Cerca de las ruinas de Tegulet, en la Ciudad de los Lobos, antes de mi nacimiento, hablé. Mi madre, encinta de ocho meses, me oyó decir una noche: "Madre, quiero nacer en Debra Berham (Montaña de Luz). Llévame, pues allí podrás ser la madre de un pequeño profeta, y yo el hijo de esa madre. Cumpliendo mis órdenes te aseguras un cielo benévolo".
De mi discurso prenatal conservo un recuerdo vago envuelto en brumas; una festividad de flores y de cánticos, a medida que pasa el tiempo lo alegra. El viaje era largo y peligroso, pero mi madre, que era ambiciosa, pintó sus ojos, untó de manteca su pelo, elevó su peinado como una colmena, y con todas sus pulseras –que le servían por las mañanas de espejos–, los pies desnudos y su mejor vestido, obedeció a mi voz. El sol del verano como una enorme hoguera abrasaba a los hombres. Ella lo atravesó sin perecer porque me amaba.
Los relatos de mi madre, que guardaba como una reliquia, el vestido hecho jirones por el viaje (además de una fiebre palúdica y una erupción en forma de rosas, sobre la dorada oscuridad de su piel), exigían mis explicaciones: "No fue por vanidad que te ordené un viaje tan penoso. Si no me hubieras oído hablar en tu seno antes de nacer, si no hubieras acudido a Debra Berham, no hubieras sido mi madre: esto molestaba a tu alma y no a mi soberbia.
Tengo muchas cosas tuyas que juntar en este mundo para llevarlas al cielo". "Contemplar un árbol o una jirafa, respirar el olor de la lluvia o del fuego, oír las carcajadas de las hienas, mirar de frente el sol, en éxtasis la luna, no parecen cosas importantes: no sabremos nunca todo lo que hemos perdido o ganado en esos instantes de contemplación. Un mes antes de mi nacimiento, si no hubieras estado, en la noche, esperando los cantos del alba; si hubieras estado como tus hermanas, dormida, no hubieras escuchado mi voz en tus entrañas. Fuiste dócil al destino, fuiste atenta: de ese modo se logra la dicha." Mi caballo rojo espanta los reptiles cuando lo llevo al río a beber. Grutas, follajes intrincados, son mis guaridas en los días de tormenta, pues nunca duermo debajo de un techo. Me alimento de frutas, de yerbas y de raíces. Mi rostro, como los cielos del poniente y de la aurora, jamás se repite. No me conozco. Conozco a los otros, a los que me conocen. Algunos pastores dicen que soy un monstruo, con largo y sedoso pelo, otros que soy de una belleza deslumbrante y altiva. Dicen que mis ojos son de un azul profundo, de un verde desvaído, tan hundidos en las órbitas que no se pueden ver sino a ciertas horas. Dicen que mis pupilas sólo reflejan el rostro de los seres que comparten mi fervor y que los otros ven en ellas el mero reflejo de una calavera o de un mono.
La mentira origina el miedo y el miedo la mentira... Silvina Ocampo
De mi discurso prenatal conservo un recuerdo vago envuelto en brumas; una festividad de flores y de cánticos, a medida que pasa el tiempo lo alegra. El viaje era largo y peligroso, pero mi madre, que era ambiciosa, pintó sus ojos, untó de manteca su pelo, elevó su peinado como una colmena, y con todas sus pulseras –que le servían por las mañanas de espejos–, los pies desnudos y su mejor vestido, obedeció a mi voz. El sol del verano como una enorme hoguera abrasaba a los hombres. Ella lo atravesó sin perecer porque me amaba.
Los relatos de mi madre, que guardaba como una reliquia, el vestido hecho jirones por el viaje (además de una fiebre palúdica y una erupción en forma de rosas, sobre la dorada oscuridad de su piel), exigían mis explicaciones: "No fue por vanidad que te ordené un viaje tan penoso. Si no me hubieras oído hablar en tu seno antes de nacer, si no hubieras acudido a Debra Berham, no hubieras sido mi madre: esto molestaba a tu alma y no a mi soberbia.
Tengo muchas cosas tuyas que juntar en este mundo para llevarlas al cielo". "Contemplar un árbol o una jirafa, respirar el olor de la lluvia o del fuego, oír las carcajadas de las hienas, mirar de frente el sol, en éxtasis la luna, no parecen cosas importantes: no sabremos nunca todo lo que hemos perdido o ganado en esos instantes de contemplación. Un mes antes de mi nacimiento, si no hubieras estado, en la noche, esperando los cantos del alba; si hubieras estado como tus hermanas, dormida, no hubieras escuchado mi voz en tus entrañas. Fuiste dócil al destino, fuiste atenta: de ese modo se logra la dicha." Mi caballo rojo espanta los reptiles cuando lo llevo al río a beber. Grutas, follajes intrincados, son mis guaridas en los días de tormenta, pues nunca duermo debajo de un techo. Me alimento de frutas, de yerbas y de raíces. Mi rostro, como los cielos del poniente y de la aurora, jamás se repite. No me conozco. Conozco a los otros, a los que me conocen. Algunos pastores dicen que soy un monstruo, con largo y sedoso pelo, otros que soy de una belleza deslumbrante y altiva. Dicen que mis ojos son de un azul profundo, de un verde desvaído, tan hundidos en las órbitas que no se pueden ver sino a ciertas horas. Dicen que mis pupilas sólo reflejan el rostro de los seres que comparten mi fervor y que los otros ven en ellas el mero reflejo de una calavera o de un mono.
La mentira origina el miedo y el miedo la mentira... Silvina Ocampo
"No elegiría otra época para vivir que la actual; tampoco elegiría otro país para hacerlo mío,
Siempre fui muy obediente a mi destino". Silvina Ocampo
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