jueves, 31 de mayo de 2012

Soledad

¡Oh soledad! ¡Oh murmurante río,
A cuya margen espontáneos crecen
Los árboles frondosos, que el otoño
Despoja ya de su hojarasca verde!


Huésped errante de la selva oscura
Di en estas limpias aguas. ¡Cuántas veces
Me vio la tarde, absorto en mis recuerdos,
Contemplando su plácida corriente!

La gran naturaleza, de mis penas 
Oyó el lamento que hacia Dios asciende: 
En su templo inmortal a quien la invoca 
Seguro asilo y bálsamos ofrece. 

 Al dejar sin retorno estos lugares 
Tan dulces a mi afán, llevo indeleble 
Una impresión de gracia, de frescura, 
Y hasta el sahumerio del paisaje agreste. 

Como esas aves de amoroso instinto 
Que en busca de calor el aire hienden, 
Así mis pensamientos al amparo 
De los afectos íntimos se vuelven.

 ¿Pero en cuál mejor sitio hallar la calma, 
Y este silencio arrobador, solemne, 
Que al fatigado espíritu conforta 
Mientras las horas se deslizan breves? 


Es aquí donde exhausto peregrino 
Quisiera alzar mi solitario albergue, 
¡Y arrullado del aura y de las ondas 
Vivir lejos del mundo, para siempre! 


Carlos Guido y Spano




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martes, 29 de mayo de 2012

HOJAS AL VIENTO

¡Allá van! son hojas sueltas
 De un árbol escaso en fruto; 
Humildísimo tributo 
Que da al mundo un corazón. 
 Allá van, secas, revueltas 
En confuso torbellino, 
Sin aroma, sin destino, 
A merced del aquilón. 
 Esas hojas los ensueños 
De la vida simbolizan, 
Cuando puros divinizan, 
La ventura o el afán; 
Son emblemas de risueños 
Devaneos que en su aurora 
La ilusión virgen colora, 
¡Y que nunca ¡ay! volverán! 
¡Hojas mustias y sombrías! 
ya las ramas que adornaron, 
Tristemente se doblaron; 
El pampero sopló allí. 
Las agrestes armonías 
Que otro tiempo al aire dieron, 
De la tarde se perdieron 
En la bruma carmesí. 
Allá van, sí, desprendidas 
Por las ráfagas de otoño. 
Sin que dejen ni un retoño 
En su tránsito fugaz; 
¡Pobres hojas esparcidas, 
Por el viento arrebatadas, 
de las vegas encantadas 
A que dieron sombra y paz! . 

Carlos Guido Spano (1827-1840)

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sábado, 26 de mayo de 2012

TROVA

He nacido en Buenos Aires 
¡qué me importan los desaires 
con que me trate la suerte! 
Argentino hasta la muerte 
he nacido en Buenos Aires. 
Tierra no hay como la mía; 
¡ni Dios otra inventaría 
que más bella y noble fuera! 
¡Viva el sol de mi bandera! 
 Tierra no hay como la mía. 
Hasta el aire aquí es sabroso; 
nace el hombre alegre, brioso, 
y las mujeres son lindas como 
en el árbol las guindas; 
hasta el aire aquí es sabroso. 
¡Oh, Buenos Aires, mi cuna! 
¡De mi noche amparo y luna! 
aunque en placeres desbordes, 
oye estos dulces acordes 
¡oh, Buenos Aires, mi cuna! 
 Fanal de amor encendido, 
borda el cielo tu vestido 
de rosas y rayos de oro: 
eres del mundo tesoro, 
fanal de amor encendido. 
¿Quién al verte no te admira
y al dejarte no suspira 
por retornar a tus playas? 
Deidad de las fiestas mayas, 
¿quién al verte no te admira? 
 De tus glorias que otros canten, 
y a las nubes te levanten 
entre palmas y trofeos. 
Yo no asisto a esos torneos:
de tus glorias que otros canten. 
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Tu esplendor diré tan sólo, 
si no del ya viejo Apolo 
con la lira acorde y fina, 
en mi guitarra argentina
 tu esplendor diré tan sólo. 
Voluptuosa te perfumas 
de junquillos y arirumas; 
cuando te adornas y encintas,
 en las áureas de tus quintas 
voluptuosa te perfumas. 
Goza del Plata al arrullo 
llena de garbo y orgullo, 
criolla sin par, 
blasonante de tu destino brillante, 
goza del Plata al arrullo. 
Triunfa, baila, canta, ríe;
 la fortuna te sonríe eres libre,
eres hermosa; entre sueños, 
color rosa, triunfa, baila, canta, ríe; 
¡Cuántos medran a tu sombra! 
Tu campiña es verde alfombra, 
tus astros vivos topacios; 
habitando tus palacios 
¡cuántos medran a tu sombra! 
Bajo de un humilde techo vivo, 
en tanto, satisfecho bendiciendo tu hermosura, 
que bien cabe la ventura bajo de un humilde techo. 
La riqueza no es la dicha; 
si perdí la última ficha al azar de la existencia, 
saqué en limpio esta sentencia: 
la riqueza no es la dicha. 
He nacido en Buenos Aires 
¡qué me importan los desaires 
con que me trate la suerte! 
Argentino hasta la muerte 
he nacido en Buenos Aires. 

Carlos Guido y Spano

martes, 22 de mayo de 2012

César Banana Pueyrredón

César "Banana" Pueyrredón, nombre con el que es conocido César Honorio Pueyrredón Tornquist. Nació el 7 de julio de 1952 en Buenos Aires. Es un prestigioso compositor y cantante argentino de pop y pop rock romántico. Es autor de notables canciones como "Conociéndote" y "No quiero ser tu amigo", entre otras. Su sobrenombre "Banana", proviene del nombre de la banda Banana, un famoso grupo de pop-rock en español que él fundara y liderara en los finales de la década del 60 y principios del 70. Comenzó a tocar piano a los 10 años. Su formación académica incluye la licenciatura en composición en la Facultad de Artes y Ciencias musicales de la Universidad Católica Argentina, donde se destacó por su promedio elevado. Cuando tenía 14 años, en 1966, junto con su hermano Daniel Pueyrredón, su primo Alejandro Giordano y dos compañeros de colegio Alex Altberg y Daniel Larré formaron la banda "The Missing Links" que más tarde se llamaría "Mad" y se separaron en 1968. Otra vez, César Pueyrredón, su hermano Daniel Pueyrredón y Alejandro Giordano más Tatu Lix Klett en batería, Jorge Estévez en primera voz y el Griego Jorge Scoufalos -con quien formaría una dupla autoral que sobreviviría a la Banda y seguiría hasta la muerte de Scoufalos en 2007-, en segunda voz formaron los "Sixcodelics". Tiempo después cambiaron el nombre por "Fever" ya con el Toro Martínez en batería en lugar de Tatu Lix Klett.1 Banana (1969-1984) En 1969, tras algunos cambios, César Pueyrredón pasa a ser el vocalista y la banda, que ya cantaba en español, cambió su nombre, así nació Banana. Sus integrantes iniciales fueron: César Pueyrredón (voz y teclados); Jorge “Griego” Scoufalos (guitarra y segunda voz); Daniel Pueyrredón (guitarra), Alejandro Giordano (bajo), Toro Martínez (batería). Dicha agrupación fue una de las primeras en cantar rock en español en Argentina. Alcanzó una gran popularidad en los finales de la década del 60 y principios del 70, y se caracterizó por su estilo inconfundible a partir de las composiciones melódicas de César y su estilo romántico. La banda impuso éxitos masivos que se volvieron clásicos de la música popular argentina, entre los que se destaca el tema "Conociéndote" (1971), así como "Negra no te vayas de mi lado" del mismo año, "Toda una noche contigo" y "Nadie podrá hacerme olvidar"(1973). La banda permaneció en el tiempo y terminó disolviéndose en 1984, iniciando César su carrera en solitario, durante la cual grabó once álbumes. Ya había sacado 2 álbumes solistas pero el despegue fue a partir de 1986 -cuando realiza el álbum "Está en vivo", una reinterpretación de éxitos de Banana- que hizo popular en nuevas generaciones temas como “Conociéndote”, “Toda una noche contigo” y “Aún es tiempo de soñar”. En 1987 editó "Más cerca de la vida", un año más tarde, "Ser uno mismo" y en 1990 "Tarde o temprano". Esta trilogía marcó su pico más alto de popularidad en su etapa solista, con shows masivos en teatros, como el Ópera. En su etapa solista se destacan sus canciones "Cuando amas a alguien", "Amor, te quiero todavía", "Felicidad, no tienes dueño", "No quiero ser tu amigo", "Tarde o temprano, así será" y "Por siempre, mi buen amor". Desde 1993 hasta 2010, sólo realizó 3 álbumes, de los cuales sólo uno contiene unicamente temas inéditos.2 3 En 2007 falleció Jorge Scuofalos, su amigo y compañero artístico de toda la vida. Es un deleite escuchar esta voz y su música.

sábado, 19 de mayo de 2012

Esperanza en Flores.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, era ya muy tarde. La lámpara de kerosene chistaba a la noche, aquietándola como una madre a un hijo que no quiere dormirse, y Esperanza se quedaba desvelada a las doce de la noche, después de haberse pasado el día durmiéndose en los rincones. Uno, dos, tres, cuatro, cinco habían sido los caballos negros atados al coche fúnebre que llevaron a su marido cubierto de flores hasta Chacarita, y desde ese día abundaban las visitas en la casa. Sus amigas la habían querido llevar a pasear un domingo porque estaba pálida. Uno, dos, tres, Esperanza se había hecho rogar, y después por fin había salido hasta la plaza de Flores y allí se había sentado en un banco con dos señoras vecinas, hermanas del almacenero. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, un hombre detrás de un árbol desabrochaba su pantalón y Esperanza miraba el cielo a través de las ramas. "Esperanza, no podés seguir así. Esperanza, no podés seguir así, te vas a enfermar. Hay que conformarse con el destino", le decían sus amigas. Uno, dos, tres, alguien golpeaba la puerta de entrada. Esperanza estaba en el punto liso de su tejido y dijo: "¿Quién es?". Florián entró despacito con los ojos dormidos. "¿Florián a estas horas?". Florián dormía en la cama de su hermana, no hacía ni media hora, cuando la madre lo despertó sacándolo a tirones: había visitas y no alcanzaban las camas. Salvo los domingos y días de fiesta era siempre de noche cuando llegaban las visitas: a esa hora la radio tocaba una música que las atraía, sin duda. Esperanza no conocía de esa casa más que a Florián. Los chismes de las vecinas caían sobre las hermanas y las madres, que tenían todas ondulaciones permanentes (¿croquiñol o permanente al aceite?; una seria discusión se había establecido entre las hermanas del almacenero), tenían todas barniz en las uñas y no pagaban al panadero. Florián se hacía la rabona y pedía limosna en la calle, desviando un ojo. Pero, casi siempre, con su cara de ángel ganaba más limosnas que con su ojo perdido. Esperanza no sabía ese tejemaneje, creía en la virtud azul de los ojos de Florián, en sus diez años, en su timidez, en su voz quejosa ejercitada en pedir limosnas. No hubiera admitido ni siquiera el sufrimiento o el hambre de un chico que se hace la rabona pidiendo limosna con un ojo voluntariamente tuerto. Hubiera visto a ese chico desmenuzarse debajo de un ómnibus, morirse de hambre en una esquina, suicidarse con un cuchillo sucio de cocina: no hubiera dado un paso para salvarlo. Sólo la virtud inocente de los ojos de Florián, igual a los ojos de un Niño Jesús, le ganaba el corazón, hasta hacerlo sentar a veces sobre sus escasas faldas a las doce de la noche cuando estaba sola. Entonces, creyendo salvarlo de su familia, le enseñaba oraciones que venían escritas detrás de las estampas, con veinte, cuarenta, cincuenta días de indulgencias...
Silvina Ocampo // Cuentos completos.

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viernes, 18 de mayo de 2012

El libro invisible

"Creo en un número incalculable de dioses que moran en el sonido, en la forma, en el color, en la fragancia. (...) Las flores y todos los elementos que componen la naturaleza tienen voces sutiles.
El espacio está tejido por estas voces. El silencio jamás es absoluto. 
En las noches más profundas oímos siempre un murmullo lejano, revelador de una suma de infinitesimales voces: todos los pensamientos que se formulan en el mundo vibran en esas voces. 
En una piedra podemos oír, si escuchamos con atención, el trayecto del tiempo; en el ruido de la lluvia podemos oír el diálogo vacilante de los primeros hombres; en ciertas plantas podemos oír a las mujeres de la antigüedad elaborar secretos; en el estruendo de las olas que se elevan en los mares podemos oír la aclaración de algunos hechos históricos; ciertas alondras nos traen anuncios del futuro más próximo. 
Si ustedes no se dignan oír estas voces, cómo podría un dios oír las vuestras?". 
(Fragmento) Silvina Ocampo

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miércoles, 16 de mayo de 2012

Invenciones del recuerdo.

...El frío de las baldosas que le subía por las rodillas hasta la entrañas le hizo pensar que; contrariamente a la enseñanza de la Iglesia, el infierno era de hielo y no de fuego, 
porque el fuego contenia aquel fulgor de felicidad que contenían las fogatas, 
el sol, la taza hirviente del café con leche, el brasero en que se cocinaba el dulce de leche
o la ambrosía, y el frío ese mortal desamparo en que la dejaba la enseñanza religiosa en el interior helado de una iglesia, 
donde todo era de mármol, la bolsa de hielo sobre la frente afiebrada la conciencia con 
escalofríos... 
Silvina Ocampo

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lunes, 14 de mayo de 2012

Los Abuelos de la Nada fue un grupo musical argentino creado por Miguel Abuelo en 1967 y relanzado con otra formación en 1981. A lo largo de su trayectoria, Los Abuelos de la Nada contó con músicos como Claudio Gabis,1 Pappo y Andrés Calamaro. El primer disco de su segunda etapa fue producido por Charly García. Es considerada una de las bandas iniciales del rock argentino, junto a Almendra, Los Gatos y Manal, aunque en los años sesenta pasaron desapercibidos. El estilo del grupo comenzó entre el Folk rock y la movida psicodélica de aquella epoca. Miguel Abuelo (Miguel Ángel Peralta) relata los comienzos de la banda en el libro Tanguito, la verdadera historia de Víctor Pintos de la siguiente manera: Los Abuelos de la Nada nacieron en un día que acompañé a Pipo Lernoud a arreglar los papeles de sus obras Ayer nomás y no me acuerdo cuales otras más a la compañía Fermata, que pertenece a Ben Molar, el señor Brenner. Recuerdo que el señor Brenner tenía una oficina con alfombras gruesas donde yo ponía mi pie y mi pie se hundía graciosamente. Con aire acondicionado (¡en esa época!) y escritorio fastuoso. Yo entré, vi todo verde, un clima raro, me sentía extraño, y me quedé en un rinconcito a mirar cómo circulaban los papeles y las firmas y las promesas. Ellos se habían olvidado de mí por un rato, pero de pronto me descubrieron, y me miraron. Y el señor Brenner, este señor Ben Molar, me preguntó: «¿Y vos que hacés, tenés un grupo?». Me dio la respuesta, te darás cuenta. Bueno, yo siempre fui un propulsor de la verdad, pero la mentira la tengo en la punta de la boca para lo que haga falta, es una herramienta. Entonces le dije «Sí, tengo un grupo». El tipo se alarmó porque fui demasiado rápido. Me dijo: «¿Y cómo se llama?». Mi computadora, que caminaba muy rápido, sondeó el fondo de mi alma y encontró una frase del gran Leopoldo Marechal. [...] Esa frase del libro El banquete de Severo Arcángel decía: [...] «Padre de los piojos, abuelos de la nada». Una frase que me pegó mucho. Pintó esa frase, y así como me vino la puse en la palma de mi lengua. Y se la puse ante las orejas de Ben Molar, que inmediatamente hizo crack, algo se contorsionó en él como si agarrás una tortuga con un anzuelo y la levantás. Se contorsionó inmediatamente y me dijo: «Tienen hora de grabación dentro de tres meses en CBS Columbia. Averigüen el horario, su productor va a ser Jacko Zeller». Yo no tenía lapicera, no me moví del lugar. Pipo anotó rápidamente como buen amigo y buen aliado que era. Terminó la reunión, le di la mano y nos mandamos a mudar. Ahí le dije a Pipo: «¿Te das cuenta en la que nos metimos?». Y él me contestó: «No te preocupes. Vamos ya mismo a la plaza y encontramos a todos los músicos». Miguel Abuelo (fundador del grupo) Y efectivamente, así fue. En Plaza Francia, donde se juntaban los hippies de aquellos días, encontraron al baterista Pomo Lorenzo y a los hermanos Micky (guitarra rítmica) y Alberto Lara (bajo). En casa de Pipo se integró provisoriamente el futuro guitarrista de Manal, Claudio Gabis, y más tarde se incorporó Eduardo Mayoneso Alvaredo como organista En marzo de 1968 grabaron un simple con los temas Diana Diavaga (con Claudio Gabis) y Tema en Flu sobre el Planeta (con Pappo).2 En ese mismo año, formaron parte del Primer Recital de Rock Progresivo Argentino organizado por el sello Mandioca, que reunió a Manal y Cristina Plate. 1969 fue un año muy activo para la banda, que parecía asentarse en el ambiente. El 8 de junio se presentaron en el Ciclo "Beat Baires" realizado en el Teatro Coliseo junto a Engranaje, Litto Nebbia, Manal y Moris, entre otros y un trimestre más tarde en el histórico "Festival Pinap de la Música Beat & Pop" donde actuaron también, Vox Dei, Almendra y la Barra de Chocolate. El líder de "La Cofradía de la Flor Solar" Kubero Díaz (el mismo que estuvo en la última etapa abuelera) y Miguel Cantilo (futuro fundador del dúo "Pedro y Pablo"). En 1971, Pappo le propone a Miguel Abuelo adoptar el blues como estilo definido para la banda. Abuelo, disconforme con esto, opta por cederle el liderazgo de Los Abuelos de la Nada, y se va a vivir a España. Los Abuelos siguieron un tiempo más como banda blusera, grabando el simple En la Estación, hasta que Pappo los abandonó y decidió armar su propio grupo: Pappo’s Blues. Miguel Abuelo logra grabar en Francia un disco como solista, "Miguel Abuelo Et Nada". Diez años después regresó a Argentina gracias a la insistencia de Gerardo Cachorro López. Luego de casi una década en Europa, Miguel Abuelo retorna al país casado y con un hijo. Fue en ese instante cuando Los Abuelos de la Nada comenzaron a tejer los cinco años que los plasmarían como uno de los mejores grupos del rock argentino. Miguel Abuelo y Cachorro López son quienes comienzan a armar la banda. Andrés Calamaro llegó a la banda, proveniente del grupo Raíces, para hacerse cargo de los teclados. Calamaro fue recomendado por dos personas a la vez: Pipo Lernoud, amigo de Miguel, y Alejandro Lerner, quien fue convocado para el puesto pero quería dedicarse a su carrera como solista. Miguel en realidad quería a Juan del Barrio, porque tenían una amistad con él, pero Del Barrio estaba tocando con Spinetta Jade. El nuevo súper grupo se completó con un joven saxofonista que venía de tocar con Milton Nascimento llamado Daniel Melingo, Gustavo Bazterrica (guitarrista de La Máquina de Hacer Pájaros y Spinetta) y el baterista Polo Corbella. Se presentaron en diversos escenarios como el Festival Expresiones Vivas de la revista Pan Caliente y en el IV B.A. Rock. En 1981 graban unos demos que logran una constante difusión en los medios. Una composición grupal llamada No Te Enamores Nunca de Aquel Marinero Bengalí se convierte rápidamente en la favorita de los programadores radiales. Ese mismo año editan los simples Guindilla ardiente y Mundos in mundos. García les produce su primer LP, titulado Los Abuelos de la Nada. Las peleas entre Miguel y Charly eran constantes, lo que provocaba situaciones incómodas para la banda. Gracias al éxito en las ventas realizan su primer gran recital en el teatro Coliseo, a fines de 1982. Su primer gran éxito Sin gamulán era compuesto por el joven Andrés Calamaro y tuvo una difusión envidiable. Charly realiza la presentación de su disco Yendo de la cama al living en Ferro el 25 de diciembre, y Los Abuelos de la Nada junto a Suéter lo telonean. Los Abuelos siguieron con su mejoría tras una gran recepción del público. Tres de sus miembros (Cachorro, Bazterrica y Calamaro) son convocados para la banda de García, cosa que desestabiliza a la banda, pero luego vuelven a dedicarse plenamente a Los Abuelos. El 4 de junio de 1983 realizan el primer recital en Obras Sanitarias j, mezclando los éxitos del primer disco con algunos adelantos del próximo álbum como Hermana Teresa, Espía de Dios, No se desesperen, Vasos y Besos y En línea, entre otros.Vuelven a tocar en Obras ese mismo año ,compartiendo cartel con Ruben Blades. Se edita en aquél año el disco con el cual consiguen la consagración masiva: Vasos y Besos, presentado en el estadio de Vélez Sársfield el 30 de diciembre de ese año con el show Descorchando el ’84 con «Vasos y Besos». Participaron del festival de La Falda, realizaron una gira aún más importante por el interior, llenaron tres veces el Luna Park. La canción Mil horas, sencillo del disco (y también compuesta por Calamaro), fue un éxito rotundo y es hoy en día considerada una de las canciones más vendidas del rock en español. Luego del éxito, viajan a Ibiza, donde graban su tercera placa Himno de mi corazón. Andrés Calamaro ya había lanzado su primer disco solista, y las cosas dentro del grupo empezaban a ponerse difíciles. Un 1985 complicado Tras una infinidad de recitales brindados, planean para 1985 la grabación de su primer disco en vivo. Sobre la marcha del proyecto, el grupo sufre una baja: el guitarrista Gustavo Bazterrica, quien es rápidamente reemplazado por Gringui Herrera, amigo de Andrés Calamaro, a quién corresponen la autoría de Tristeza de la ciudad y de Así es el calor (compartidas con Calamaro), incluidos en los discos Los abuelos de la nada y Vasos y besos, respectivamente. Con él, entonces la agrupación graba durante los días 14, 15 y 16 de junio su cuarto long play titulado Los Abuelos en el Ópera. De este disco saldría como sencillo una vez más una canción compuesta por Calamaro, que incluso es tocada por éste hoy en día en la mayoría de sus presentaciones, el hit Costumbres argentinas. En octubre participan del primer (y polémico) Festival Rock & Pop en el Estadio de Vélez Sarsfield junto a Charly García, Fito Páez, ¡Zas!, GIT, Virus, Sumo, Juan Carlos Baglietto, Nina Hagen e INXS entre otros. La lluvia (precedida por granizo), el intenso barro, los defectos de sonido y la mala organización contribuyeron en el fastidio del público que llegó a su punto máximo cuando una botella de vidrio impactó en la cara de Miguel Abuelo, quien terminó cantando Himno de mi corazón con la cara ensangrentada. A partir de ese recital, la banda comenzaría entonces a transitar un camino denso y sinuoso para su historia. Los Abuelos de la Nada nunca serían los mismos de antes. A fines de ese año 1985 se despide de la banda Andrés Calamaro y se marcaría con ello el fin de la exitosa carrera que había tenido la banda desde 4 años atrás. La partida de Calamaro supuso también la salida de Cachorro López . En diciembre de 1985, la prensa de rock la daba como finalizada: como que había quedado en la historia, pero se equivocar 1986. Una formación renovada En junio de 1986, se reúnen Miguel Abuelo, Juan del Barrio (que había pasado a ser el tecladista principal con la ida de Calamaro) y Polo Corbella (incondicional) a los que se les suman el guitarrista Kubero Díaz y el bajista Marcelo "Chocolate" Fogo. Con esta formación, comienzan a grabar desde julio las nuevas canciones que formarían parte del último álbum del grupo: Cosas mías. Para el mes de octubre ya estaba a la venta. Deciden presentarlo oficialmente los días 18, 19 y 20 de diciembre en el Teatro Ópera, pero ya los nombres no eran los mismos, las canciones no tenían la aceptación de antes y sin la figura de Andrés Calamaro el público disminuyó completamente. Quienes suponen que el público de Los Abuelos se había ido con Calamaro está muy equivocado, puesto que su disco Vida Cruel tampoco estaba siendo un éxito de convocatoria. Durante el verano de 1987 deciden entonces transparsar las fronteras y probar en Sudamérica: realizan una gira que incluyó Uruguay, Perú y Paraguay y la encararon junto al saxofonista Willy Crook. Promediando el año, el baterista Polo Corbella (el único, salvo Abuelo, que se mantenía desde 1981) se retira de la actividad y es reemplazado por el ex-Suéter Pato Loza. Como con la ida de Polo Corbella ya no quedaba ningún integrante de la primera formación de principios de los 80, Miguel Abuelo decide rebautizar la banda, que pasa a llamarse Miguel Abuelo en Banda. El ex-Suéter Pato Loza se hace cargo entonces de la batería y a su vez, Jorge Polanuer reemplaza a Willy Crook en el saxo, quién se había unido a la agrupación durante la gira realizada por Uruguay, Perú y Paraguay a principio de año. El grupo se exponía cada vez menos y se estaba empezando a asemejar a una banda amateur, aficionada, aunque se dice que dejaron material grabado para sacar un disco, el cual jamás fue editado. 1988. El adiós de Abuelo Para el 24 de febrero de 1988 tenían arreglada una actuación en el Velódromo Municipal de Buenos Aires, la cual fue suspendida repentinamente por una altísima fiebre que había sufrido Abuelo: estaba enfermo de sida y la enfermedad hacía estragos en su cuerpo, a tal punto que ese mismo día se retiró definitivamente de la música, sabiendo que eran sus últimos días de vida. Efectivamente, el 26 de marzo de 1988, Miguel Abuelo falleció en la Clínica Independiencia de Munro (provincia de Buenos Aires). El 9 de mayo de 1988 se reunieron varios músicos de Los Abuelos en un show que se realizó en el Hard Rock Café de Buenos Aires. Para esta ocasión, había sido invitado también Andrés Calamaro (por el cual también otra cantidad de personas se hicieron presentes), pero llegó tarde porque había presentando anteriormente su nuevo tango compuesto junto a Mariano Mores en el Teatro Opera (donde 3 años atrás había subido con los Abuelos). Comenzó con la guitarra, cantando Mil horas y luego se limitó a hacer los coros y a participar con su «percusión» (un par de palillos). El show estaba previsto para la una de la mañana pero comenzó a las dos, duró solo una hora, el calor era infernal pero la reunión agradó a todos, agolpados en la puerta simplemente para escuchar temas como No te enamores nunca de aquel marinero bengalí, "Lunes por la madrugada", "Cosas mías" o "Tristeza de la ciudad".

viernes, 11 de mayo de 2012

lunes, 7 de mayo de 2012

Los tipitos

Los tipitos Los Tipitos es una banda de Rock Argentino, formada en 1994 en la ciudad de Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires. La banda tiene influencias importantes del rock argentino como Charly García o León Gieco. Durante una primera etapa como banda local de la ciudad de Mar del Plata, alternaban presentaciones en diferentes bares, destacándose de ésta época las actuaciones en el ya desaparecido reducto de la calle España conocido como "Papá Montero". Durante esta primera utilizaron el nombre "Los Penes Erectos", para luego cambiarse definitivamente a la denominación actual. El primer registro oficial de la banda fue grabado en la ciudad con una consola tipo portastudio de 4 canales. En 1996 emigraron a la Ciudad de Buenos Aires, ya que entre recitales y grabaciones se hacían largos los viajes. Un año antes, León Gieco los había escuchado y los invitó a grabar y producirlos bajo su sello. Durante 1997 realizaron giras de presentación ya que en ese año se editó el primer álbum de la banda: “Los Tipitos”. En 1998, además de tocar en boliches, realizan su propia difusión recorriendo la ciudad capitalina, palmo a palmo tocando arriba de los colectivos, compromiso que cumplen por más de dos años. En 1999 graban su segundo CD, “Cocrouchis”, con producción de la banda y donde participan Edelmiro Molinari y otra vez Carlos García López, entre otros. El disco sale de manera independiente y pronto queda bajo el sello Tocka Discos (Popart). El 2000 se podría decir que fue el año donde estalló el éxito. Con el auspicio de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Villa Gesell, Los Tipitos arman un espectáculo que se desarrolla en la peatonal de dicha ciudad (3 y 106) durante la temporada veraniega momento en el cual fue su salto a la fama. En el 2001 sacan el CD “Vintage”, producido por Pablo Romero y Eduardo Schmit (integrantes de Árbol). Con este disco demuestran ser ya una banda consolidada como ícono del Rock Nacional y también editan “Quién va a garpar todo esto?” Volumen I y II. Durante 2002 editaron “Contra los molinos”, todas grabaciones registradas en vivo. El verano 2003 los encontró recorriendo las principales ciudades balnearias. Ya de regreso a Capital Federal, comenzaron a preparar su presentación más importante: el Teatro ND Ateneo. Lo que era un desafío pasó a estar en boca de todos: agotaron las localidades para las dos funciones. En la temporada del verano 2004 Los Tipitos realizaron una gira por la costa, mientras se preparaban para entrar a grabar el que sería su séptimo CD, bajo la producción de Pablo Guyot: “Armando Camaleón”. Con el tema “Brujería” sonando frecuentemente en las radios, la banda terminó por consolidar su fama. Ese mismo año y tras el éxito de Armando editan "Primera Grabación" que inicialmente había sido lanzado en formato cassette en el año 1995 y grabado en una consola portátil de 4 canales, el disco contiene 14 temas más un recordatorio. Durante 2005 editaron algunos videoclips, como “Brujería” (el hit de “Armando Camaleón”), "Campanas en la Noche" y "Algo", que extrañamente grabaron en el interior de una pileta de natación. También se difunde el video de "Silencio", que fue tomado de la actuación en el Teatro Gran Rex, durante abril de 2005. En 2006 editan TipitoRex Vivo, una colección de sus mejores temas grabados en vivo en el Teatro Gran Rex de la ciudad de Buenos Aires. El cual sale a la venta en formato CD-DVD. En el mismo año, graban su propia versión del tema Mil Horas incluido en el CD homenaje a Andrés Calamaro, Cantando al Salmón. En el 2006 son nominados a los Premios Carlos Gardel y ganan en la categoría a mejor álbum grupo Pop En 2007 editaron Tan Real, producido por Tweety González. Fue grabado en los meses de junio y julio de 2007 en los estudios Circo Beat y El Pie y masterizado en Estados Unidos por cuenta de Leon Zervos. El disco cuenta con invitados especiales como David Lebón, Claudio O’Connor, Javier Malosetti y el “Negro” García López. A partir del lanzamiento de Tan Real inician una gira por el interior y la costa atlántica. La presentación del disco en Capital fue el 11 y 12 de abril de 2008 en el Teatro Opera de la Calle Corrientes. El 20 de febrero de 2008 son anunciados los Premios Carlos Gardel donde anuncian a Los Tipitos nominados a Mejor Grupo Pop y Mejor producción del año, de los cuales obtienen el Premio a Mejor grupo Pop en una ceremonia llevada a cabo en el Teatro Gran Rex el 26 de marzo de 2008. En 2009 se prepara su nuevo disco lanzando como adelanto "Siguiendo La Luna", un cover que se encuentra en el disco Vos Sabes... Como Te Esperaba! un tributo a Los Fabulosos Cadillacs. El nuevo disco se llama El Club De Los Martes, que incluye 13 canciones, lanzando el primer corte llamado Laberinto y fue producido por Alfredo Toth y Pablo Guyot. El 3 de diciembre de 2010 sale a la venta "Grandes Éxitos - Los Tipitos" un disco recopilatorio con sus mejores temas, incluye 16 canciones, una de ellas cantada con el grupo español Canteca de Macao. Tambien grabaron su version de "De igual a igual" en el disco "gieco querido...cantando al león" En abril del 2011 se presentaron en el Luna Park, presentando su disco el Club De Los Martes Integrantes Raúl Ruffino: Guitarra y voz. Pablo Tévez: Batería y coros. Walter Piancioli: Piano, guitarra y voz. Federico Bugallo: Bajo y coros. Sitio oficial http://tipitoweb.com.ar/

domingo, 6 de mayo de 2012

La señora muerta

—No me gusta el olor de la goma quemada —fue lo primero que dijo esa mujer. Moure la miró un rato antes de contestar, pero no como la había estado observando hasta ese momento, desde que la descubrió en la cola apoyada a medias contra la pared, con un gesto resignado e insolente a la vez. "Levante", se dijo. "Levante seguro", y le sonrió: —No es goma lo que están quemando. —Ah, ¿no? —esa mujer lo miraba con desconfianza— ¿Qué es entonces? —Inmundicias —murmuró Moure con malestar. —¿Y de quién? —De todos... de todos los de la cola. Hace dos días que vienen haciendo lo mismo. Desde atrás, los que estaban en medio de la penumbra que flotaba sobre la calle, los empujaron para que avanzaran: ella se dio vuelta, apenas molesta de que la tocaran o de que le arrugaran el vestido, murmuró. Ya va, ya me di cuenta, qué tanto, y avanzó unos pasos ceremoniosamente. Se había apoyado contra la chapa de un hotel y se miraba en el reflejo: era un enorme cuadrado de bronce y Maure advirtió que se palpaba los labios. —¿Le duelen? —se le acercó. —No. Estoy despintada. Y esa mujer seguía mirándose aunque esa chapa la reflejase deformada, con una boca más ancha y unos ojos estirados. —Usted no tiene esa boca —señaló Moure. Ella abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera en un parque de diversiones, con la desconfianza de un chico o de un provinciano: —Sí, tengo una boca de muñeco —se juzgó con aire despreciativo. —No, no... —protestó Moure. —Pero me gusta tener una boca así. Unos metros más adelante se fue levantando un murmullo que aumentó la densidad y se prolongó un rato, como un moscardoneo. "No me puede fallar", se propuso Moure. Una mujer con la cabeza cubierta con una pañoleta se le arrodilló delante, agachada la frente y parecía rezongar con una confusa irritación mientras se frotaba las manos; cuando la fila avanzó de nuevo, la mujer se fue arrastrando sobre las rodillas sin dejar de gangosear eso que decía, sin dejar de frotarse las manos. —Rezan, ¿no? —Sí —dijo Moure. —Ah... —ella se persignó y lo hizo con torpeza, velozmente; parecía alarmada y miró ese cielo bajo como si hubiera escuchado el ruido de un avión y tratara de localizarlo. Pero el cielo estaba negro y no se veía nada. Después se tranquilizó, lo miró a Moure, se sonrió a medias, agradecida de algo y apoyó la cabeza contra la chapa del hotel. —¿Está cansada? —la sostuvo Moure mientras se repetía "No me falla; no me puede fallar". Al fin de cuentas, él había ido a la cola para eso. Pero ella balanceaba la cabeza: eso no quería decir ni que sí ni que no, solamente que no estaba segura. —¿Quiere irse? — —Cuando me sienta bien cansada. Moure le oprimió el brazo. —Pero mire que tenemos para rato. Ella frunció las cejas: —¿Lo dice en serio? —Yo siempre hablo en serio. —¿Y cuánto dice que falta? Moure miró hacia adelante y calculó dos cuadras, tres, una mancha larga que se estremecía en medio de la penumbra, los de atrás que volvieron a empujar con una pesadez insistente, la mujer de la pañoleta que seguía murmurando algo que no se entendía muy bien, ahí arrodillada, un soldado con una olla humeante que brilló bajo el farol: —Unas tres horas dijo. —¿Tanto? Moure presintió que a ella no le interesaba mucho lo que había preguntado, ni le interesaban las palabras que había usado, ni ninguna palabra: —Y, hay mucha gente —reflexionó. —A la gente le gusta. —¿Estar en la cola? —Sí —dijo ella con desgano—. Le gusta esperar algo, cualquier cosa... La mujer arrodillada por momentos parecía irritarse con lo que rezaba, cabeceaba y fruncía la frente. "Esta noche no puede fallarme", seguía pensando Moure. Y toda esa fila avanzaba muy lentamente, mucho más despacio que en una procesión. Moure calculó: allá adelante estarían por cruzar un puente, se le habrían roto las ruedas a un carro o el caballo se habría muerto en medio de la calle. Algo así pasaría. "Seguro". Y había tan poca luz con esos trapos negros que envolvían los faroles y todo era tan borroso. —¿Me permite? —ella se le apoyó bruscamente en un brazo se descalzó, primero un pie, después el otro y se los sobó con unos quejiditos de satisfacción. Pero cuando estaba en eso, volvieron a empujarla para que avanzase y ella repitió —Ya está, ya va, no ven lo que estoy haciendo. Me van a pisar, tengo los pies desnudos... La mujer de la pañoleta levantó un momento la cabeza, verificó quién había dicho eso y siguió con su rezo. —¿Un poco de sopa? —ofreció Moure. —No —ella todavía estaba con los pies desnudos y pugnaba por mantener el equilibrio y calzarse— Me aburre la sopa. —¿Ni un poco? —No. Moure señaló: —Pero mire que le están ofreciendo... Un soldado le había tendido una taza pero tuvo que recogerla; tenía una cara adormecida y se esforzaba por sonreírse: la contempló a esa mujer, intentó sonreírse con más convicción y lo único que logró fue un parpadeo, entonces la miró humildemente pero ella había hundido las manos en los bolsillos y sacudía los hombros: —Me aburre la sopa —repetía—. De chica, me la hacían tragar: de arvejas, de sémola, de verduras, era un asco. Moure sacó un cigarrillo y lo golpeó muchas veces antes de encenderlo. "Papa comida", se felicitó. Estaban muy cerca de uno de esos montones de basura que habían quemado y que soltaban un calor denso, incómodo y un poco tembloroso; algunas personas salían de la fila, se acercaban, la cara y el pecho se les enrojecían y se quedaban un rato frotándose las manos como si estuvieran redondeando algo entre las palmas, un poco de harina o de barro. Después volvían a la fila y les susurraban a los que tenían al lado vayan, vayan; no les dicen nada. Moure la codeó a esa mujer y señaló: otro se despegaba de la fila con una carrerita parecida, casi avergonzado, casi alegre. —¿Fuma? —preguntó Moure. Ella miró a los costados, atentamente, después un poco a la mujer que seguía arrodillada y rezongando: —¿Aquí?... —y no sacó las manos de los bolsillos. Moure encendió el cigarrillo y largó unas bocanadas para que ella oliera: eso era bueno, caliente y llenaba la boca y el pecho. "Esto marcha solo", se alegró. Ella le miraba la mano, sin indiferencia y de vez en cuando le espiaba los labios y la nariz se le hinchaba como si le costara respirar o como si todavía le molestara ese olor que había creído era de goma quemada. —¿A usted le gustaba? —dijo de pronto. Moure se sobresaltó pero largó una lenta bocanada: —¿Quién? —La Señora... ¿Quién va a ser si no? Moure tomó el cigarrillo entre las dos manos, lo acható y arrancó una hebra con la misma cautela con que se hubiera cortado una cutícula; después levantó la vista y la miró a esa mujer: era joven, tendría unos veinticinco, no mucho más. "Si me la pierdo soy un...". Pero no se la iba a perder. Los de atrás empujaban, ésos no respetaban nada, no se dio por enterado y siguió mirándola: el cuello, ese pecho tan abierto, el vientre y la deseó bastante. Por fin dijo: —Era joven... —¿Usted cree que la podremos ver? —Y, no sé. Habrá que esperar. —Dicen que está muy linda. —¿Sí? —La embalsamaron. Por eso. Había quedado un espacio entre ellos dos y la mujer arrodillada. —Hay que correrse —dijo ella como si se tratara de algo inevitable. —Sí —advirtió Moure—. Sí. Y se quedaron mirando vagamente hacia adelante: la mujer de la pañoleta se puso de pie y estuvo un buen rato observándose y tocándose las rodillas, un chico empezó a llorar y una mujer deslizó una mancha blanca sobre su mano y ahí la sostuvo y de nuevo pasaron los soldados, ésta vez ofreciendo café, sin saltearse a nadie, desapasionadamente. Ella murmuró algo y Moure le escrutó la cara para ver qué quería. No. Me estaba acordando de algo. Nada más, dijo ella sin sacar las manos de los bolsillos; Moure advirtió que era de piel el sacón que tenía porque lo rozaba contra el dorso de la mano y pensó que le hubiera gustado acariciarlo con los dedos, con el pulgar sobre todo, pero no se animó. —¿Vio? —era ella que señalaba con el mentón desganadamente. Moure volvió la cabeza y vio a un hombre que orinaba al borde de la vereda y se sintió irritado, justamente irritado, porque ése podría haber ido a otro lugar o se hubiese aguantado o, en último caso, no se hubiera puesto en la fila, entre tantas mujeres, porque esas cosas siempre pasan y uno debe saber lo que se puede aguantar. —Está mal, ¿no? —murmuró. Pero ella se había apoyado contra una vidriera y bostezaba, olvidada de sus pies y de ese hombre que orinaba, y lo hizo varias veces, porque no fue un solo bostezo prolongado sino una serie de tres o cuatro que la obligaron a fruncir la nariz y a secarse unas lágrimas con la punta del pañuelo. —¿Tiene sueño? Ella negó sin dejar de bostezar: —Hambre tengo. —¿Quiere... ? —Sí. Y fue ella misma quien lo tomó del brazo y la que dijo que subiera a un auto y fueran primero a cualquier lugar. Algo cerca, fue lo único que exigió y no perentoriamente, sino como si recordara algún requisito o alguna ventaja. Se arrinconó a su lado en el auto y contemplaba sin ningún asombro las piernas de los que iban en las plataformas de los tranvías iluminados, a uno que llevaba sandalias, a los que la miraban largamente sin atreverse a sonreírse pero con muchas ganas de hacerlo cada vez que el auto se detenía en cualquier bocacalle. Cuándo un marinero se inclinó un poco para verla mejor, ella golpeó con la mano en el vidrio. A ése lo espanté, suspiró. Y usaba un perfume de malva, un perfume de vieja o de casa con pisos de madera. ¿Y cuánto querés? Lo que vos quieras y el auto siguió corriendo. Moure se sintió agradecido, entusiasmado y le pasó el brazo sobre los hombros. Cerca, ¿no?, volvió a preguntar ella y Moure sacudió la cabeza. Esa cola, la gente que esperaba con tanta indiferencia, amontonados, pasivos, la calle en tinieblas, él había esperado demasiado. Era lento y lo sabía, pero tampoco se podía atropellar. Pero ya estaba. Y solo, esas cosas se hacen solas. Cuanto más se piensa, sale peor. Cuando el coche se detuvo por primera vez y Moure advirtió que el chofer esperaba una nueva orden mirando en el espejito, apenas dijo a otra. Pero cerca. Cuando ocurrió la segunda vez, eso de toparse con una puerta cerrada cuando alguien piensa exclusivamente, cálidamente en entrar de una vez y quedar a solas como dos chicos que se esconden dentro de un ropero para que el mundo de los adultos tan ordenado y con tanta gente que mira se desvanezca, Moure se empezó a irritar. No hay lugar —informaba el chofer—. ¿Los llevo a otro? Sí, sí. Pronto. Y anduvieron dando vueltas por unas suaves calles arboladas y ella empezó a reírse porque sentía las manos de Moure que le oprimían las piernas, pero no como para acariciarla, como si ella fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un pañuelo o una baranda o la propia ropa de Moure, algo de lo que se aferraba para secarse o para no caerse. Por favor... por favor, repetía Moure y le estrujaba la carne. También estaba la mirada del chofer, que delante de esos portones cerrados soltaba el volante como para dar explicaciones porque él no tenía nada que ver con todo eso. ¿Los llevo a otro? Sí. Pronto... Pero, pronto por favor... Y toparon con otro portón, una gran tabla pintada de gris cerrada con un candado, y la risa de esa mujer aumentó mientras Moure pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en silencio, tomarlo de la mano y tranquilizarlo o pasarle los dedos por las sienes para que se le desarrugara la frente, pero las mujeres se ponen nerviosas y no sirven para nada y por eso son mujeres. El coche había parado por cuarta vez o sexta y el chofer repetía ese mismo ademán de prescindencia. —¿Todo está cerrado? —gritó Moure. Los ojos del chofer apenas temblaron en ese espejito y ella se rió con una risa que le dobló la espalda. —¡No te rías más, mujer! —la sacudió Moure. Y ella sólo negó con la cabeza, sin hablar pero con más ganas de reírse, apretando los labios y no cubriéndose la boca con una mano. —¿No se puede ir a otra parte? —Moure se había tomado del respaldo del chofer. —Y, no sé... —¿Nada hay? —Más lejos... —¿Dónde? —En la provincia. —¿Seguro? —No; seguro, no. —Estaba de Dios que tenía que pasar esto —cabeceó Moure. —Hay que aguantarse —el chofer permanecía rígido, conciliador—. Es por la señora. —¿Por la muerte de?... —necesitó Moure que le precisaran. —Sí, sí. —¡Es demasiado por la yegua esa! Entonces bruscamente, esa mujer dejó de reírse y empezó a decir que no, con un gesto arisco, no, no, y a buscar la manija de la puerta. —Ah, no... Eso sí que no —murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta—. Eso sí que no se lo permito.., — y se bajó. David Viñas Photobucket

viernes, 4 de mayo de 2012

"Argentine Dream"

A diez años del hundimiento del modelo neoliberal que arrasó nuestro país, vale hacer un viaje en retrospectiva. Para saber dónde estamos parados y cómo el kirchnerismo no es solamente un cambio de relato sino también de paradigma. Para los faltos de memoria, los manipuladores del discurso y tambien para las señoras gordas que se quejan porque aumentó una crema para tujes importada de Francia. Para los que tienen prejuicio de retrospectiva, sale esta zambullida: Contratapa del inolvidable David Viñas que brinda unas pinceladas sobre la realidad de un país inmerso en el desengaño, la desilusión y la apatía. Photobucket 

 Cruzar el Rubicón: tradicionalmente aludía a una figura enérgica cargada de transgresiones. No tan wagneriana como quemar las propias naves y regocijarse contemplando, desde lejos, el humo que soltaban. Sin duda. Pero que alteraba una frontera trazada por la legalidad, y en desdén por el código predominante, se decidía sin miramientos hacia atrás con una avidez sin escrúpulos por reconocer lo diferente para anexarlo y convivir entre los otros. Pasar por las aguas del Jordán era el segundo gesto –inverso y complementario del anterior– que con menos ímpetu insinuaba el regreso, limpio, de alguien experimentado. Lógicamente adulto porque prefería traducir su experiencia en consignas en lugar de comentar largamente sus heridas. Considerando que sus contratiempos borraban cualquier derrota al trocarlo en un invicto que no requería subrayados ni exaltaciones. Y, sobre todo, purificado por sus desdichas (rústico del interior, al fin, “pura alma” en oposición a la materia locuaz y corrupta del puerto), optaba por la magnanimidad del olvido presintiendo que el lugar más privilegiado era su escenario propio y su destino. Semejante vaivén hidrográfico, en lo fundamental, parece un símbolo del recorrido político del doctor Menem. Desde ya que las eventuales reminiscencias clásicas se fueron deslizando al grotesco; y si hubiera saltado sangre, se habría convertido en gran guiñol. Capilarmente Facundo se rasuró en Rivadavia, pero al palpar el granulado de esa piel se advierten paspados, verrugas, repulgues e, incluso, narizonas y juanetes. La propuesta de menemato pretendía, entonces, destacar maliciosamente lo sobresaturado de esa inflexión que se prolongó a lo largo de una década. Acumulación proliferante en contorsiones, extorsiones, flatulencias, mohines en colección de abyectos sonrientes tan impunes como celebrados por el elenco estable de yesmen, modistos a renglón seguido, edecanes me ne frego y sicofantes a la bartola. Me enjuago la boca. Como el fracaso de una virtud de la izquierda, la Alianza (zurcida entre conciencias aterciopeladas, algunas, pocas, realmente desinteresadas y punteros suburbanos) creyó que mediante conjuros vetustos culminados entre abrazos, perfiles severos y esdrújulas, iba a superar el corso a contramano ejecutado por el menemato. Pero no era una circunstancia de programas sino de encuestas y de jarabes livianos. Entre otros, por nuestro lado, sacamos chapa de profetas de saldos y retazos apostando a eso que solía llamarse verdad; esto es: sin esperanza. “La Alianza no representa una alternativa” –se escribió en Página/12– “apenas alternancia; tampoco implica oposición, apenas si es gestionaria”. Desoladas, desabridas profecías de los juncos pensantes. De la Rúa, desde el comienzo, confundió laconismo –indispensable para gobernar– con la perplejidad permanente. En cuanto a los aliancistas más aseados que pretendían soñar: bien. O mal. O qué pena. Nefelibatas. Globos inflados, soñaron, soñadores, se pincharon. Dos palabras en desuso: tragedia/carnestolenda. Como suelen decir los comentaristas más despiadados: “La política, señores, no es religión sino negocio”. Y avanzando día a noche, hasta echarnos el aliento, la reaparición, purificada, del doctor Menem. Breve: el Jordán será tan extenso como las inundaciones provinciales. Los sueños desinflados van siendo reemplazados por langostas voraces. Debajo de cada cama argentina resuena un gruñido presumiblemente oxidado. En las catreras oníricas pululan las vinchucas. El doctor Menem, lavado, se va recomponiendo entre tapas rutilantes y prólogos administrados. Gran conductor de pequeñeces, fue el primero que -astuto, infidente– y zurciendo un giro copernicano, puso su relojeo al ritmo del meridiano de Greenwich a la moda. Ahora alza el brazo, saluda, sonríe, labios jugosos, se apoya en su rubia esposa (que siempre fue una muchacha con inquietudes y a la que nadie puede negarle que tenga el norte en su vida). Pareja con sueños blindados: tercera presidencia. El de Menemrecortado sobre el para digma del teniente general finado; y como nunca fue un oportunista por método, apela a sus furcios morales. Y el sueño de ella, en paralelo, también se va recortando sobre su modelo: rodete, tailleur, discreta, con episódicas distribuciones. Triunfos de ensayo por ahora. Pero el futuro es nuestro por prepotencia mediática. “Va a ganar”. Ya se hacen apuestas. “Pero los adversarios internos”. Qué. En un mundo de padrinos –o alrededor de una mesa de pequeros–, Menem es el que miente mejor sin ningún remordimiento. Y no sólo apuntando hacia el s egundo Centenario, sino más: “Mi señora de vicepresidenta. Por qué no. También hay quinielas, el turf y los baleros. Qué chilena ni cordillera. Compatriota por casamiento. O con un timbrazo a los serviciales emisores del DNI. –¿Más? Y, sí, mis queridos compatriotas. Los sueños-pesadilla ruedan, se dilatan, plurales, en piaras o en mugidos. “Alegría, potencia de vivir”: éxito, éxitos, rating y aleluya. Y al comienzo del renovado menemato, nuevas privatizaciones. Ya va aturdiendo un murmullo a lo largo de zócalos, vecinos bondadosos, ochavas y paredones. Cuáles. Lo que queda. “Teatros, por ejemplo”. Colón, San Martín, Cervantes. Una cultura de citas y de cumplidos. “Y para repechar”: los bancos, fíjese usted. El Nación y el Provincia. Y siga el danzón. Por qué no aceitar la cadena de Hiltons en Iguazú, Huapi, Ushuaia y Península Valdés. Y en refuerzo: “Bases”, Puerto Belgrano, así tenemos los boys a la vuelta de la mano. Cierto caribeño epigramático y veterano convocó a una reunión de prensa de periodistas argentinos: “¿Ustedes todavía creen que son independientes?”, y recorrió con la mirada ese semicírculo en silencio. Después se acarició su barba talmúdica, pausadamente, como si deshilvanase un razonamiento intrincado: –Frente al tráfico de sueños –calculó–, no es posible gritar ¡Al ladrón! 5/12/ 2001 "Argentine Dream" por David Viñas

miércoles, 2 de mayo de 2012

"Los dueños de la tierra"

“Pero no lo fusilaron, no. Afuera habían quedado el viento y el olor a cordero asado y esos camiones negros y los soldados que lo miraban con curiosidad, con respeto y un poco asqueados: él era el culpable, era algo diferente a todos, y para que las cosas anduvieran bien, todos se tenían que parecer a todos. Seguramente pensarían: ese rubio había sacado la cara nada más que para compadrear, quería ser jefe, quería ser distinto. Que se la aguantara, entonces. Si uno anda tratando de ser diferente, lo hace para ser jefe, para mandar a los demás, para estar sobre los demás. Y eso se puede tolerar mientras gana, pero un jefe, un Diferente que fracasa, tiene que desaparecer. Y mientras desaparece tiene que entender de una buena vez que todos los que se la aguantan, en el fondo, quieren ser Jefes, pero no se animan. Un Jefe-Fracasado debe pagar por lo suyo, por su osadía, y por la cobardía de todos los demás. Y un Jefe-Distinto y Fracasado debe ser un chivo emisario. Porque, además, siempre resulta edificante ver la liquidación de uno de esos tipos. Y entretiene. Y uno se siente bastante más infame pero comprende que no corre riesgos y se felicita por ello. Seguramente los soldados pensaban eso mientras Baralt y el sargento Gordon cuchicheaban. Stocker esperaba de pie, al lado de unos fardos de lana y los doce soldados del pelotón se habían quedado en la otra punta del galpón, en la penumbra. Lo pondrían delante de esa pila de fardos, le atarían las muñecas, a lo mejor le preguntaban si quería que le vendaran los ojos y el diría que no, después formarían a esos doce soldados en dos filas de a seis cada una, muy abiertas, Baralt se pondría a un costado, del otro Gordon, uno de ellos daría una señal aguda, un cuchillo, un ¡ah! rotundo o una especie de estruendo y un gran estampido llenaría ese galpón, las caras de los soldados y su propio pecho. Un gran estampido y ¡listo! Que le metieran, vamos, pero Baralt y Gordon seguían cuchicheando en la otra punta del galpón. “Vengan, vengan de una vez, no sean pijoteros” llegó a murmurar Stocker. Pero Baralt hacía señas de que los soldados del pelotón se retiraran en descanso. Y esos doce hombres, medio envarados, medio respirando con alivio o con decepción, salieron por el ancho rectángulo iluminado de la puerta. -¿Y, qué hacen?- les preguntó Stocker como si los insultara, para ver si ordenaban algo y lo hacían sonar o lo volteaban al suelo. Pero, después de eso lo castigaron ¿cinco horas? ¿dos horas? Algo muy espeso se fue desmoronando sobre Stocker. Le ataron los pies y manos con algo que creyó que era un cinturón y después resultó una bufanda. Baralt se fue, hubo un chirrido de ruedas y ese gran rectángulo de luz fue desapareciendo. Y el olor a carne asada fue reemplazado por un penetrante perfume de pasto seco, de lana prensada y de humedad. Gordon encendió una lámpara de querosén y Stocker pensó que eso no se hacía porque era una barbaridad con tanto pasto seco y bolsas y madera. Pero Gordon avanzó como si tal cosa, balanceando esa lámpara con un ademán idéntico al de un guardatrenes. Después lo empezó a golpear. “–Tenés que decirnos todo lo de la huelga”, anunció, y le pegó sin esperar a que Stocker contestara o por lo menos reflexionara un minuto. De ninguna manera. De entrada le dio con los puños, porque Gordon tenía la certeza de que así, tan parado como estaba Stocker, no iba a largar nada. Lo golpeó para que hablara de sentado, desde más abajo. “–Tenés que decirnos, largá…” repetía, tiraba una trompada y se quedaba con los puños delante del pecho, en guardia. No esperaba y decía “¡Tomá!”. No. Tampoco lo insultaba, sino que pegaba con cierto ritmo, con una cautela muy especial, como si temiese que Stocker lo escupiera o agachara la frente para darle un cabezazo. En esa pose el diminuto Gordon tenía algo de un peso mosca. Es que realmente era un insecto descarnado y veloz. Y Stocker tuvo una especie de agradecimiento mientras sentía esos golpes breves, duros, certeros, y alguien que lo hubiese visto hubiera pensado lo mismo, porque con cada puñetazo de Gordon, Stocker se doblaba agachándose en una reverencia: había proyectado algo, no le había salido, había sido un imbécil desde el momento en que le tiró a Corral y le erró dos veces delante de todos sus hombres hasta el instante en que se había hecho la ilusión de que a los del ejército se los tragaba porque alguna vez, hace mucho, allá en Bahía Blanca, había oído decir que eran muy brutos y que uno les podía hacer creer cualquier cosa. Y eso era tan falso –comprendió con una dolorosa y veloz claridad- como decir que todos los marineros eran cornudos o que los médicos mataban a sus enfermos o que en los colegios de curas les hacían cosas a los chicos o que ningún gringo sabía andar a caballo. “-Tenés que decirnos… largá”- seguía Gordon. Y Stocker aguantó mientras tuvo cosas que pensar. Él buscaba de oponerle esas cosas para que se las fuera destruyendo, para que lo aniquilaran. Él ansiaba eso. Eran fogonazos y él iba preparando cada recuerdo cuando preveía el golpe de Gordon que para ser más eficaz depositaba la lengua entre los labios como un chico aplicado que se empeña en hacer buena letra. Y cada uno de los recuerdos de Stocker le servía para aguantarse, porque él quería que lo liquidaran, pero sin abrir la boca. Es que los recuerdos sirven para eso mientras a uno lo golpean: cuando había ido por primera vez al Sindicato en Bahía y le preguntaron si sabía leer y él dijo que si, y sí sabía escribir y él contestó que sí también, y si sabía manejar auto y él pronunció un sí orgulloso de hombre joven que puede y no es cualquier cosa, y también se sintió satisfecho cuando dijo, mientras le llenaban la ficha de afiliado, que su madre había nacido en Silesia y su padre era berlinés, pero, en cambio, se sintió muy incómodo cuando ese empleado del Sindicato que usaba anteojos con cadenita le preguntó si sabía algo del alemán y él tuvo que reconocer que más allá del ‘ja’ y del ‘nein’ y tres o cuatro cosas más, no conocía nada. -“Tenés que decirnos… largá”- repetía Gordon. Él era eficiente para pegar; estaba parado a medio metro de Stocker, con las piernas abiertas y si había empezado dando una serie de cinco puñetazos bien firmes que retumbaron en ese galpón vacío, después continuó con una especie de uno, dos, de izquierda y de derecha, mientras repetía en cada pausa, el mismo tono que podría haber usado para llenarle la ficha en el Sindicato de la Carne. “-Tenés que decirnos todo… largá” y con cada sílaba iba un golpe, un aislado cross a la mandíbula, y Stocker para no aflojar, apuntaba con la cabeza hacia el filo de luz que dejaba escurrir la enorme puerta del galpón. Porque si al comienzo había mirado hacia la lámpara de querosén, al cabo de un rato comprendió que no aguantaría ese brillo azulado. Pero él no se iba a quejar, que lo golpearan todo lo que se les diera la gana. El quedaría con todo el cuerpo ablandado, con todos los músculos flojos, menos la boca. Que le dieran un golpe por haberse creído un jefe, otro por haber calculado que era mejor que Soto y que lo podía reemplazar y otro porque se había hecho la ilusión de que tenía buena puntería y que los iba a deslumbrar a sus hombres y que lo había engañado a ese sargento medio enano. ¡Que le dieran! Claro que mucho mejor hubiera sido acabar de una vez y después tumbarse en una especie de charco negro y quedarse ahí para siempre. Pero el sargento Gordon se había quitado la chaquetilla, se había arremangado y lo seguía golpeando después de palparse las dos grandes manchas de sudor que le humedecían las axilas”. Viñas, David Los dueños de la tierra, Buenos Aires, Lorraine, 1974 p. 214-17 Photobucket
 
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