MONSEÑOR
El culto de las imágenes originó muchas inquietudes dentro de la Iglesia, desde los primeros tiempos.
HUÉSPED
Las múltiples efigies de Dios son como los múltiples nombres que para designarlo inventó la inspiración literaria de los místicos. Fray Luis de León escribió muy eruditos diálogos en su libro Los nombres de Cristo, desentrañando el sentido de las varias denominaciones con que al Mesías designa las Escrituras.
MONSEÑOR
Las escrituras llaman a Cristo: Camino, Esposo, Cordero, Monte, Pastor, Rey, Príncipe de Paz, Brazo de Dios, Hijo de Dios y Faces de Dios, como cuando el Salmista dice al Eterno: "Muéstranos tus faces y seremos salvos", o cuando Isaías le dice: "Delante de tus faces se derritieron los montes"... Es indudable que sólo nuestra religión, tan preñada de verdades eternas, ha podido sugerir al hombre tantas expresiones para representar y para nombrar al Creador, que aunque es único, se nos revela en la multitud de sus criatuas.
HUÉSPED
Perdonad, Monseñor, si en este punto me atrevo a rectificaros: la fertilidad de las imágenes, en el lenguaje de los místicos y en la iconografía religiosa que ellos inspiran, es común a todas las religiones.
MONSEÑOR
¿A todas?
HUÉSPED
El Corán, por ejemplo, alude a Dios como un Ser de múltiples y bellos nombres.
MONSEÑOR
!Oh, el Corán!
HUÉSPED
En el diálogo hindú de la Bahagavad Ghita, Krishna llama a Dios: Alma Suprema, Señor de la Santa Unión, el Antiguo Principio, el Indivisible, el Tiempo, Hari, Visnú, Kala y Montaña de luz de todas partes resplandecientes. Como veis, los nombres divinos de la mística hindú, no se diferencian mucho de los que emplea la mística cristiana. Y cuando el Bienaventurado, elevándose a la íntima perfección por el aniquilamiento de lo corporal y terreno, llega a contemplar la Unidad Suprema del Universo y quiere describir la Figura Augusta, lo que se ve sin haber sido visto, se nos aparece un Ser de múltiples ojos, de innumerables brazos, de rostro vuelto a todos los rumbos envueltos en luz de todos los soles, porque esa fuente de luz que llena el espacio entre la tierra y el cielo, está afuera y dentro de todos los seres.
MONSEÑOR
Los hindúes han dado a la divinidad representaciones monstruosas.
HUÉSPED
Tal visión de la Bahagavad no se diferencia mucho de otros que describe el Apocalipsis, cuya apariencia alucinatoria no puede explicarse sino por la simbología, como Swedenborg, el místico sueco, lo ha hecho en su Arcana Coelestia. Pero apenas las artes plásticas se apoderan de la una y de la otra, crean las monstruosidades de los ídolos, aprisionando a Dios en las groserías de la materia, si bien con el intento de elevar la materia del Hombre hasta las sutilezas del Espíritu, que es incorpóreo e invisible.
MONSEÑOR
Las visiones del Apocalipsis no pueden ser comparadas con los monstruos de la gentilidad (de los paganos).
HUÉSPED
Muchos dioses precolombinos hallados en América, así el Sol antropomorfo en Tiahuanaco y la Diosa Teatlicúe en México, parecen monstruos, como la Quimera griega y la Esfinge egipcia, pero son expresiones plásticas de conceptos profundos, comunes a todas las viejas religiones, bajo la diversidad de un simbolismo que para muchos resulta caprichoso o impenetrable. (*)
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Fuente: El Cristo Invisible, de Ricardo Rojas; Buenos Aires, Ed. Losada.
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