miércoles, 4 de diciembre de 2013

Una casa de secretos

Cher Cahier: 
Estoy rendida, apenas si puedo tomar la pluma, pero quiero escribir sobre mi fiesta.
 Me ha emocionado más de lo que creía, ¡ha sido toda una fantasía, la más luminosa que pudiera imaginar! 
Desde los preparativos, con Blanche ajustándome el elegante vestido que me regaló tía Jo, empolvando mi nariz y trenzando mi cabello en un peinado alto, hasta las confidencias de mis queridas amigas, también arregladas para la ocasión. 
Desde la llegada de los invitados hasta las miradas de los jóvenes, tan acicalados como nosotras mismas, luciendo sus guantes y sus pañuelos.
Las voces sonaban armoniosas en mis oídos, tanto como la melodía, suavemente interpretada por los músicos que Madre contrató para placer de todos. Se notaba en el aire el ambiente propicio a la formación de parejas; Madre invitó a muchos hombres con ese objetivo, puedo adivinarlo pues la conozco. Y me fijé en uno de ellos, a decir verdad. 
Tal vez fuera porque su pelo rojizo me trajo recuerdos dolorosos, tal vez fuera porque su nariz aleteaba con fuerza y sus ojos despedían ese brillo que pude ver en aquellos otros ojos… Aquellos otros que no puedo olvidar aunque me esfuerce. 
Lo sé, mon Dieu, lo sé. No pude cumplir con mi deber, no seré la mujer que Madre espera. 
El impacto del primer hombre que me cautivó es muy difícil de matar sin morir un poco al mismo tiempo. Nadie podrá acusarme de nada pues mi sentimiento siempre fue solo para mí y eso me tranquiliza. Podré decir que este hombre que hoy atrajo mi atención tiene sus atributos personales y no estaré faltando a la verdad. Hoy lo vi por vez primera y tiene algo… algo que me hacía girar la cabeza hacia donde él estaba. Madre lo observó toda la noche, tan atenta como yo a las miradas que intercambiamos. Más tarde me hizo saber que no cree que sea un hombre para mí, aunque goza de buena fortuna y Padre tiene gran opinión sobre él. 
Ella dice que ha viajado demasiado, que es un hombre de derecho, que vive en París y difícilmente se fije en una niña del Sur como yo. Pero en el brillo de los ojos de Madre vi un poco de envidia por mi suerte. 
Ella es así, sé que me ama, que desea lo mejor para mí, pero también me parece que quisiera ser yo, haber crecido como lo he hecho yo, tener mi suerte. Este hombre de la ciudad, tan viajado, tan extraño, me ha hecho un regalo exquisitamente bello, tan atinado a mí como si me hubiera estado espiando. 
Me ha regalado una casa de muñecas que adquirió en Holanda especialmente. Me pareció extraño. ¿Especialmente para mí? ¿Sin conocerme? Madre dice que es para demostrarle a Padre su agradecimiento por un negocio que dio buenos dividendos. Recién pude verla y admirarla cuando la fiesta terminó y él hacía rato se había retirado. Esta casa de muñecas invita a jugar como niña pero posee tal delicadeza e intimidad que es perfecta para este momento de mi vida. ¿Quién será ese hombre? Madre no quiso decirme. Le pediré las señas a Padre; no podrá negármelas pues es de buena educación escribir una corta misiva agradeciendo este regalo. Otra sorpresa fue encontrarme con unas disculpas del tío Félix acompañadas por un pequeño lienzo en el que había una flor pintada, inconfundible, nerviosa, anaranjada y roja, que me hizo estremecer. Y en el estremecimiento volvieron aquellas sensaciones como si nunca las hubiera arrancado de mí.
 Oh, cher Cahier. 
Qué desdicha mezclada con cuánta felicidad. 
Ver esas pinceladas, saber que nacieron de sus manos, de sus ojos, de su mundo y ya no poder verlo a él. 
Pero no voy a seguir recordando lo amargo. Ahora tengo el instante de esa flor. 
Las disculpas decían algo así como que pronto vendría a verme y me traería un verdadero presente, que este era apenas un compensatorio. ¡Si supiera! 
§ Paula Bombara 

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