Mi amiga Erlinda es feliz.
Cuando con las chicas jugamos a las cartas e intentamos olvidarnos de nuestros achaques y penurias, no la nombramos.
Traer la presencia de Erlinda a esa mesa sería como negarnos el recreo de los jueves por la tarde.
Nuestro grupo lo tiene todo organizado: los lunes al mediodía, ikebana; los martes a la tarde, curso de repostería; los miércoles por la mañana, gimnasia para la tercera edad; los jueves, té canasta; los viernes, tertulia literaria; los sábados por la noche, cine; los domingos, almuerzo familiar. Digo que Erlinda es feliz y no miento.
En estos tiempos donde cada uno disfraza como puede su tristeza, ella se da el lujo de la felicidad. Algún que otro domingo, el grupo combina ir de visita a su casa. Hacemos el sacrificio del viaje impulsadas por el cariño que le tenemos y porque necesitamos entender cómo se puede vivir en un barrio apartado de la mano de Dios sin morirse de miedo y aburrimiento. Y se lo preguntamos siempre.
Entonces, Erlinda sonríe y nos dice que el miedo también vive de los edificios de departamentos y que ella nunca está sola porque sus sueños se cuelan por todos los rincones y cuando abre los ojos es como si aún los tuviera cerrados.
Que las locas ocurrencias de sus fantasmas nocturnos no respetan horarios ni disciplinas no es novedad. ………………… Silvia Plager
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