miércoles, 19 de junio de 2013

Carroñeros

Despierta sintiendo que lo miran. Permanece inmóvil. Observa a su alrededor sin casi mover los ojos. Ve un par de caranchos posado en un algarrobo, a cierta distancia. Coshmi sabe que estas grandes rapaces se han acercado atraídas por la quietud de su cuerpo. Sonríe con malignidad y se mantiene inmóvil. Otros caranchos han arribado; se cierne un instante en el aire antes de asentarse en los árboles. Observa ahora el planeo de media docena de cuervos. Por la posición, calcula que él es el centro del círculo que dibuja el vuelo. Conoce la maniobra: los caranchos, más atrevidos, se adelantan y comen la presa viva aún. Los cuervos son carroñeros y vienen después. Coshmi quedo. Los carniceros tienen paciencia; Coshmi, también. El planeo de los cuervos es cada vez más bajo. Coshmi puede ver el extremo de sus alas, ligeramente levantado, cuyas grandes plumas terminales se abren como dedos. Los pájaros se posan al fin, silenciosos, en un alto quebracho. Las negras siluetas, con la cabeza calva metida entre los hombros, se le antojan a Coshmi una reunión de ancianos siniestros. Cree sentir ahora el olor de la carne corrompida. El desprecia al carancho y al cuervo; son cobardes, aunque de distinta cobardía: el carancho es un cobarde agresivo que asume su coraje ante presas indefensas o moribundas, a las que vacía primero los ojos y desgarra luego el vientre, comiendo las entrañas. El cuervo es un gallinoso que espera y participa del festín cuando no hay riesgos. Coshmi respeta al halcón y al gavilán y ¡al águila! El suele mirar, emboscado, cómo estas aves caen desde lo alto sobre la presa, la toman con sus fuertes uñas corvas, se elevan y se la llevan al nido, distribuyendo sangrientos trozos entre los hijos. El quisiera ser halcón; a veces corre, gacha la cabeza, estirados los brazos hacia atrás y se descarga desde el cielo en vertiginoso vuelo... luego siente entre las garras el peso de la presa palpitante. Sí, el quisiera ser halcón. Los caranchos han comenzado a acercarse de árbol en árbol, a vuelos cortos. Coshmi, inmóvil. Uno de ellos se asienta en el piso, a prudente distancia y examina la presa. Otro y otro rapaz lo siguen. Se acercan ahora a pequeños, ridículos saltos. Los cuervos, a la espera. Coshmi, quieto. Cuando en tierra los pájaros son media docena y están suficientemente cerca, Coshmi da un salto lanzando fuertes gritos. Sorprendidos y chasqueados, los carniceros levantan vuelo emitiendo destemplados graznidos. Uno de ellos queda enredado en las ramas bajas de un tala y retoma descuajeringado revoloteo cuando logra zafarse. Coshmi ríe a carcajadas y se revuelca, divertido. Se incorpora luego y encara una senda. Evita pisar un acatanca que lleva diligente, con sus patas delanteras levantadas a manera de brazos, una pelotita de estiércol. El insecto le hace recordar a una mujer de luto con la carga en la cabeza. Coshmi sonríe al preguntarse si las acatancas pondrán también sobre su cabeza al pashquil de tela para acomodar el bulto. 
Jorge W. Abalos

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