Esta noche, mientras dormía, has venido a leer mis libros. No has encendido la luz, no te has sentado en el sofá, no te has quitado los guantes, no has hecho ruido al pasar las palabras. Pero tu mirada se ha quedado adherida a las páginas como la marca casi imperceptible del pintalabios en una copa de cristal de bohemia. Y así, noche tras noche, mi biblioteca y yo vamos perdiendo la sangre de la memoria, sin que ningún médico pueda diagnosticar la causa. Silvina Ocampo
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