viernes, 30 de septiembre de 2011

¡AVANTI!

¡AVANTI!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!
(ALMAFUERTE)



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martes, 27 de septiembre de 2011

Árbol de Diana

1
He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

2
Estas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

3
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

4
Ahora bien:
Quién dejará de hundir su mano en busca
del tributo para la pequeña olvidada. El frío
pagará. Pagará el viento. La lluvia pagará.
Pagará el trueno.

5
por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo

6
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe

7
Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.

8
Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.

9
A Aurora y Julio Cortázar

Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
este lila caliente,
este corazón sólo misterioso.

10
un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar

11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

12
no más las dulces metamorfosis de una niñ3; de seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla

su despertar de mano respirando
de flor que se abre al viento

13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

15
Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.

16
has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos
has terminado sola
lo que nadie comenzó

17
Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días
sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me
lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su
espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nom-
bres creciendo solos en la noche pálida.)

20
a Laure Bataillon

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

21
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá

22
en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas

23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

32
Zona de plagas donde la dormida come lentamente
su corazón de medianoche.

33
alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va


34
la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

35
a Ester Singer

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.


37
más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia


38
Este canto arrepentido, vigía detrás de mis poemas'
este canto me desmiente, me amordaza.
Alejandra Pizarnik.

 


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sábado, 24 de septiembre de 2011

LA LIMOSNA DE SOL -

Era una desapacible
mañana obscura de invierno;
todo parecía viejo.

Apoyada contra un muro
pide limosna la niña.
El frío puso esas rosas
en las pálidas mejillas.

Cerrados tiene los ojos...
¿Cuáles fueron las estrellas
que al nacer arrebataron
las pupilas a la ciega?

La niña extiende la mano
con la palma hacia los cielos.
Y las agujas del aire
le van pinchando los dedos.

-¡Piedad, señores, piedad
para la desventurada!

(Pasó un señor elegante
sacudiendo sus solapas)

-¡Compasión para una pobre
huerfanita, compasión!

(Pasa una pareja hablando)
-¡Una limosna señores
para quien no puede veros!

(Pasaron algunos niños
diciendo horrores del maestro)

-¡Un cobre para la ciega
que no tiene para pan!

(Pasaron varias señoras
murmurando)

Quedó desierta la calle,
desierta como la mano.
De la cieguita, desierta
como un corazón malvado.

Y entonces, de entre las nubes
un rayo de oro salió
que puso en la mano abierta
una limosna de sol...
Rafael A. Arrieta




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Soda Stereo - En la ciudad de la furia




En la ciudad de la furia

Me verás volar
por la ciudad de la furia
donde nadie sabe de mí
y yo soy parte de todos.
Nada cambiará
con un aviso de curvas
ya no hay fábulas
en la ciudad de la furia.
Me verás caer
como un ave de presa,
me verás caer
sobre terrazas desiertas,
te desnudaré
por las calles azules,
me refugiaré
antes que todos despierten.
Me dejarás dormir al amanecer
entre tus piernas
entre tus pirenas.
Sabrás ocultarte bien
y desaparecer
entre la niebla,
entre la niebla,
un hombre aladao
extraña la tierra.
Me verás volar
por la ciudad de la furia
donde nadie sabe de mí
y yo soy parte de todos
Con la luz del sol
se derriten mis alas
sólo encuentro en la oscuridad
lo que me une
con la ciudad de la furia.
Me verás caer
como una flecha salvaje,
me verás caer
entre vuelos fugaces.
Buenos Aires se ve
tan susceptible,
ese destino de furia es
lo que sus caras persisten.
Me dejarás dormir al amanecer
entre tus piernas,
entre tus piernas.
Sabrás ocultarte bien
y desaparecer
entre la niebla,
entre la niebla,
un hombre alado
extraña la noche...
Soda Stéreo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Informe del cielo y del infierno

A ejemplo de las grandes casa de remate, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que hay en las casas del mundo. Pero no es bastante claro hablar sólo de objetos: en esas galerías también hay ciudades, pueblos, jardines, montañas, valles, soles, lunas, vientos, mares, estrellas, reflejos, temperaturas, sabores, perfumes, sonidos, pues toda suerte de sensaciones y de espectáculos nos depara la eternidad.
Si el viento ruge, para ti, como un tigre y la paloma angelical tiene, al mirar, ojos de hiena, si el hombre acicalado que cruza por la calle, está vestido de andrajos lascivos; si la rosa con títulos honoríficos, que te regalan, es un trapo desteñido y menos interesante que un gorrión; si la cara de tu mujer es un leño descascarado y furioso: tus ojos y no Dios, los creó así.

Cuando mueras, los demonios y los ángeles, que son parejamente ávidos, sabiendo que estás adormecido, un poco en este mundo y un poco en cualquier otro, llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza, te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de tu vida. En una suerte de muestrario, al principio, te enseñarán las cosas elementales. Si te enseñan el sol, la luna o las estrellas, los verás en una esfera de cristal pintada, y creerás que esa esfera de cristal es el mundo; si te muestran el mar o las montañas, los verás en una piedra y creerás que esa piedra es el mar y las montañas; si te muestran un caballo, será una miniatura, pero creerás que ese caballo es un verdadero caballo. Los ángeles y los demonios distraerán tu ánimo con retratos de flores, de frutas abrillantadas y de bombones; haciéndote creer que eres todavía niño, te sentarán en una silla de manos, llamada también silla de reina o sillita de oro, y de ese modo te llevarán, con las manos entrelazadas, por aquellos corredores al centro de tu vida, donde moran tus preferencias. Ten cuidado. Si eliges más cosas del Infierno que del Cielo, irás tal vez al Cielo; de lo contrario, si eliges más cosas del Cielo que del Infierno, corres el riesgo de ir al Infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia.

Las leyes del Cielo y del Infierno son versátiles. Que vayas a un lugar o a otro depende de un ínfimo detalle. Conozco personas que por una llave rota o una jaula de mimbre fueron al Infierno y otras que por un papel de diario o una taza de leche, al Cielo. Silvina Ocampo


de La Furia. Editorial Sur, 1959.

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viernes, 16 de septiembre de 2011

Tomas Eloy Martinez - Santa Evita

Diosa, reina, señora, madre, benefactora, árbitro de la moda y modelo nacional de comportamiento. Santa Evita para unos y para otros una analfabeta resentida, trepadora, loca y ordinaria, presidenta de una dictadura de mendigos.
El protagonista de esta novela es el cuerpo de Eva Duarte de Perón, una belleza en vida y una hermosura etérea de 1,25 m después del trabajo del embalsamador español Pedro Ara. Un cuerpo del que se hicieron varias copias y que, en su enloquecedor viaje por el mundo durante veintiséis años, trastorna a cuantos se le acercan y se confunde con un pueblo a la deriva que no ha perdido la esperanza de su regreso.

Dice Tomás Eloy: `El cadáver de Evita es el primer desaparecido de la historia argentina. Durante 15 años nadie supo en dónde estaba. El drama fue tan grande que su madre (Juana Ibarguren) clamaba de despacho en despacho pidiendo que se lo devolvieran. Y murió en 1970 sin poder averiguar nada. No sabía -nadie o casi nadie lo sabía- si la habían incinerado, si lo habían fondeado en el fondo del Río de la Plata. Si la habían enterrado en Europa... A diferencia de los cadáveres desaparecidos durante la última dictadura, que ruegan por ser enterrados, el cadáver de Evita plde ser ofrecido a la veneración. De algún modo, en `Santa Evita` hay una especie de conversión del cuerpo muerto en un cuerpo político.
`la necrofilia argentina es tan vieja como el ser nacional. Comienza ya cuando Ulrico Schmidl, el primero de los cronistas de Indias que llegan hasta el Río de La Plata, narra cómo Don Pedro de Mendoza pretendía curarse de la sífilis que padecía aplicándose en sus llagas la sangre de los hombres que él mismo había ordenado ahorcar. Todos recuerdan la odisea del cadáver de Juan Lavalle, que se iba pudriendo a medida que los soldados trataban de preservarlo de los enemigos llevándolo por la Quebrada de Humahuaca. En 1841, un cierto capitán García cuenta el martirio de Marco Manuel de Avellaneda, el padre de Nicolás Avellaneda, un personaje importante de la Liga Federal, antirrosista y gobernador de Tucumán, asesinado por las fuerzas de Oribe. El relato de la muerte de Avellaneda es de un notable regocijo necrofílico. Cuenta que esa muerte tarda, que los ojos se le revuelven, que cortada la cabeza ésta se agita durante varios minutos en el suelo, que el cuerpo se desgarra con sus uñas ya decapitado. Una matrona llamada Fortunata García de García recuperó esa cabeza y la lavó con perfume y supuestamente la depositó en un nicho del convento de San Francisco. Yo investigué profundamente el tema y descubrí después que en realidad a la muerte de Fortunata García de García, encontraron en su cama, perfumada y acicalada la cabeza del mártir Marco Manuel de Avellaneda, con la cual había dormido a lo largo de treinta años`....Tomás Eloy Martinez



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jueves, 15 de septiembre de 2011

Partida

-Porque es mejor elegir una manera de morir a cualquier hora del domingo -se dijo-.Y era cierto que en sus músculos ni la tarde cabía. Pero él estaba seguro de eso, lo mismo que de algunas otras cosas con las que poblaba su vida e incluso a veces trataba de evadirla. En las canciones melosas, a menudo llenas de alcohol y a pesar de su propia domesticidad, encontraba la fuerza para justificar su tristeza. Miró el reloj de arena y vio sus propios ojos, justo en la ampolla superior, ligeramente distorsionados, mientras el material dentro del vidrio caía sin relación con su manera de sentir la inquietud de la calma. Reparó sorpresivamente en el ventilador y el aparato le contestó sin vacilaciones, con un trepidar formado por convulsiones pequeñas, casi siempre cercanas a su rostro. Las paletas podían verse debatiéndose en la velocidad, con expresión invariable. Una expresión verdosa y acaso sibilina. Se dio cuenta de que aquel ventilador era simplemente un ser en mitad de la tarde y le habló con mesura, sin ocultar su vacío, su arrepentimiento y su lejana vitalidad. Mientras le hablaba, las otras cosas que navegaban en el estudio lo miraban no con aquella incipiente naturalidad que aparentaban sino con una fijación posesiva. Él escuchó una serie de sonidos imperfectos, aunque amalgamados entre sí, trabados gravemente, discutiblemente premonitores. Del piso crecieron las huellas que durante años fueron empujadas hacia la calle. El primero en contestarle fue el globo terráqueo, con voz gangosa y profunda y una oscilante aunque definitiva gravedad. Marcelo no pudo inmutarse ya que la voz partía de las costas de Australia y ningún árbol parecía moverse, aunque era evidente que la melancolía llegaba desde las llanuras petrificadas y de los montes aletargados bajo capas de nieve. Eso era por primera vez absolutamente suyo, con la misma familiaridad que había previsto desde bastante antes. Y con dulzura se fue deslizando hacia el suelo, tomó una avellana y se la colocó suavemente sobre la lengua, recordando nítidamente que su padre había muerto y que su madre se hallaba en aquel momento flotando en el río, con la cabeza hacia abajo y sus ojos justificando a los peces que ya se habían ensañado con sus párpados y sus amplias pantorrillas. -¿Acaso tengo la culpa? -preguntó a las campanillas asiáticas colgadas de la lámpara-. Pero Marcelo sabía que la tenía, y no estaba dispuesto a admitirla.

Sólo que al apretar dos veces el gatillo no oyó los estampidos y siguió caminando con su madre a su lado, o por lo menos con aquellos vestidos que formaban a su madre, silenciosos a esa hora, sin sufrir, sin siquiera distinguir lo que puede elegirse, sin admitir que otro ser puede acompañarnos porque no estamos dispuestos a admitirlo, aunque después nos cueste mantener su vigencia fuera de los caminos que nos conducen a la quietud. Marcelo optó por pinchar las yemas de sus dedos, advirtiendo que la sangre se hacía partícipe de sus creaciones y de sus mínimos sentimientos de duda. Y escuchó las palabras densas del fetiche de la isla de Pascua, deformado por las creencias, exhalando un vaho asimilable, mientras hablaba de los pobres de la tierra, sin inflexión, apenas deslumbrado por su particular justicia. Marcelo se vio rodeado de largos e informes pinos absolutamente cubiertos de ojos, pero no sintió el horror porque estaba habituado. Tomó de nuevo el revólver y marcó un número en el disco del teléfono. -Quiero que me envíe un mensajero -dijo al otro solitario de la línea.

Y esperó, convencido de que no podía suicidarse porque las leyes a veces pueden inundarle a uno aunque en ellas no exista particular gratitud. Preparó el revólver detrás del biombo con decoraciones doradas, ajustándolo a la silla, y ató el cordón al gatillo, pasándolo por delante del panel. Lo hizo con ligero temblor, recordando el origen de las figuras pintadas sobre las paredes, mirando las cosas y hablando con ellas, hasta sentir tedio y un neutro sentimiento de odio. Su padre había sido bueno, tanto como podía incluso olvidarse de serlo. Los bosques de pinos pueden también parecer frondosos y acaso tan quietos como lo desee el viento. Más tarde hizo entrar al chico y le explicó lo que debía hacer sin que el otro advirtiese el juego, a pesar de sus pequeñas vacilaciones o tal vez de su displicencia. Después se concentró en el ventilador, en el fetiche, en la jaula para grillos completamente sola, en el busto de Homero, en el barco en la botella y en las miniaturas. El chico sostuvo el cordón y oyó hablar a los objetos sin entender nada, borracho de normalidad, con las manos agitadas, pensando en su primo Mario, que había muerto debajo de una aplanadora: veía ahora su cara desierta en medio de la sala, sin darse cuenta de que lo hacía por primera vez. Inconscientemente pasó el cordón entre los dedos, mientras Marcelo esperaba detrás del biombo. El ventilador se quejó y Marcelo se dio cuenta. También sintió su voz. Le habló de soluciones capaces de animar la dimensión de las sombras y lo hizo en un tono memorable, auque sin interpretarlo debidamente. Las dos máscaras javanesas también se acercaron. Y él tembló, convencido de que en todo aquello no había defensa y se dejó estar, pretendiendo que había pasado mucho tiempo. Entonces, el frasco de las especies, empujado por las palabras, cayó en el piso y el chico, asustado, salió corriendo. El revólver disparó y Marcelo se tomó el pecho. -Es tan desigual...

-musitó-. Y casi, en seguida, entró la madre, con los ojos desorbitados y el vientre hinchado por el agua.


Fuente: SVABASCINI, OSVALDO, Retorno al día que se va. Buenos Aires, Editores Dos, 1969 (págs. 33-36)

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martes, 13 de septiembre de 2011

PEDRO & PABLO - YO VIVO EN UNA CIUDAD




Yo Vivo En Una Ciudad

Yo vivo en una ciudad
donde la gente aún usa gomina
donde la gente se va a la oficina
sin un minuto de más
Yo vivo en una ciudad
donde la prisa del diario trajín
parece un film de Carlitos Chaplin
aunque sin comicidad
Yo vivo en una ciudad
que tiene un puerto en la puerta
y una expresión boquiabierta
para lo que es novedad
Y sin embargo yo quiero a este pueblo
tan distanciado entre sí, tan solo
porque no soy más que alguno de ellos
sin la gomina, sin la oficina
con ganas de renovar
Yo adoro a mi ciudad
aunque su gente no me corresponda
cuando condena con mi afectos y mis ondas
con un insulto al pasar
Yo adoro a mi ciudad
cuando las chicas con sus minifaldas
parecen darle la mágica espalda
a la inhibición popular
Yo adoro a mi ciudad
aunque me acusen de loco y de mersa
aunque guadañen mi pelo a la fuerza
en un coiffeur de seccional
Y sin embargo yo quiero a este pueblo
porque me incita a la rebelión
y porque me da infinitos deseos
de contestarles y de cantarles
mi novedad...Pedro y Pablo

sábado, 10 de septiembre de 2011

LA HISTORIA DE MI MADRE

Siento una opresión de corazón al estampar los hechos de que voy a ocuparme. La madre es para el hombre la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que adhiere el corazón, como las raíces al suelo. Todos los que escriben de su familia hablan de su madre con ternura. San Agustín elogió tanto a la suya, que la Iglesia la puso a su lado en los altares; Lamartine ha dicho tanto de su madre en sus Confidencias, que la naturaleza humana se ha enriquecido con uno de los más bellos tipos de mujer que ha conocido la historia, mujer adorable por su fisonomía y dotada de un corazón que parece insondable abismo de bondad, de amor y de entusiasmo, sin dañar a las dotes de su inteligencia suprema que han engendrado el alma de Lamartine, aquel último vástago de la vieja sociedad aristocrática que se transforma bajo la ala materna para ser bien luego el ángel de paz que debía anunciar a la Europa inquieta el advenimiento de la República. Para los afectos del corazón no hay madre igual a aquella que nos ha cabido en suerte; pero cuando se han leído páginas como las de Lamartine, no to-das las madres se prestan a dejar en un libro esculpida su imagen. La mía, empero, Dios lo sa-be, es digna de los honores de la apoteosis, y no hubiera escrito estas páginas, si no me diese para ello aliento el deseo de hacer en los últimos años de su trabajada vida, esta vindicación contra las injusticias de la suerte. ¡Pobre mi madre! En Nápoles, la noche que descendí del Vesubio, la fiebre de las emociones del día me daba pesadillas horribles, en lugar del sueño que mis agitados miembros reclamaban. Las llamaradas del volcán, la oscuridad del abismo que no debe ser oscuro, se mezclaban qué sé yo a qué absurdos de la imaginación aterrada, y al despertar de entre aquellos sueños que querían despedazarme, una idea sola quedaba tenaz, persistente como un hecho real: ¡Mi madre había muerto! Escribí esa noche a mi familia, compré quince días después una misa de réquiem en Roma, para que la cantasen en su honor las pensionistas de Santa Rosa, mis discípulas, e hice el voto y perseveré en él mientras estuve bajo la influencia de aquellas tristes ideas, de presentarme en mi Patria un día y decirle a Be-navides, a Rosas, a todos mis verdugos: Vosotros también habéis tenido madre, vengo a hon-rar la memoria de la mía; haced, pues, un paréntesis a las brutalidades de vuestra política; no manchéis un acto de piedad filial. ¡Dejadme decir a todos quién era esta pobre mujer que ya no existe!
Recuerdos de Provincia
Domingo Faustino Sarmiento

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Mi noche triste


Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida,
dejándome el alma herida
y espina en el corazón,
sabiendo que te quería,
que vos eras mi alegría
y mi sueño abrasador,
para mí ya no hay consuelo
y por eso me encurdelo
pa'olvidarme de tu amor.

Cuando voy a mi cotorro
y lo veo desarreglado,
todo triste, abandonado,
me dan ganas de llorar;
me detengo largo rato
campaneando tu retrato
pa poderme consolar.

Ya no hay en el bulín
aquellos lindos frasquitos,
arreglados con moñitos
todos del mismo color.
El espejo está empañado
y parece que ha llorado
por la ausencia de tu amor.

De noche, cuando me acuesto
no puedo cerrar la puerta,
porque dejándola abierta
me hago ilusión que volvés.
Siempre llevo bizcochitos
pa tomar con matecitos
como si estuvieras vos,
y si vieras la catrera
cómo se pone cabrera
cuando no nos ve a los dos.

La guitarra, en el ropero
todavía está colgada:
nadie en ella canta nada
ni hace sus cuerdas vibrar.
Y la lámpara del cuarto
también tu ausencia ha sentido
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.

Música: Samuel Castriota
Letra: Pascual Contursi


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viernes, 9 de septiembre de 2011

Terapia. José Gobello

Terapia

Me ne fute si el tiempo me flagela
con canas, reumatismo, tos, juanete,
o dándole un biandún de la gran siete
a la tersura de mi caripela.

Me ne fute la guita que se vuela
dejándome vacío el cabalete,
mientras un funcionario gasta, al cuete,
lo ajeno y con chamuyo me camela.

Me ne fute vivir siempre en el brete,
sin beguén, vulevú ni francachela
que me metan en líos sin gollete

o me encajen un clavo en la chinela,
si es que llega, prendida del chupete,
esa petisa que me llama abuela.

Convendrá, sin duda, explicar
el significado de algunos términos:
me ne fute, no me importa;
biandún, golpe; caripela, rostro;
cabalete, bolsillo; al cuete, en vano;
beguén, enamoramiento; vulevú, modo
o manera propio de la alta clase social.
José Gobello Poeta Lunfardo

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martes, 6 de septiembre de 2011

Los Abuelos de la Nada - Costumbres argentinas


Costumbres argentinas


Muerdo el anzuelo y vuelvo
a empezar de nuevo cada vez.
Tengo en la mano una carta
para jugar el juego cuando quieras.


Caminando, caminándote,
mi calle que quizás yo pueda cambiar.
Esperando, esperándote,
costumbres argentinas de decir no.


El problema es otra vez la situación
cada vez peor del corazón,
yo camino todo y veo
cada vez que quiero y te espero.


Caminando, caminándote,
mi calle que quizás yo pueda cambiar.


Esperando, esperándote,
costumbres argentinas de decir no.


Los Abuelos de la Nada

lunes, 5 de septiembre de 2011

5 de septiembre: Día Nacional del "lunfardo"

La literatura lunfarda comienza, quizá, con aquella cuarteta citada el 17 de marzo de 1879 por Beningo B. Lugones, quien la llamó "la única poesía lunfarda que existe":

Estando en el bolín polizando,
se presentó el mayorengo:
"A portarlo en cana vengo,
su mina lo ha delatado".

Por entonces, la musa lunfarda solo derramaba su inspiración en las celdas de las cárceles donde algunos presos cantaban, en versos rudimentarios, las nostalgias de sus fechorías. Antonio Dellepiane reprodujo en El idioma del delito (1894) un par de esas composiciones y esta cuarteta memorable:

Cuando el bacán está en cana,
la mina se peina rizos:
no hay mina que no se espiante
cuando el bacán anda misho.

El lunfardo es todavía, para esa fecha, la tecnología criminal que estudia el futuro internacionalista Luis María Drago en Los hombres de presa (1888) y explica Fray Mocho en Memorias de un vigilante (1897). Sin embargo, ya comienza a ganar la calle y a infiltrarse en la literatura popular. Primero, el periodismo, donde militan hombres que habrán de dejar huella en la literatura argentina, y luego el teatro, espejos ambos de costumbres y de realidades, le dan cabida y lo lanzan a la circulación.

Espiantar, espiante, chirlo son palabras que aparecen ya en los folletines de Eduardo Gutiérrez, y en 1898, cuando escribe Gabino el mayoral, Enrique García Velloso acopia un buen número de lunfardismos: escrushante, espiantar, estrilar, funyi, otario, refilar, etc. El lunfardo sale a la calle y se empapa con tinta de imprenta a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XIX. A fines de dicha centuria y a principios de la actual, se divulga una abundante versificación lunfarda, publicada en folletos hoy inhallables, que motivó en 1902 el severo examen de Ernesto Quesada. Las revistas populares, por esa época, y los diarios del mismo carácter, alrededor del Centenario, acogen versos y prosas lunfardas, o mechados de lunfardismos; producción que se prolonga luego en las letras de tango y en revistas como El Alma que Canta, El Canta Claro, La Canción Moderna.

El teatro, puesto que copió escenas y tipos populares, no pudo prescindir del lunfardo, que, a principios de siglo, era la lengua viva de los conventillos y los peringundines, a la que enriqueció, como las literaturas enriquecen siempre los idiomas, con giros y modismos, y, excepcionalmente, también con algún nuevo vocablo. Si nuestra antología no se hubiera propuesto ser breve, habría dedicado gran número de páginas a ofrecer una muestra aproximadamente completa del lunfardo escénico. La estrechez del espacio asignado a este trabajo nos determinó, empero, a registrar solo a tres autores, en representación de todos sus colegas: Florencio Sánchez, Alberto Vacarezza y José González Castillo.

El lunfardo tentó a los escritores populares. Félix Lima –como más tarde Roberto Arlt– lo usó en sus viñetas periodísticas. Evaristo Carriego compuso algunas décimas en lenguaje cerradamente carcelario, que parcialmente reprodujo Borges en su ensayo (1930), y de las que transcribimos una serie íntegra. Bastante tiempo después, Enrique González Tuñón glosó letras de tango en el lenguaje que el tango usaba entonces. No se trata, ciertamente, de escritores lunfardos; pero como no desdeñaron las posibilidades expresivas de los lunfardismos, a los que abrieron una generosa perspectiva literaria, su inclusión en este volumen nos pareció indispensable.

Problema imposible de resolver satisfactoriamente fue el del espacio que debíamos dedicar al tango. Una insondable y desigual literatura tanguera amenazó, de entrada, con aplastar este tomito. Mucho dudamos frente a ella, hasta que optamos por conferir su representación a una sola composición: Mi noche triste, de Pascual Contursi. Esta elección, por lo demás, no fue caprichosa. Entendemos que, si es cierto que Mi noche triste inauguró una desdichada época lacrimógena del tango (con claros antecedentes en Carriego y en los payadores urbanos), también es verdad que salvó al lunfardo del destino caricaturesco a que parecía haberlo confiando el sainete.

(...) Podríamos haber enriquecido fácilmente este librito al punto de quintuplicar su volumen, lo que no es posible por razones editoriales de mucho peso y también porque solo nos propusimos brindar una breve selección, en la cual, nombre más, pieza menos, figurase lo más representativo de una literatura que no es tan escasa como quizá imagina el lector y que, aunque menospreciada, ha logrado producir La crencha engrasada. Lo cual no es poco decir.

José Gobello. Luis Soler Cañas.

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viernes, 2 de septiembre de 2011

ARTURO JAURETCHE; MANUAL. DE. ZONCERAS ARGENTINAS

Al tilingo la m… no se le cae de la boca ante la menor dificultad o desagrado que les causa el país como es. Pero hay que tener cierta comprensión para ese tilingo, porque es el fruto de una educación en cuya base está la autodenigración como zoncera sistematizada. Así, cuando algo no ocurre según sus aspiraciones reacciona, conforme a las zonceras que le han enseñado, con esta zoncera también peyorativa.
La autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace con relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor.
Jorge Sábato me cuenta que en Nueva York, recibido por un grupo de norteamericanos a quienes acompañaba un ar­gentino, le faltó tiempo a éste para preguntarle como primera noticia de su Patria: —”¿Buenos Aires siempre lleno de ba­ches?” Jorge le dijo: —”Si, hay muchos y te podés romper una pierna. Pero si aquí te metés en el subterráneo después de las cinco de la tarde es casi seguro que te rompen algo… ¡Bueno, todo va en gustos! Yo prefiero romperme una pier­na… y en un bache”.
Pudo agregarle que si se metía en Harlem podría ser víc­tima de la discriminación racial del poder negro, como podría serlo del poder blanco un “negro” argentino que se metiera en Little Rock.
Sin embargo, lo que pasa en el subterráneo de Nueva York, en ciertos barrios de Chicago o en Detroit entre negros y blancos, no nos autoriza, ni a los norteamericanos ni a noso­tros, a suponer que eso solo —y los demás aspectos desagra­dables— den la imagen total de los Estados Unidos. Y mucho menos a un norteamericano, que de ninguna manera dirá que su patria es un país de m… Seguramente pensará a la inversa. Tampoco le ocurrirá al francés, al alemán, al suizo, al inglés o al chino; no excluyo que haya zonzos en todos es­tos países, pero no en la cantidad que aquí y en posiciones dirigentes. Seguramente estarán más cerca de nuestro guaran­go, aquel que mide por el tamaño del bife la significación de lo nuestro. Ya lo veremos a éste, el que canta con Gardel “Mi Buenos Aires querido…”.
Y aquí viene otra zoncera, que es la de afirmar que Buenos Aires está mal nominado porque tiene un clima intolerable. Lo cierto es que Buenos Aires sólo tiene 50 días, a lo sumo, de calores fuertes y no alcanzan a 60 días los fríos o lluviosos, a los que opone una temperatura media, una abundancia de días luminosos, de cielos increíblemente azules y de noches maravillosamente estrelladas, como creo que hay en pocas ciu­dades en el mundo. Pero el tipo, en cuanto transpira un po­quito y no puede estar en Mar del Plata o en Punta del Este, sólo atina a decir: “¡Esta ciudad de m…!”.
En otros libros he hablado de estas dos actitudes opuestas entre el detractor y el guarango sobrador. La de este último es constructiva y no se apoya sobre una derrota previa. La fanfarronería —más porteña que argentina— es susceptible de corrección. ¿Pero cómo corregir al tilingo que es el fruto bus­cado de una formación mental a base de zonceras peyorativas que con el respaldo de próceres al caso, ha afirmado nuestra inferioridad como punto de partida inseparable de su “civili­zación”?
El técnico que se evade con contrato afuera, de preferencia en dólares, es uno de los que más emplea la expresión. Y también el que la justifica. Se comprende al primero pues tiene la mala conciencia de saber que se va del país sin devol­verle lo que éste le ha dado. (Nuestro estudiante universitario cree que su papá, o él mismo, si la trabaja de self made man, son los que le han pagado la carrera cuando en realidad no han contribuido sino con una alícuota ínfima porque aquí la enseñanza universitaria es un servicio público. Así en lugar de creerse deudor cuando se gradúa, se cree acreedor).
Lo mismo que el evadido pontifican los que lo defienden desde la prensa. No es sólo la Argentina sino el mundo entero quien proporciona técnicos al país de más recursos y de téc­nica más adelantada. Dicho sea en favor de los mejores de éstos que muchas veces van a perfeccionar sus conocimientos para luego retornar. Pero los justificadores de los evadidos para hacerlo apelan también a la denigración. Ahora somos un país de m… porque no los retenemos. Hace 25 años para la misma gente, cuando los técnicos se importaban porque no los había, éramos un país de m… por la razón inversa.
Pero en realidad se trata siempre del juego de la menta­lidad colonial.
Después de la guerra los técnicos de los países vencidos se propusieron trasladarse en gran cantidad a la Argentina que se encontró, en razón de su neutralidad durante el conflicto, con la posibilidad de adquirir gran parte de la técnica alema­na. En cuanto comenzaron a venir, algunos, los Santander y demás yerbas imputaron nazismo al gobierno que posibilitaba su venida e hicieron una campaña de difamación destinada a impedir que la Argentina adquiera ese capital. Entre tanto los rusos y los norteamericanos se los disputaban técnico por técnico valiéndose desde el soborno hasta el secuestro, y gran­de ha sido su contribución, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética, para el desarrollo tecnológico de los mis­mos. Después de la revolución de 1955 los pocos técnicos germanos que vinieron tuvieron que huir. ¿Adónde? A Rusia o a Estados Unidos. Y esto contó con el apoyo de la prensa que ahora se aflige por la evasión de técnicos. Como se ve, en este caso más bien que de un complejo de inferioridad se trata de una clara actitud de agentes provocadores.
¡Este país de m… que da refugio a los técnicos nazis! ¡Este país de m… que permite la evasión de sus técnicos! Palos porque bogas y palos porque no bogas.
En este momento se está renovando la cañería de gas de la calle Esmeralda, donde vivo. Y los mismos vecinos que protestaban porque escaseaba el combustible protestan ahora porque se están haciendo las obras que lo darán en abundan­cia. ¡Y siempre este país de m…! Lo dice el vecino y lo dice el conductor de vehículos que tiene que desviarse y el pasa­jero del colectivo. Ningún órgano de opinión se preocupa de explicarle a la población que las constantes aperturas de ca­lles —por el gas, la electricidad, las obras sanitarias, etc.— tienen su causa lógica en que Buenos Aires se modernizó jus­tamente a principios de siglo y de un solo golpe en la parte céntrica, por lo cual también al mismo tiempo termina la vida útil de las instalaciones dentro del radio céntrico. No así en los barrios cuya urbanización se escalonó en el tiempo.
Con un poco de amor al país todos los órganos de publi­cidad debían dar esta explicación pero no lo hacen porque subconsciente o conscientemente piensan que este es un país de m… y hay que provocar lamentos y no afirmaciones opti­mistas. En la misma página o en la siguiente nos informan que París se está blanqueando íntegramente, o de cualquier obra de progreso que se realiza en otro lugar del mundo, con los mismos inconvenientes transitorios para los pobladores… Pero cuando se trata de lo que ocurre en el exterior no se trata de un país de m… sino todo lo contrario.
No pretendo, caso por caso, señalar el empleo de esta amable, si que escatológica imagen del país, pero interesa a través de lo referido señalar cómo hay una natural predisposi­ción denigratoria que no es otra que el producto de una for­mación intelectual dirigida a la detractación de lo nuestro. El lector no tiene más que hacer memoria, y verificar en él mismo, el continuo uso que hacemos de la expresión. Porque también, yo pecador, empecé de niño fenómeno:
En el cielo las estrellas,
en el campo las espinas,
etc., etc.

Y ya crecidito más de una vez salí con lo de este país de m…Texto de Jauretche, una de sus Zonceras


ARTURO JAURETCHE. MANUAL DE ZONCERAS ARGENTINAS


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