No eres, Muerte, quien por nombre de Misterio logre hacer pálida mi mente
cual a los cuerpos haces. Nada eres y no la Nada. Amor no te conoce poder y
pensamiento no te conoce incógnita. No es poder tuyo azorar la luz de mi
pensar: aunque de mejillas y rosas caiga el tinte, tributo a la hacendosa,
ingenua Siega, que es el sencillo engaño donde tu simplicidad se complace.
Mortal te veíamos, Muerte, y en todo día veíamos más allá de ti.
«Porque no mueras»
con rosas apartaré de ti a la Simple
—a la que llamo Simple porque cree matar—;
mordiendo de sus hojas mortales un día y otro día
creerá Muerte de tus mejillas gustar.
Verás de rosas llenos sus finos, pálidos labios.
La hórrida, apiadante visión, en boca de Muerte rosas.
Las de tu faz convulsará quizá
más pronto de ver dolor enojará
la llama de tu rostro
y ostentará más cierta la inviolable vivencia de tu ser
viendo en Dolor a hojas de las Rosas.
Porque no mueras
con rosas apartaré de tu camino
la hora pálida. A Muerte
daréle a morder de sus pétalos mortales, un día y otro.
Quizá logre que así
ella olvide tener hambre de tus mejillas.
Dura visión: en boca de Muerte mordidas rosas
pero será así que su mirada
lejos de ti pondrá.
Muerte es Beldad. Sólo de amor es Muerte y es la Beldad de Amor. Cual me lo
hizo aprendido la Amorosa, la sabia niña por haber más amor ida, por
inquietar de muerte mi amor probándolo de ausencia y de espera.
Fue de amor persona la que partió sin muerte, en quien fue último el sonreír, sí
en nosotros el llanto; certeza en ella de amor y perennidad las lágrimas a su
fuente volvió, mientras lloramos todo, perdidos en cortesía y miedo
de certidumbre tanta en pecho de niña que instante a instante se alejanaba
y se hizo oculta por haber más amor; y envolvió en luz de su primer día
terreno su frente la Engañosa —la fingidora de muerte por hacerme más suyo
— para mostrarse a mí —cual todo amor anhela— en el llegar y en el partir.
Pues fue tardío en la «vida» nuestro encuentro, y, cual todos amantes,
sufriéramos que de nuestras infancias mutuos testigos no fuimos.
Y así con sonrisa y rubor, cual doncella que primera cercanía de amor presiente,
recogióse a sonreída muerte la fingidora a altura y genio igualando de Dios,
invento no sabido de pasión que me confunde y dobla ante la frágil forma
tan fuerte irguiéndose cuando mi memoria se da más a lo que vi que a lo que
veré.
Aquietóse, tras batalla crudísima de su cálido ser, cual se aquieta onda que de
la ribera al macizo del mar volvió.
Un final de ola vino a adormirse, enfrescándola, en esa frente que ardía aún del
fingimiento cuando ya la mirada había sido guardada de mí, para colmar
ficción.
«Hay un morir», nos cantábamos antes, para inquietar nuestro amor.
Y «En cada olvido toda la muerte, la única muerte hay».
Es cierto: Ella está todo oculta, pero todo real vive y ya Ahora, Hoy, nos
tendríamos Presencia
mas; la Espera es de amor amiga: fue de Ella convidarme a la espera al dar ella, y
no yo, el paso de Ausencia.
Macedonio Fernández
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