viernes, 24 de mayo de 2013

Las mujeres escritoras

Juana Manuela Gorriti nació en Horcones (Salta), el 13 de junio de 1819 y falleció en Buenos Aires el 6 de noviembre de 1892. Fue su padre don José Ignacio Gorriti, doctor en leyes y general de la independencia. La familia de los Gorriti emigró de Salta a Bolivia cuando la Argentina cayó presa de la guerra civil. Creció Juana Manuela en Sucre, donde murió su padre, y también su tío el clérigo Juan Ignacio, maestro y escritor de quien he hablado en Los Proscriptos: en este mismo tomo he mencionado a su sobrina entre las mujeres de la emigración. Doña Juana Manuela templó su carácter en los sacrificios del detierro, y cuando la tiranía de Rosas hubo concluído, vivió lo más de sus años fuera de su país. En Bolivia se desposó son don Manuel Isidoro Belzú, que fue presidente de aquella república (1848-1955); tuvo hijos de él, que murieron jóvenes; al breve tiempo de matrimonio los esposos se divorciaron, y la señora se trasladó a residir en Lima. En el Perú la Gorriti se dedicó a las letras y a la enseñanza infantil. En Lima tuvo escuela y salón, ambos muy bien frecuentados. Halló renta y hogar en aquella escuela; esparcimiento y fama en aquel salón. Trabó amistad estrecha con don Ricardo Palma, que la admiró, como todos los literatos peruanos, por su raro temperamento y su fantansía brillante. El renombre literario de doña Juana Manuela, de su salón limeño y de su vida novelesca, se esparció desde el Perú a toda América. Allá residía cuando la armada española al mando de Fernán Núñez atacó la costa del Callao, y la escritora argentina asistió a los heridos del combate juntamente con las hermanas de caridad, por cuyos humanitarios servicios el gobierno peruano la condecoró con la estrella del 2 de mayo. Allá residía aún cuando, años después, se produjo la guerra del Pacífico, la invasión chilena, el combate del Morro de Arica. Humeaban todavía las ruinas de esta ciudadela, cuando la señora Gorriti pasó por la costa rumbo al estrecho de Magallanes, retornando a su país. Las tristezas del desastre, su edad avanzada, su soledad indigente, la nostalgia de su patria, las voces amigas que desde aquí la llamaban, decidiéronla a volver a su tierra de origen. Llegó al Plata después de la federalización de Buenos Aires; volvió a visitar su terruño de Salta; se radicó definitivamente entre nosotros, y así transcurrieron apacibles los últimos diez años de su vida. Mantúvose aquí de una pensión que el gobierno argentino le otorgara por los servicios de su padre a la libertad de América. Vivió rodeada del respeto, la admiración y el cariño de sus compatriotas. Alcanzó a ver la transformación cosmopolita de la Buenos Aires moderna, en medio de la cual ella era un vivo ejemplo de la nueva mujer argentina; otras habían llegado a su lado: Josefina Pelliza y Eduarda Mansilla, sus amigas fieles. Fueron igualmente amigos literarios de la Gorriti, Vicente Quesada, Ángel Justiniano Carranza, Mariano Pelliza y Santiago Estrada. Los estadistas Sarmiento, Mitre y Roca, también la aplaudieron. En medio de tantos estímulos, estos últimos años de su ancianidad resultaron los más fecundos de su existencia. Data de aquella década la edición de casi todos sus libros. Cuando en 1892 la escritora falleció en Buenos Aires, el poeta Carlos Guido Spano pronunció una oración fúnebre al inhumarse sus restos. La vida de la Gorriti ha sido contada por ella misma en sus obras, en cuya forma confidencial y narrativa predomina la materia autobiográfica, Ha escrito cuentos, leyendas, novelas breves, ficciones en prosa, pero aun dejando de lado esta parte de su labor (no obstante el valor biográfico que también le atribuyo), siempre nos uedarían como principales fuentes de información sobre la autora, sus libros intitulados El mundo de los recuerdos, La tierra natal, Panoramas de la vida, Lo íntimo y Misceláneas. Basta enunciar los nombres de estos libros para comprender el género a que pertenecen; y al leerlos se comprueba que la señora Gorriti ha sido el más raro temperamento de mujer que ha producido la tierra argentina. Dotada de una sensibilidad mediúmnica, algo hay en lo íntimo de su ser que recuerda a Santa Teresa, aunque no poseyó su visión mística, y algo que recuerda a María Baskircheff, aunque no poseyó su refinamiento estético. Esta mujer extraña, a fuer de excelente matrona, escribió una Cocina Ecléctica, con la misma pluma que trazara retratos espeluznantes como Gubi Amaya, El guante negro y El lucero del manantial, incluídos en el libro que se titula Sueños y Realidades, reeditado en 1907 por la Biblioteca de la Nación. En las biografías de Güemes y Puch, que también escribiera, nos transporta a la época heroica de sus padres salteños, y en La tierra natal y en El mundo de los recuerdos, a la visión de su infancia provinciana. Su libro Panoramas de la vida es una serie de cuentos fantásticos, relatos históricos y episodios de color local, estremecidos de romanticismo, según el temperamento melodramático de la rara mujer, que, según me dicen, danzaba misteriosos ritos a la lu de la luna en su jardín limeño. Tres tipos de escritora hay en nuestra literatura: las religiosas, a la manera española de Santa Teresa y Sor Inés de la Cruz; las mundanas, a la manera francesa de la Sevigné y la Staël; las profesionales, a la manera de las escritoras británicas y norteamericanas. Este último tipo apareció con la cultura normalista, fomentada por Sarmiento, y prosperó con la apertura de las carreras universitarias y de la colaboración periodística a la vocación y el trabajo femeninos. De escritora religiosa es casi el único ejemplo la Beata Antula entre nosotros. La escritora mundana se aboceta en el epistorlario de Misia Mariquita, y prospera también en la época moderna. De las tres especies refundidas en una, fórmase la gloria de la francesa Georg Sand, de la italiana Ada Negri, de la rusa María Baskircheff, Esta última fue como una Santa Teresa de la carne, y cuentan que murió virgen, en una suerte de culto estético por su cuerpo inmaculado, como si el alma delirante hubiera hallado su “morada mística” en ese cuerpo bello y joven, que ella mandó vestir de blanco y coronar de rosas en su último día, para ir a sus nupcias con la muerte. El Diario de la Baskircheff es uno de los más hermosos libros de la literatura moderna, como revelación del eterno misterio femenino, y sus páginas revelan una musa gemela de la que dictó a Santa Teresa la revelación de sus Moradas. Nada hay, desde luego, en letras argentinas que pueda compararse a aquellas obras supremas, cuya emoción recuerda la de cumbres distantes, cubiertas de nieve y envueltas en la luz de la luna. Ambas son florescencia extraordinaria de viejas civilizaciones y de razas que alcanzaron su madurez. Tampoco se parece la señora Gorriti, por su intimidad femenina, a Eloísa, la enamorada de Abelardo, ni a la Alcofurado, “la monja portuguesa”, famosas ambas por sus cartas de amor. Salvadas todas las distancias geográficas, históricas y estéticas que nos separan de aquellos ilustres nombres, creo que doña Juana Manuela Gorriti -cuya obra es deleznable desde el punto de vista literario- fue un temperamento raro, intenso, a ratos fantástico; pero no tiene el don de la emoción perdurable ni de la forma feliz, pues su prosa es generalmente declamatoria y errabunda, como su imaginación literaria. 
A pesar de ello, creo que El pozo del Yocci y otros cuentos suyos ya citados, podrían salvar su fama entre los precursores de la novela argentina.

 Ricardo Rojas


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