miércoles, 12 de marzo de 2014

El cuarto violeta

Capítulo uno

 — ¿Te volviste loca? ¿Qué vas a hacer en Islandia? Siempre odiaste el avión, el frío, perder tus funciones de ópera, tus plantas, tu, según vos —hizo un gesto despectivo—, amable rutina. Cuando construí cabañas en Ushuaia, me diste tu apoyo pero después dijiste que no me quejara si ibas a visitarme poco, que estaba bien que me abriese un camino pero por qué justo en ese helado culo del mundo. Y ahora vas a Islandia en vez de ir a las termas, como te sugerí. La verdad, mamá, quiero saber la verdad. Si hasta de finanzas están mal los islandeses. ¿No leíste lo del corralito bancario? Si no fuese por la crisis econó¬mica, la gente ni se acordaría de que existe Islandia, salvo los británicos que metieron allí sus ahorros. No me digas que alguien te aconsejó depositar ahí la magra herencia de papá… Ya sé, mamá, que a los argentinos se nos conoce más por nuestras calamidades que por nuestros logros y que Argentina, para los europeos, es más exótica que Islandia, y que también tuvimos un corralito y que a vos te agarró con diez mil dólares y que en Islandia hay seguridad y respeto, cosa que nos falta a los argentinos. Pero no me cam¬bies el rumbo de la conversación… Necesito saber por qué te vas de paseo a un país donde gran parte del año es noche y en junio y julio el sol no se pone. Esas noches blancas para una insomne como vos son una condena. ¿Me escuchaste, mamá?


 Mientras en la pantalla pasan las ingenuas instrucciones para salvarse en caso de accidente, yo sigo repasando los últimos encuentros con mi hija en Buenos Aires, ciudad que ella detesta y a la que regresó sólo para hacerme desistir de un viaje sin sentido. ¿Cómo decirle que voy a Islandia para tirar las cenizas de su padre? Finalmente se lo tuve que decir, pero sin desdecirme acerca de la existencia de mi supuesta amiga y su invitación, porque saberme acompañada la tranquilizaría. 


 Pese a que odio los largos encierros en una máquina que no comprendo cómo permanece en el aire y odio, también, la sola idea del frío y la ausencia de sol durante interminables meses, desde que leí que una mujer logró hablar con el cadáver de su marido, antes de que se lo llevaran para ser cremado, y juntos acordaron que ella esparciría sus cenizas en el glaciar Snaefellsjökull, me propuse hacer lo mismo. Por supuesto que no tengo ni siquiera los huesos de Jorge, pero a la vidente islandesa podré preguntarle lo que me vengo preguntando a mí misma desde el momento en que enviudé y automáticamente repetí horarios, restaurantes, idas al cine… Entre la vida y yo se levantó un muro, y por más que me empeñé en mantener un simulacro de rituales cotidianos, no logré acceder al ansiado equilibrio. Instalada en el costado derecho de la cama matrimonial, coloqué en el izquierdo, y a lo largo, una antigua almohada de dos plazas para que mi percepción de la ausencia se hiciera más soportable. Carolina, harta de mis ceremonias, se marchó al sur, plantándome su invierno en plena cara. 


 ¿Por qué no hablé sin rodeos cuando mi hija me interrogó acerca del verdadero motivo de mi partida? Apenas me ajusté el cinturón de seguridad comencé a tirar del hilo del carretel mental y aún no puedo parar. Seguro que Carolina no se creyó la historia de una profesora que me había invitado a pasar una temporada en Reykiavik, todo pago, imagináte, hija, éramos íntimas en la universidad, a las dos nos encanta la literatura, la música, tenemos tanto en común… Además no quiero presionarte, menos ahora, que te reconciliaste con tu pareja. ¿Las amigas de acá? Siempre la misma cantinela, ya sabemos lo que va a decir cada una… ¿Las del grupo nuevo? Como yo, mal por las dos muertes. Ellas apoyan mi viaje. ¿Nunca te nombré a Elsa, decís? Puede ser. Fuimos compinches mucho antes de que nacieras. Elsa es una investigadora, su profesión le llena la vida… ¡Cómo envidio su soltería! ¿Que ayer te dije que era viuda? Ah, debe ser porque en los últimos años tuvo un amor cama afuera que se desnucó esquiando… ¿Las que viven en pareja como vos, hijita, si se les muere su hombre, se convierten nuevamente en solteras o se consideran viudas? Ay, Carolina, los jóvenes primero se hacen los sordos y después se ofenden por cualquier cosa. 


 Para que un episodio aparentemente rutinario deje de serlo, deben surgir conflictos, solía decir Amanda. Y yo se lo repetí a Carolina para que comprendiera que el viaje a Islandia me creaba un conflicto nuevo que me apartaría de la vieja y gastada rutina. A cambio, sólo escuché una más de sus irónicas frases: 

 —¿Llevarte la urna? Humor negro, mamá, y del barato. 


 Pensé en Los puentes de Madison, que vimos y lloramos juntas, pero no se lo comenté para que no me hiciera sentir una tonta vieja romántica; entonces le ofrecí té. Adoro a Meryl Streep por la manera en que aprieta sus labios delgados. En esta época de bocas desbordadas, infladas, inexpresivas, la de Meryl es un guión, un paréntesis, un acento. Enfatiza sin decir, prepara el terreno para la palabra que a veces traga. Entonces la imité. Muda fui a la cocina, y regresé a la sala con bandeja encarpetada y tetera, como si se tratara de una visita a la que se desea impresionar. 


 No logro que la computadora portátil nueva marque las diéresis. La a y la e del nombre Snaefellsjökull parecen apoyarse la una en la otra, como una pareja enamorada: mejor la cierro. ¿Sabías, Carolina, que el glaciar con poderes está en las proximidades del volcán que fuera elegido por Julio Verne para su novela Viaje al centro de la tierra? Un científico planetario afirmó que si se lograra llegar con una sonda hasta el núcleo de la tierra, él lo intentaría en ese lugar. Como verás, no soy ninguna improvisada. 

 No consigo acomodar mi cabeza en el respaldo ni en los avances científicos. Recuerdo que corría 1970 y miraba por televisión, llorando, la llegada del hombre a la luna: consideraba que ese acontecimiento era un milagro. Pensar que ahora ponen en duda que el hombre haya llegado a la luna y dicen que fue sólo un invento político de los Estados Unidos en épocas de la guerra fría. Una suma de desilusiones, la vida. Y para colmo de males, treinta y ocho años más tarde, en la incomodidad de un asiento clase turista, estoy experimentando la sensación de haberme arriesgado a un viaje interplanetario. 

 —¿Que tu famoso glaciar es uno de los chakras más energéticos? También hablan de los poderes del Urnitorco y la montaña está en la provincia de Córdoba. 

 —No me interesan tanto los puntos energéticos como la potencia espiritual que emana. Tengo la certeza de que ahí me conectaré con mi yo interior. Una de mis amigas del círculo leyó en mi aura que viajaré al pasado y curaré mis dolores de espalda. Sé que las promociones turísticas son engañosas y que los artículos científicos en diarios y revistas son poco serios, pero la vida y la ciencia también son poco serias. Hay gente a la que le diagnostican una enfermedad grave en la juventud y llegan a viejos. Pero la muerte de Jorge, que exhibía sus análisis clínicos como alumno que se vanagloria de su libreta de calificaciones, nos sorprendió a todos. Si él no se hubiese muerto antes de que yo leyera la carta que él había pedido me entregaran a los pocos meses de nuestra separación, quizá no estaría viajando a Islandia. 



 (c) Silvia Plager *fragmento del libro publicado por la Editorial Sudamericana, con la autorización de la autora


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