Fragmento de cuento para el Mes de la Memoria
Un vacío en el lugar del nombre.
Entre el país de Olvido y el país de Memoria hay una Línea variable, complicada.
El paso sobre esa Frontera (de Olvido a Memoria o de Memoria a Olvido) no es cualquier paso.
Y el Árbol que crece justo sobre la Línea lo sabe.
Las razones para ir de Olvido a Memoria son infinitas.
Las razones para mudarse de Memoria a Olvido, también.
Hay días en que hace falta olvidar. Un amor. Una pena. Una carta. Una presencia. Un vacío. Para eso, es mejor respirar el aire de Olvido. Hay otros días en que el recuerdo es lo único que nos salva y en esos días, Memoria es el lugar perfecto.
Las razones para cruzar la Línea son infinitas, dije. Y cada cruce es una historia. Eso es importante: la Línea guarda con cuidado esas historias. Se sostiene sobre los cientos de pasos que los seres humanos damos sobre ella.
Por ejemplo:
-Algunos viajeros cruzan la Línea como si fuera invisible. Pero eso no les dura mucho porque apenas vuelven a apoyar el pie del otro lado, llegan los Recolectores. Después del cruce, hay que pagar y el pago es siempre el mismo: la Frontera exige la historia del viaje. Así, los Recolectores hacen visible a la Línea: no se cuenta una historia sin pensarla.
Las historias explican, es inevitable.
-Otros vienen a la Línea con intención. Con deseo. Vienen a buscarla sobre los caminos. Y mientras andan, tejen la historia. A veces, me dijeron, la historia decide por ellos y los viajeros no cruzan la Línea.
Las historias son sabias.
-Para algunos, la Línea es filosa. Un cuchillo vuelto hacia arriba. Los viajeros que la cruzan así, tienen que detenerse enseguida, con los pies ensangrentados. Para ellos, el pago es una caricia.
Las historias consuelan cuando es necesario.
-Hay días, sobre la Frontera, sopla un viento duro, vertical, inapelable. Una pared de aire.
En esos días, según desde dónde esté soplando, parece imposible dar el paso de Olvido a Memoria o de Memoria a Olvido. Los viajeros que llegan esos días se detienen y esperan.
Eso me pasó a mí.
MÁRGARA AVERBACH
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