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Tú tienes, para mí, todo lo bello
que cielo y tierra y corazón abarcan;
la atracció estelar -¡de esas estrellas
que atraen como tus lágrimas!
La sinfonía sacra de los seres,
los vientos y los bosques y las aguas,
en el lenguaje mudo de tus ojos
que, mirándome, hablan;
Los atrevidos rasgos de las cumbres
que la celeste inmensidad asaltan,
en las gentiles curvas de tu seno...
¡Oh, colina sagrada!
Y el desdeñoso arrastre de las olas
sobre los verdes juncos y las algas,
en el raudo vagar de tu memoria
por mi vida de paria.
Yo tengo, para ti, todo lo noble
que cielo y tierra y corazón abarcan;
el calor de los soles, -¡de los soles
que, como yo, te aman!
El gemido profundo de las ondas
que mueren a tus pies sobre la playa,
en el tapiz purpúreo de mi espíritu
abatido a tus plantas.
La claridad celeste de los besos
de tu madre bendita, en la mañana,
en la caricia augusta con que tierna
te circunda mi alma.
¡Tú tienes, para mí todo lo bello;
yo tengo, para ti, todo lo que ama;
tú, para mí, la luz que resplandece,
yo, para ti, sus llamas!
Pedro B. Palacios
Ayer te vi... no estabas bajo el techo
de tu tranquilo hogar,
ni doblando la frente arrodillada
delante del altar,
ni reclinando la gentil cabeza
sobre el augusto pecho maternal.
Te vi... si ayer no te siguió mi sombra
en el aire, en el sol,
es que la maldición de los amantes
no la recibe Dios,
o acaso,
el que roba tus caricias,
tiene en el cielo mas poder que yo!
Otros te digan palma del desierto,
otros te llamen flor de la montaña,
otros quemen incienso a tu hermosura:
yo te diré mi amada!
Ellos buscan un pago a sus vigilias,
ellos compran tu amor con sus palabras,
ellos son elocuentes porque esperan;
¡y yo no espero nada!
¡Yo sé que la mujer es vanidosa,
yo sé que la lisonja la desarma,
y yo sé que un esclavo de rodillas
más que todos alcanza!...
Otros te digan palma del desierto,
otros compren tu amor con sus palabras;
yo seré más audaz, pero más noble:
¡yo te diré mi amada!
Pedro B. Palacios
Le aserraron el cráneo;
le estrujaron los sesos,
y el corazón ya frío
le arrancaron del pecho.
Todo lo examinaron
los oficiales médicos
mas no hallaron la causa
de la muerte de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
como el espacio azules
y como el mar acerbos.
¡Oíd! Cuando yo muera,
cuando sucumba, ¡oh, médicos!
ni me aserréis el cráneo
ni me estrujéis los sesos,
ni el corazón ya frío
me arrebatéis del pecho,
que jamás hasta el alma,
legó vuestro escalpelo.
Y mi mal es el mismo,
es el mismo de Pedro;
de aquel soñador pálido
que escribió tantos versos,
y como el espacio azules
y como el mar acerbos.
Pedro B. Palacios
Sergio Denis nació en Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires, el 16 de Marzo de 1949. Descendiente de alemanes del Volga y españoles, comenzó a cantar de muy pequeño en fiestas de la escuela y reuniones familiares. A los 16 años integró el grupo musical "Los Jokers" con el cual recorrió, durante 4 años, las localidades vecinas a su ciudad.
En el mes de Marzo de 1969 se radicó en Buenos Aires e ingresó al conjunto "Los Bambis" con el que grabó por primera vez para un sello discográfico: C.B.S. Columbia. El disco se llamó "Los Bambis también cantan".
C.B.S. le dió la oportunidad de comenzar su carrera como solista, y en Noviembre de 1969 grabó los temas "Fui un soñador" y "Te llamo para despedirme", con la producción de Francis Smith. Este disco comenzó a difundirse en el mes de Diciembre, y el 1º de Enero de 1970 hizo su primera actuación en televisión, en el programa "Casino Philips", conducido por Andrés Percivale y emitido por Canal 13 de Buenos Aires. Durante ese mes fue contratado por el mismo canal para el ciclo "Sábados Circulares" de Pipo Mancera. En Marzo de aquél año viajó a la ciudad de Méjico para participar en el "Primer Festival de la Canción Latina", donde ocupo el 5º lugar con el tema "Yo te amo como entonces", que curiosamente nunca se editó. A su regreso fue incorporado al Batallón de Comunicaciones 181 de Bahía Blanca, para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, actividad que alternaba con sus actuaciones en público y en los programas de TV ya mencionados.
En el año 1972, y merced al éxito obtenido por un tema de su autoría, protagonizó la única película de su carrera, junto a Alicia Bruzzo, Luis Brandoni y la dirección de Fernando Siro: "Me enamoré sin darme cuenta". El 31 de Julio de 1974 actuó en el Teatro Opera, siendo el primer argentino en realizar su espectáculo en esta prestigiosa sala porteña. Cantó acompañado por una orquesta de 36 músicos dirigida por Jorge Calandrell. En 1975 se desvincula del sello C.B.S. Columbia y graba, a mediados del ‘76, para una compañía nueva denominada TK. En esta firma solo editó un álbum, ya que al año siguiente firmó un contrato con la discográfica PolyGram, con la que estuvo ligado hasta Julio de 1990 y donde grabó la mayoría de sus grandes éxitos.
En 1991 pasó a integrar el plantel artístico de EMI Odeón y realizó, hasta 1995, 4 discos.
A lo largo de su carrera grabó temas en compañía de otros artistas como Julia Zenko, Cuarteto Zupay, entre otros; fue invitado a participar de un disco del conjunto folklórico "Los Cantores de Quilla-Huasi", con los que, junto a Eduardo Falú, grabó "Río de Tigre". También realizó, para un disco navideño, una versión propia de dos temas de la misa criolla de Ariel Ramirez...
Frente a la política, el arte queda como una manifestación esporádica y subsidiaria, como un fenómeno restrictivamente porteño dentro del otro metropolitano.
Las inquietudes espirituales dan su brote, su flor y su hoja amarilla en Buenos Aires; y ha de considerarse la cultura como un caso particular de urbanismo. Al talento no le queda otro camino que aquel de los productos en desagüe de la periferia al centro y del centro onfálico al exterior. Fuera de la capital arrastra su existencia parasitaria de lo que aquí se produce, emigra o sucumbe. Sin embargo, el talento no es oriundo de la metrópoli, también como en los buenos tiempos de Roma.
En provincias no se escribe ni se lee; la llanura inmensa es refractaria a la intensidad de cualquier cultivo y los artistas que fatídicamente nacen en ella, tienen implicado el trágico destino de ser una negación en diversas formas, de la llanura; de no aclimatarse ni acá ni allá. Diarios, periódicos y libros se imprimen en Buenos Aires, con vistas al consumo rural. Los que se editan en el interior cabestrean su existencia baladí de pordioseros del gobierno comunal o provincial, con sus eternas cuatro u ocho páginas de avisos interpolados de las clásicas cursilerías y lugares comunes del periodismo y la tipografía de campaña.
Pueden llamarse los órganos paródicos del periodismo, aunque como ninguna otra forma de publicidad expresa con ingenua pretensión, la fusión simbiótica de la política y la literatura, del alfabetismo y de las artes gráficas. Aquello mismo que los periódicos de campaña revelan sin saberlo, puede aplicarse a la gran ciudad, y bastaría buscar, como en el gaucho urbano, cuáles son las transformaciones que ha experimentado al crecer en tamaño y número de ejemplares. Cultura y política son una misma cosa; gobernante y pedagogo, institución artística o científica y autores que entran en una coordinada acción de recíprocos derechos y deberes. Un gobierno quiso caracterizarse por cierto filisteísmo augusteo, precisamente porque era oriundo de la masa refractaria a la cultura, e incurrió en actos teatrales de mecenismo. Hizo repartir, por ejemplo, entre los campesinos una traducción de las Geórgicas. La transfiguración de elementos de la cultura más auténtica en ese renacimiento, sirvió para corroborar un plan de urbanismo romántico y como el autor de la Novela Cómica, dio su Virgile travesti. Llévese, si se quiere el caso a las sociedades artísticas y turfísticas que protegen las artes y las letras, como órganos representativos de la ganadería y del pensamiento. Ésa es la suerte de la inteligencia que huye de la llanura y es en pleno centro recapturada por las fuerzas eternas de la pampa.
Ningún órgano que en la ciudad dé forma para negar la realidad del campo niega la realidad del campo. Más que el gobierno paladinamente oriundo de la masa refractaria de la cultura, el gobierno nacido de la negación de ese tabú político quiso consumar la obra devastadora de la pampa; negó al intelectual, prescindió ostentosamente de él y además lo persiguió hasta donde pudo. Privando al intelectual de sus legítimos derechos, acorralándolo en un brete sin salida, completó aquel programa. Y sin embargo, Buenos Aires, la obra más extraordinaria de la política argentina, atrae al artista, lo seduce y lo corrompe.
Es verdad que en Buenos Aires hay lo que podría llamarse estructuras concretas de ciencia, de arte, de profesores liberales, pero no son autónomas de la ciudad y obedecen a la política que hizo a la ciudad, dependiendo indirectamente del erario. Todos ellos son fenómenos municipales, patrocinados o subvencionados en última instancia por la comuna o el gobierno, un poco en secreto. Para abrirse paso en la maraña de los intereses que monopoliza la política, ha de ofrecer su talento a los dos únicos postores: el periodismo o la administración pública. Sin poder sacar provecho ni regocijo de su obra, que nadie lee, reclama el subsidio y ya está vencido; ya no es él sino un colaborador de las fuerzas de la llanura que se refugiaron en la aldea. Simulacros de escritores, de artistas, de sabios han ocupado mediante la entrega condicional de su persona los altos puestos. Enseñoreados de los diarios, las cátedras y los cenáculos, defienden con uñas y dientes su empleo. Aquellos apóstatas que claudicaron en su fe son los apóstoles de ese ideal urbano, los herejes sublimados del contraideal. Diarios, universidades y salones se sostienen por un complejo sistema de intereses cruzados; unos amparan a los otros y a lo largo de los personajes encadenados circula una sola sangre y un solo fluido vital: la política. El método de la "cadena" descubierto por los tahures de comité es antiguo y continental. Ese sistema de la "cadena", de la complicación en serie, es el esquema de las actividades lícitas que se basan en la política y lo practican sin saberlo todos los que anhelan por encima de sus fuerzas.
El artista honesto está predestinado a sucumbir porque está solo, y su rebeldía o su renuncia contrasta con el canevá de los intereses en juego. No tiene compromisos recíprocos; es un eslabón suelto.
La ciudad es de una textura homogénea aunque parezca abigarrada y cosmopolita; tiene el alma en bloque. Los trabajadores solitarios son hijos de la soledad; y veinte hombres libres son los que levan sobre sus espaldas el prestigio de la Nación. Si murieran de pronto, la Nación caería por su propio peso en las tinieblas australes a un nivel a ras de toda la latitud sudamericana. La ciencia se recluye en gabinetes y laboratorios; la literatura se ofrece al periódico y la revista para morir finalmente en el libro. El Estado que no cree sino en el peligro, concluye adquiriendo los libros y los cuadros que nadie compra y los distribuye en las bibliotecas y los museos que nadie visita. La vocación del artista y del sabio es un contrasentido con la realidad profunda, y el crítico que pasa en silencio las obras de enjundia y trompetea alrededor de las mistificaciones, está inconscientemente al servicio de las fuerzas oscuras de la pampa. Sobre los que se mantienen en pie trepa la hiedra de los que han fracasado hasta que los cubre el pasto.
Los muertos matan a los vivos, como en el palacio de los Atridas. Formas abortivas y monstruosas, nacidas de cópulas gubernamentales, engendradas con los logos espermáticos de la política, se multiplican por sí mismas en pululación de bacterias, en obras completas de treinta títulos. El Congreso vota fondos para que se escriban obras o para adquirirlas. Son fantasmas a la rústica. Las plazas están llenas de simulacros de bronce y de mármol; los museos atestados de simulacros; los programas sinfónicos mechados de fantasmas. Todo ese mundo de los abortos inmortales nace de la política y es hijo de las cámaras, de los gabinetes y de los comités. El público está complicado en el sistema de la cadena y aplaude; llena los teatros y repite los gloriosos nombres de los espectros. Pero con socarrona picardía guiña un ojo; porque miente mucho más que se equivoca. Espera la muerte verdadera y olvida. Dramaturgos, poetas, músicos y pintores: todos amortajados en la misma tumba continental del olvido, han muerto. Los muertos de ayer parecen antiguos y distantes. Es la política, que empuja con todas sus fuerzas hacia delante, que teje de día sus telas y las desteje de noche. Mientras vive el defensor de sus intereses, mientras pueda hacer daño o bien, es respetado, como el político en auge; cae y se le olvida. En esa nefanda obra de cremación y aventamiento de las cenizas están complicados el gobierno y el pueblo, que prefieren al impostor vivo y no al talento muerto. Los monederos falsos de la cultura se nutren de cadáveres; aquel olvido es este renombre.
La falta de estados verdaderos de cultura se suplanta con estados ficticios de cultura; empresas poderosas de publicidad y de noticias sostienen la política de la literatura estándar. Si el periodista tiene las ideas de la administración, ésta tiene las ideas de los anunciadores de página entera, que casi siempre coincide con el mismo universal sistema de la cadena, con lo que se lleva y se consume con mayor cantidad. Centenares de cerebros trabajan diariamente en la misma tarea, modelando y puliendo con arreglo a un canon periodístico del mayor consumo. La personalidad del autor, incluso cuando le permiten que firme, se disuelve en una liga de plomo fundente, y toda la redacción es una masa gris de ideas y de renglones de linotipo. No tener qué comer es peor.
La suerte del escritor es todavía más triste que la del periodista; tiene que transigir con el lector de diarios, o tener fortuna. Los mejores son pobres y viven de otras cosas. Persisten en su trabajo porque Dios lo quiere así. Los intelectuales libres de la política de las empresas de prensa son destruidos de cuajo. Quien tiene dinero tiene fama; sus libros circulan al amparo de una firma bancaria de reconocida solvencia, y entonces puede cometer las mayores indignidades sin que se afecte su prestigio. La reputación es una incansable paciencia. El mismo lector que se pasma del éxito de su novelista predilecto, gusta pecaminosamente de las ediciones clandestinas, como si realmente estuvieran prohibidas.
No menos tiránico que la prensa, el comité político-literario y la administración pública acogen con reservas al hombre de acción fracasado y al idealista a ultranza.
El autor costea la impresión de su obra con el sueldo que le paga el Estado y el Estado le compra el libro, devolviéndole su dinero. Devuelve el costo y recupera las ideas, retirándolas de circulación. Una vez hecha la fama se respeta hasta que la muerte barre con todo. La cadena queda soldada entre autores, impresores y consumidores.
Lograda una buena posición, ahí termina toda inquietud, se echa vientre y se espera la jubilación o las palmas académicas. Y entonces con la muerte llega la inmortalidad mientras se vive.
EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA