, Tres Cruces, y así hasta el Fraile Muerto. Por estas semisalvajes regiones fronterizas solían notarse alarmas de indios y de montoneros. En la zona bonaerense: Arroyo de Pavón, Arroyo del Medio, Ramallo, Fontezuela, Arrecifes, Chacras de Ayala, Arroyo de López, hasta haber pasado por la guardia y villa de Luján antes de llegar al Puente de Márquez, en las inmediaciones de Buenos Aires. Por ese camino penoso vino San Martín, de los Andes al Plata; jornadas largas y duras, en una tierra sin árboles ni ciudades. Sobre aquellos desiertos se alzaría después la República imaginaria por la cual luchaba San Martín, el caballero andante... El viajero entró de incógnito en Buenos Aires; pero después de su llegada, produjéronse, contra su gusto, los homenajes por la reciente victoria.



Fragmento de Rojas, Ricardo. El santo de la espada. Vida de San Martín. Buenos Aires: Anaconda. 1933.


Photobucket

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Subir Bajar