Voy a contarles un cuento que me contaron hace añares, no sé si lo recuerdo bien porque la memoria se pasea mucho, los cuentos cambian todo el tiempo, y los chicos no se quedan quietos.
El cuento dice más o menos así:
Éste era un pueblo chico y feo.
No llovía y no llovía, y el suelo estaba reseco alrededor del rancho de la familia Chumpi.
La bomba no tiraba una gota más.
De noche, en vez de rocío, caían espinas de cacto.
El padre se había ido a cazar peludos o lo que encontrara.
La madre lidiaba con un montón de hijos en vacaciones.
Estaban tan sucios que no se sabía si eran rubios o morochos, nenas o varones.
La cabra y el cabrito parecían muñecos de alambre.
Los frutales sólo hubieran servido para leña.
Al fin la madre dijo: -Vayan todos a buscar algo de comer, por ahí desentierran una batata, pero cuidadito con robar.
Y allá se van corriendo todos juntos, menos Rocío, que es la más chica, y toma por otro camino, con su gato flaco Bergamín pisándole los talones.
La madre se pone a amasar su último pan, con harina de yuyo seco y un poco de baba de cabra, y, de paso, canta una copla que dice: No quiere llover, sale una nube y se vuelve a perder…
Así pasa el día y los chicos van volviendo más sucios todavía.
¿Qué encontraron?
¡Claro, un pedazo de pelota, tres figuritas pisoteadas y unos cascotes, porque brillaban de mica!
Los maullidos de Bergamín anuncian a Rocío: vienen rendidos, con la lengua afuera y los pelos llenos de abrojos.
¿A ver qué basura encontraron ustedes?
Rocío muestra el puño cerrado, le da vergüenza abrirlo, pero al fin estira los dedos uno por uno. ¿Qué es? ¡Bah! Un ovillito de hilo celeste muy enredado.
-Ni para remiendo sirve –dice la madre, pero no acaba de hablar cuando el ovillo escapa de la mano de Rocío… se desanuda solo y resulta que es un hilito de agua, que empieza a viborear y rodar.
Cuando sale del rancho se convierte en arroyo, y el arroyo canta y da vueltas y engorda y crece y todos miran, se quedan como de palo, los ojos muy abiertos.
La cabra y su cría beben hasta reventar.
Entonces los chicos chapotean y vemos que son lindos y feúchos, rubios y morochos, cuatro varones y tres niñas, contando a Rocío, que va a buscar un trozo de jabón.
El gato Bergamín se trepa a un árbol huyendo del baño.
Juntan agua en todos los cacharros que tienen y se van a dormir con hambre pero al fin sin sed. Tienen miedo de que al amanecer el hilo de agua haya desaparecido como un sueño.
Cuando despiertan, el sol ya está redondo y el río sigue allí.
¡Qué misterio misterioso, señores!
Durante la noche han nacido brotecitos muy verdes, ha vuelto el benteveo a bañarse y el agua tan limpita deja ver cómo juegan unos cuantos peces de plata.
Y ahí vuelve papá Chumpi, con un atado de choclos y tres huevos de ñandú.
¡Ja!
Deja caer todo y primero se queda tieso mirando el río, después va a buscar una caña y pesca que te pesca.
¡Y todos contentos, gracias a Rocío y su ovillito de hilo celeste, que no era más que agua dormida al pie de un sauce amarillo!
Dicen que dicen que así nació el río Lapizul.
FIN
Del libro ¡Cuánto cuento!
de María Elena Walsh.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario