viernes, 15 de junio de 2012

Recuerdos de viaje.

Amanece el diez de julio. Son las seis, y el tren que ha de conducirnos a Salta ronca junto al andén, resollando bajo, recorrido por ligeros temblores, como si su férrea musculatura se crispara bajo el frío de aquella mañana turbia, que tiene pereza de abrir pronto los ojos... Los muchachos recién salidos del baile llegan presurosos. Aunque el cielo comienza a blanquear, hay todavía sombras abajo; y entre esas sombras, apenas alumbradas por el fulgor de la cantina abierta (una perra cantina, gran salvadora de bolsas incautas), se mueven los viajeros en un flujo y reflujo, silenciosos; saltan sobre los balcones, toman posesión de los asientos, entran, salen están siempre moviéndose, codeándose, empujándose, son su atolondramiento juvenil de pájaros... ... la negra musculatura se mueve con un chirrido lastimero, como si se despedazara; un grueso borbotón de humo se escapa de su negra trompa y, minutos después, ya ha tomado su andar, ya los coches han comenzado su rápido cabeceo y, desde los balcones estremecidos por las rítmicas trepidaciones del tráfago, miramos un tumultuoso vuelo de chispas... Leopoldo Lugones Photobucket

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